No son meros ritos y costumbres los eventos especiales en la Semana Santa cristiana; precisamente son algo especial y una invitación a la metanoia y al cambio. Por la humillación en la cruz, ocurre esa kenosis y, a la vez, esa metanoia del cuerpo crístico inmortal y universal que habla e interpela al ser humano. Por ello podríamos hablar de ese Cristo cósmico que Teilhard de Chardin exponía en sus obras: un Cristo cósmico que es a la vez un reflejo de injusticias y de amor, porque todos los agobiados, cansados, necesitados, humillados y, sobre todo, asesinados en las guerras del mundo también sufren la Cruz de Cristo; los que no tienen hogar, comida, o simplemente carecen de paz o de un poco de cariño. Desde ahí me extiendo yo hacia los miles de espejismos que se construyen en el mundo, en medio de los egos y las desavenencias, y que no han sido crucificados para renacer a la nueva vida. En palabras de Carl Gustav Jung, una gran parte del inconsciente colectivo de la humanidad vive sus frustraciones a través de violencias, guerras y muerte en el mundo; sinceramente, a esas personas que obran tan tamaño despropósito, en ningún momento se les puede llamar personas equilibradas, sino locos del poder o de la guerra. Son jinetes del Apocalipsis que han hundido a una parte del mundo en la privación, el hambre y la miseria —a veces la muerte—, han mancillado y roto la vida de las flores del mundo humano: sus niños y niñas, y no han aprendido la lección que dice la Palabra Sagrada: «Bienaventurados los constructores de la paz, porque ellos serán llamados los hijos de Dios». Que la oración abierta al mundo sea una llamada urgente para construir cada día la paz en brazos de ese Cristo Cósmico universal que derrama sus rayos de fraternidad en toda la tierra. Entonces, la plegaria de esta Semana Santa no será ya una utopía, sino una verdad universal que sembrará semillas de fraternidad en un Mundo Nuevo.
|