Para el pensador Franco Berardi, frente a la barbarie del nuevo autoritarismo neoliberal, la esclavitud, la guerra, las deportaciones, la violencia y el hambre, la única conducta ética aceptable es la deserción.
Lo explica a partir de la existencia concreta de un peligro extremo, producto de la cada vez más difícil relación entre el humano y el posthumano, entre el humano y el no humano o deshumano. La experiencia de estos tiempos encuentra a nuestra generación, como testigo de un genocidio que nos ha marcado a nivel intelectual pero también psíquico. Lo que pasa en Gaza y en otros sitios lo obliga a reconocer que algo se ha vuelto irreversible. La historia del mundo, sobre todo de Europa, se ha desarrollado bajo la fórmula del “nunca más”.
Hijo de un partisano antifascista, el autor recupera palabras de su padre, para quien él sería parte de “una generación afortunada”, una generación que no conocerá el fascismo. Su experiencia intelectual e existencia ha sido marcada por esa idea de que nunca más volverían esas experiencias violentas. Berardi siente que, como su padre, se ha equivocado largamente, porque en su lucha setentista tomaba al nazismo como algo marginal y lo esencial era luchar contra la explotación.
La experiencia de Yugoslavia, vista desde una mirada eurocéntrica, fue un toque de atención sin retorno. A partir de ese momento comenzó a entender que se impondría un nuevo horror en todo el mundo. El nazismo retornó encarnado en una fuerza nueva, en una forma neoliberal. El fascismo, con ese programa brutal, gana las elecciones en Europa. Esa idea de la vuelta del fascismo y su particular concepción del mundo lo lleva a comparar a Putin con Hitler. Pero, aun aceptando la falibilidad eurocéntrica de esa perspectiva, logra enumerar los países en los que el nazismo está ganando terreno en los últimos tiempos. Hay un recuerdo que conjuga el golpe de Chile contra Allende con la masacre de Gaza, que es el punto nodal de su desarrollo. Las palabras en este mundo ya no significan nada. La subjetividad social ha cambiado de una manera que no puede ser interpretada por la política y eso, como a todos, lo avergüenza. Relata que algunos amigos le recuerdan que el Che Guevara no hubiera desertado, pero él les contesta que hoy Gaza es Auschwitz. Aunque podamos ganar, a pesar de que el nazismo neoliberal tiene una dimensión totalizante.
En Gaza hay una cuestión psicoanalítica que es la identificación del estado sionista con los verdugos, con los nazis. Es un problema que sólo el psicoanálisis puede reconocer, pero lo cierto es que después que Auschwitz reapareció, la historia humana ha sido totalmente cambiada. Podríamos decir que la historia se acabó cuando Auschwitz volvió. Y qué nos queda hoy, en qué tiempo vivimos, si es un tiempo que está más allá de la historia. Estoy pensando, señala, que Freud se equivocó cuando dijo que el género humano se habría formado sobre el parricidio. Porque el parricidio existe en el inconsciente, existe en el deseo, en el revolucionario que fracasa, siempre. Inexorablemente, parece sugerir Berardi. La verdad es que la historia humana no comienza con el parricidio sino más bien con la carencia o la no posesión de la palabra. Ni en italiano ni en español hay una palabra capaz de definir el acto fundador de la historia humana. Por el contrario, en la historia monoteísta del mundo blanco, tanto griegos, como judíos o árabes reivindican, desde Agamenón hasta Abraham la muerte de un hijo frente a lo cual Dios permanece impasible. En todos los casos, se trata de asesinos de los hijos, que bien podrían parangonarse con los grandes líderes, sean Putin o Zelensky, que sugieren que ahora está ocurriendo otra cosa, que no es la vuelta del antifascismo ni las guerras de liberación. Es el fin de la historia humana que conocimos y que la política puede llegar a conocer, con su pensamiento débil, con su imposibilidad de desentrañar lo complejo, añado por mi cuenta. El ocaso final de la historia humana -continúa Bifo- no sobrevendrá solamente de una guerra nuclear o del desastre ambiental, sino especialmente de una decisión consciente e inconsciente de las mujeres del (norte del) mundo de no engendrar, de no proporcionar hijos para que sean asesinados por la figura de esos padres criminales. Una decisión de no reproducir la raza humana, no reproducir el género humano, simplemente porque el género humano ha fracasado y lo único que podemos esperar es que esta historia, horrible, termine.
