Recuerdo haber leído que en una ocasión, visitando Kenia, el Papa Francisco aseguró que “el primer medio de comunicación es la expresión del rostro, estar cerca de otros, la amistad, la sonrisa, el saber relacionarse con los demás”.
La cara es el espejo del alma, dice el refrán, y también podría decirse que, a partir de cierta edad, cada uno es responsable del rostro que tiene, porque allí queda fijada su crispación o su alegría, su actitud desenfadada o tensa, el cansancio de la vida, la desesperación o la esperanza. Por eso, en el rostro, y, especialmente en los ojos, encontramos a la persona. Claro que luego te miras al espejo, cuando te afeitas, y te das cuenta que te han salido arrugas de las que no eras consciente el día anterior.
Pero todos tenemos la experiencia del bien que nos hace encontrarnos con personas sonrientes, acogedoras, que parece que no tengan nada que hacer, sino escucharnos y prestarnos algún servicio. Personas, quizás no muy brillantes, gente común, con las que uno se siente y se sienta bien a su lado.
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