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La Casa Blanca

El fracaso de los partidos tradicionales favorece la aparición mesiánica de personajes que rompen el molde
Jorge Hernández Mollar
domingo, 13 de noviembre de 2016, 09:18 h (CET)
He preferido que se calmara el tsunami de opiniones que en todos los medios de comunicación y en redes sociales se han vertido sobre las elecciones en los EEUU, para sin esa presión y con una aun escasa pero prudente distancia, reflexionar brevemente sobre la conquista de la Casa Blanca a manos de Donald Trump.

No sintiéndome en absoluto identificado con ninguno de los dos candidatos a la Casa Blanca, sí considero que ha sido desproporcionada la reacción, casi histérica en algunos casos, de ciertos medios y partidos españoles por el resultado de las elecciones estadounidenses. Especialmente y con los antecedentes del agravio de Rodríguez Zapatero a la bandera norteamericana, me parece grave y perjudicial para los intereses de España los descalificativos e insultos que irresponsablemente han dirigido al electo Presidente algunos líderes de partidos de izquierdas.

Desde Europa y en especial desde España se ha organizado un verdadero show mediático, llegando incluso a asumir las encuestas como un deseo real y cierto de que la victoria estaba ya en manos de Hillary Clinton como si en ello nos fuera la vida y se nos hubiera borrado repentinamente de la mente, el calvario y el poco ejemplar fracaso de nuestra clase política, que hasta más de 300 días desde las primeras elecciones, no ha sido capaz de formar el gobierno.

Hemos juzgado al pueblo americano, como equivocadamente solemos hacer, desde nuestra óptica europea y con los mimbres que proporciona nuestra especial proyección socio-política. De esta manera el partido republicano parece representar a lo más conservador de la derecha europea y el partido demócrata a la progresía de la izquierda.

Y desde esta errónea visión distorsionamos la personalidad de los candidatos, sus apoyos electorales y el propio voto de los ciudadanos americanos. Ni Trump ni Clinton representan a la derecha e izquierda europea, ni tienen sus orígenes en una clase política profesionalizada. Ellos y sus familias disponen de considerables fortunas, son la imagen viva del capitalismo y puritanismo calvinista que se contradice con sus posiciones éticas y morales respecto a cuestiones que afectan a valores de la sociedad como la familia, el matrimonio, la igualdad de la mujer, el aborto o el racismo aunque les une el sentimiento de pertenecer a una sola nación que, eso sí, se antepone a sus diferencias políticas o personales.

El origen de estos liderazgos llamados populistas hay que buscarlo en la capacidad que demuestran para manejar las incertidumbres del momento. Nos rasgamos las vestiduras en España con Donad Trump cuando habla de levantar un muro en la frontera con Méjico, al mismo tiempo que Europa ha levantado dos gigantescas alambradas en las fronteras de nuestras dos ciudades españolas Ceuta y Melilla. La inmigración sea por razones económicas o como consecuencia de conflictos étnicos o políticos está desbordando las fronteras o límites territoriales de los Estados en el mundo y ha superado ya la imaginación de los líderes para hacer frente a este fenómeno universal.

Frente a una sociedad como la estadounidense, muy dividida en cuestiones como la corrupción, la legalización de la marihuana, el matrimonio de los homosexuales, la restricción de armas, la pena de muerte, la imposición de un salario mínimo o de una sanidad pública la balanza se decanta a favor o en contra de quien mejor manipula la voluntad de los ciudadanos en cada uno de los Estados.

El fracaso de los partidos tradicionales para afrontar estos u otros temas, sea en Estados Unidos o en Europa favorece la aparición mesiánica de personajes que rompen el molde del político al uso y arrasan con un verbo fácil, agresivo y despreciativo hacia la cosa pública, como fue el caso de nuestro inolvidable Jesús Gil en Marbella, con rasgos muy similares a los del controvertido Donald Trump.

El desencanto que ha despertado Hillary Clinton en la clase media ha provocado también la desafección de los propios demócratas y ha facilitado el camino a su contrincante después de que éste le hubiera mostrado durante la campaña el desprecio personal más displicente, por cierto muy similar al que demostró tener el entonces candidato Sánchez del partido socialista hacia Mariano Rajoy. Ambas campañas se han significado por lo desabrido y desalentador de sus formas y contenido.

Finalmente, un aspecto que me parece muy relevante pero poco destacado es el que diagnostica el periodista Harold Meyerson en las páginas del Washington Post. En Rusia Putin recogió el desencanto que produjo en el pueblo ruso la caída de la Unión Soviética y se ha propuesto devolverles su orgullo nacional. Por su parte Trump promete “hacer América grande de nuevo”. La afinidad entre ambos líderes es patente y se han cruzado elogios mutuos : para el presidente ruso, Trump es “una persona con mucho talento”; para el candidato republicano, Putin, es un “líder fuerte”. La cúpula del Partido Republicano hace bien preocuparse: si hay un Putin en Rusia, ¿por qué no puede haber un Trump en EEUU?. Habrá que esperar la respuesta.

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