Berardi profundiza esta tesis de manera impresionante: “Esta es la primera vez que surge un problema como este. Ahora es posible tener relaciones sexuales sin procrear gracias a la anticoncepción y la generación digital renuncia cada vez más a la sexualidad. La fertilidad masculina se ha desplomado (una caída del 58% en los últimos 40 años), debido a la proliferación de microplásticos, como explican Shana Swan y Stacey Colino en el libro “Count Down”. Pero, sobre todo, en todo el norte del mundo, las mujeres parecen decididas a no procrear: huelga de natalidad.
Hay una nueva literatura feminista sobre este rechazo masivo: la coreana Cho Man Joo, la japonesa Murata Sayaka, la española Sara Mesa, etc... ¿Es una renuncia a la continuidad de la humanidad? Sí, tal vez lo sea. ¿Entonces? Tengo que ser honesto: el cambio climático convierte la vida humana en un infierno y cada vez será más así. La guerra ha vuelto al centro de la escena mundial. El peligro nuclear es cada vez más realista. ¿Por qué deberíamos generar gente infeliz? ¿Quién dijo que la humanidad debe continuar aunque ya no existan las condiciones para la vida? Y por último: ¿quién dijo que el horror es mejor que la nada? ¿Preferimos una vida de tormento, miseria, violencia, esclavitud o nada? No prefiero nada y creo que las mujeres de todo el planeta piensan lo mismo. Consciente o inconscientemente avanzan hacia la autoextinción de la humanidad. Mejor nada que Gaza, mejor nada que Javier Milei, mejor nada que una guerra nuclear. Una directora libanesa, de Nadine Labaki, en la película “Cafarnaúm” muestra a Zain, un niño sirio de doce años, que vive como refugiado en Beirut en las terribles condiciones que podemos imaginar. Detenido y llevado ante un juez, Zain pide poder denunciar a sus padres. Cuando el juez le pregunta por qué, él responde: porque ellos me trajeron al mundo. Hemos perdido la batalla de humanizar el mundo, hemos perdido la batalla de detener el infierno climático. ¿Queremos seguir trayendo al mundo desgraciados que nos maldecirán? ¿Por qué deberíamos hacerlo? ¿Para que alguien continúe la batalla que perdimos?”. En síntesis, hemos perdido la batalla, ha sobrevenido el horror, la muerte de los hijos es el futuro posible y no estamos autorizados a suponer que el horror es peor que la nada.
En su libro sostiene que la mediasfera controla la psicosfera, lo que hace imposible la empatía por los demás. Así, la depresión y el consumo de analgésicos sintéticos son un síntoma de decadencia por la falta de futuro. La mediasfera modela las condiciones de formación de la psicosfera y modela las modalidades cognitivas mismas. Mi libro tiene un subtítulo: “Interpretación de la depresión”. Significa que la depresión no es sólo un fenómeno psicopatológico, sino también una forma de adaptarse a una realidad social cada vez más solitaria y competitiva. La competencia produce agresión, pero también frustración. ¿Por qué seguir compitiendo? Quizás la palabra “depresión” esconda algo que no es nada patológico. Quizás la depresión pueda convertirse en la salida. Hillman dice que la depresión es la condición mental más cercana a la verdad. Planteo la hipótesis de que lo que llamamos “depresión” es simplemente la renuncia a la raza, a la competencia, a la guerra de todos contra todos. El neoliberalismo nos ha engañado pensando que si trabajamos duro, si aceptamos ser explotados, si luchamos, al final ganaremos, nos haremos ricos. Milei ganó las elecciones con esta ilusión. Pero es una ilusión, un engaño: en la carrera económica casi nadie gana, todos pierden, y siguen corriendo y corriendo, siendo explotados, teniendo hijos que luego te obligan a aceptar chantajes, etc. La depresión puede ser una salida a este infierno”. “¿Qué futuro? ¿Quién dijo que habrá futuro? Me parece que a estas alturas es mejor reconocer que el juego está amañado y es mejor abandonarlo. ¿Por qué no formular la hipótesis de que la historia de la civilización humana ha llegado a su fin? Quizás seguirá existiendo una humanidad sin civilización, una historia de agresión, de violencia, de guerra. Y seguirá existiendo una civilización que ya no es humana, formada por autómatas idiotas que llamamos “inteligencia artificial”. Civilización inhumana y humanidad incivilizada”.
El pesimismo irreversible, la frustración y la sensación de derrota definitiva que expresa Berardi conmueve y preocupa. No solamente ensaya nuevos significantes, sino que ratifica la devaluación de la política. Y esa postura se hace más impactante porque en su tesis intenta interpretar un clima de época planetario. Ese punto proporciona una ventana para rediscutir este final preanunciado. Las tesis del autor de “Desertemos” fueron criticadas desde distintas perspectivas. Una de ellas, justamente, se deriva de la pretensión de totalidad mediante la que se intenta expresar una época y tiene la particularidad de no ser una respuesta al intelectual italiano sino el desarrollo de una mirada geopolítica y filosófica no occidental.
Kishore Mahbubani es un politólogo, escritor, intelectual y diplomático singapurense que fue Secretario del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Es interesante contrastar su mirada con la de Bifo a pesar de que ese entrecruzamiento nunca se haya producido. Mahbubani dice otras cosas sobre el mundo y nuestra época, que conviene examinar. Advierte que hace unos doscientos años, Napoleón pronunció una frase digna de ser evocada: “Dejen que China duerma, porque cuando despierte, el mundo temblará. A pesar de esta advertencia, occidente eligió dormirse en el preciso momento en que China y la India, junto al resto de Asia, se despertaron. ¿Por qué ocurrió esto? Estoy aquí para intentar responderlo. ¿Qué quiero decir con que Occidente eligió dormirse? Me refiero a la incapacidad de Occidente de reaccionar de manera inteligente y consciente ante un nuevo escenario mundial que obviamente ha sido creado por el retorno de Asia. Como amigo de occidente me angustia esta situación, entonces mi objetivo hoy es intentar ayudar a occidente. Pero tengo que explicar la historia explicando cómo occidente despertó al resto del mundo”. Desde el año 1 de nuestra era hasta 1820, explica, las mayores economías siempre fueron las de China e India. La economía de Europa floreció hace apenas 200 años, seguida por la de Norteamérica. Algo que también sostenía de manera contundente el maestro Enrique Dussel. Entonces, la aparente continuidad de los últimos años dista de ser una normalidad para transformarse en una aberración histórica. En un instante singular donde occidente se ve a sí mismo como el centro planetario. Pero todas las aberraciones llegan a un final y esto es lo que comienza a observarse. Mientras occidente se sume en una crisis, la misma que describió Berardi, es la que lleva a Mahbubani a preguntarse: ¿quién despertó a China y a la India? La única respuesta seria que encuentra es que fue la propia civilización occidental la que lo hizo.
Bien sabemos que occidente fue el primero en desarrollarse, en transformarse, sobre todo a partir del descubrimiento de América, la colonización y el advenimiento del Iluminismo y la Modernidad, en lo que fue quizás el primer movimiento globalizador. Más allá de que durante siglos utilizó su desarrollo para colonizar y dominar, con posterioridad debió compartir sus conocimientos y adelantos con el resto del mundo por los motivos que ustedes puedan imaginar. Mahbubani cree que la llegada de occidente a un país pobre como Singapur, por entonces una colonia inglesa, donde nació en 1948, le permitió salir de la condición de extrema pobreza que padecía cuando niño, sufriendo incluso malnutrición. De esta manera vivían en esa época, las ¾ partes del mundo. El impacto de la sabiduría intelectual le permitió a él y a una mayoría aplastante de la población mundial conocer los adelantos europeos y participar de algunos de sus beneficios socio económicos. Los que habitualmente proporcionan los imperios. Uno de los patrimonios que compartieron los europeos fue el arte (sic) del conocimiento. Un conocimiento que, siguiendo nuevamente a Dussel, le permitió a China descubrir por sí misma la imprenta e imprimir papel moneda 7 siglos antes que los anómalos habitantes del centro del mundo.
Tenemos entonces que el conocimiento no fue un invento de occidente. Todos los pueblos del mundo lo cultivaron y todas las culturas tuvieron una filosofía que les permitió crecer en medio de los conflictos que resultan usuales entre los seres humanos.
Lo que oriente no tuvo fue un feudalismo, una edad media que, con el desarrollo de las fuerzas productivas, entronizara a las burguesías como nuevas clases dominantes europeas. Eso propició que Europa pudiera desarrollar con mucha más velocidad ese conocimiento y transformarlo en una verdadera revolución científica y técnica que le permitió resolver innumerable cantidad de problemas prácticos. A partir de ese momento, Europa contribuyó a realizar en oriente tres revoluciones decisivas. La primera de ellas fue la económica, la creación de una economía liberal de mercado que ha crecido sin parar y de manera aluvional incluso en países comunistas como China o Vietnam. La segunda revolución fue la psicológica. Nuestro autor cree que hace apenas dos generaciones en oriente se creía que el destino de las personas y los pueblos estaba escrito de antemano y que ese determinismo no se podía modificar. A partir de la segunda mitad del siglo pasado, ese sistema de creencias asiático comenzó a trastocarse. Los sujetos comienzan a pensar que pueden incidir en su propio bienestar y se desarrolla una idea de futuro sobre la que habremos de detenernos más adelante. Se desarrolla un auge del espíritu “emprendedor” (la gran esperanza del capitalismo en occidente) en los asiáticos, algo que puede observarse claramente si se visita la región. Este cambio psicológico desata a su vez la tercera revolución: la de la buena gobernanza. La administración por parte de políticos que están a la altura de las complejidades actuales donde el pensamiento débil de nuestra clase político, al parecer, no tendría lugar. Pero aquí se marcaría una diferencia drástica.
Nadie piensa desertar porque las sociedades, la economía, las subjetividades y los gobiernos son vistos de otra manera. Como consecuencia de la buena gobernanza, verán que en Asia hay mejor atención sanitaria, mejor educación, mejor infraestructura y mejores políticas públicas. Sociedades milenarias, atrasadas, colonizadas durante siglos han comenzado a proporcionar a sus habitantes un bienestar constante, aunque seguramente no equitativo. Pero aun así, la tendencia se mantiene. Después de haber transformado el mundo la respuesta lógica y racional de occidente debió haber sido “debemos adaptarnos a este mundo”. Pero, en lugar de ello, occidente eligió dormirse. ¿Por qué ocurrió eso? Nuestro referente cree que ese proceso de aletargamiento se produjo por dos eventos importantes. El primero de ellos habría sido el final de la Guerra Fría. Una gran victoria que occidente obtuvo sobre el comunismo sin disparar un solo tiro. Pero esa gran victoria, que cambió el mundo en su totalidad, fue acompañada de la arrogancia y la soberbia, cuya mejor síntesis fue el libro de Francis Fukuyama “El fin de la historia”. Ese libro transmitía una conclusión para nada sencilla que occidente redujo a tres máximas breves: hemos triunfado, no debemos cambiar ni adaptarnos, somos los portadores de la razón última. En todo caso, sería el resto del mundo el que debía adaptarse a la nueva realidad. Y de esa manera actuaron. “Desgraciadamente, como un peligro opiáceo, este ensayo le hizo mucho daño al cerebro de occidente”, sigue expresando Mahbubani. Porque lo hizo dormir en el preciso momento histórico en el que despertaban China e India y occidente ya no pudo, paradójicamente, adaptarse a esos cambios.
El segundo evento, también de indudable gravedad, fue el 11-S, en 2001. Ese hecho enfureció a mucha gente, y la respuesta de occidente ante el primer ataque a su territorio continental fue la invasión a Afganistán e Irak. Quizás por esa pulsión de muerte desatada, occidente no prestó la atención debida a otro hecho de importancia gigantesca que también ocurrió en 2001: China se unió a la Organización Mundial del Comercio. Cuando se incorporaron de repente 900 millones de trabajadores al mercado capitalista, se produjo lo que el economista Joseph Schumpeter denominó la “destrucción creativa”. Un efecto seguramente no advertido por el nuevo capitalismo tecno financiero sobreviniente que sufrió y mucho hasta ahora. Los trabajadores occidentales perdieron sus empleos, sus salarios se estancaron, la gente se vio obligada a pensar en nuevas políticas competitivas para subsistir, los trabajadores tuvieron que volver a capacitarse pues necesitaban nuevas habilidades. Nada de eso se hizo, lo que derivó en que Estados Unidos se transformara en la única nación desarrollada, donde el 50% del ingreso medio de la población más pobre disminuyó durante treinta años seguidos, entre 1980 y 2010. De esta manera puede explicarse, al menos en parte, el acceso de Trump a la Casa Blanca en 2016, quien aprovechó el enojo de la población trabajadora blanca.
Algo similar acontecía en Europa. También en nuestro Sur. Así planteado este presente, y con su multiculturalismo radical, el sudeste asiático debería ser un territorio atravesado por inimaginables y violentos conflictos. No ha sido así. Por el contrario, es uno de los rincones más pacíficos y prósperos del planeta. Los resabios del terrorismo plantean un desafío para todo el mundo. La pregunta que Mahbubani se hace es si es lógico que un occidente que representa el 12% de la población mundial se arrogue el derecho de gendarme mundial o sería más razonable que cooperara con el 88% restante. La respuesta es una sola, y para el pensador hay un único lugar donde saldar esa conflictividad, un ámbito que Estados Unidos ha desdeñado, ignorado y despreciado: la ONU. Una organización con otras herramientas, mucho más democrática y capaz de contener las crisis de los pueblos y el colapso de las subjetividades. Mahbubani no es un revolucionario ni mucho menos. Pero cree que no es demasiado tarde para eso que denominamos occidente se recupere, lo haga a través de instrumentos pacíficos, respete las soberanías, los derechos, la equidad, la gobernanza, jerarquizando la convivencia y aventando la frustración y el miedo al futuro que, como vemos, parece ser un acervo casi exclusivamente occidental. Mahbubani concluye con la misma lucidez que llevamos recorrida: “Como viejo amigo de occidente, soy muy consciente de lo pesimistas que se han vuelto las sociedades occidentales. Muchos occidentales no avizoran un gran futuro por delante, no creen que tendrán una mejor vida. Por favor, no teman al futuro ni al resto del mundo. Puedo decirles con cierta convicción, porque como hindú y sindhi siento una conexión cultural directa con las diversas culturas que se extienden entre Teherán y Tokio. Allí vive la mitad de la población mundial”. Ese multiculturalismo, esa complejidad de las nuevas sociedades quizás, como dice Miguel Benasayag, nos demande declinar la idea marchita de la disputa por el poder estatal. Pero eso no nos impide estar cerca, fraternalmente unidos, incluso respecto de aquellos que viven en fabulosas, fantásticas y lejanas latitudes. Lo que queda no sería entonces desertar, sino recuperar la aptitud de buscarnos y estar juntos.
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