La contrariedad que ha suscitado la victoria de Donald Trump en las presidenciales estadounidenses ha quedado patente en muy gran parte de los medios internacionales, donde se puede observar cómo no ha acabado de resultar el magnate de azafranado cabello del todo grato a unos u otros de los posicionados en frontales flancos del eje izquierda-derecha. Sí, en cambio, parece complacer a los escorados más hacia la derecha del susodicho eje que habitan distintos países del continente europeo, como la señora Lepen en Francia, o a más desde nuestro punto de vista exóticos líderes, como el máximo mandatario de Corea del Norte, allá por los contornos del Asia-Pacífico. Ahora bien, el más relevante de los dirigentes encantados con el tan traído en los últimos días escrutinio electoral norteamericano ha sido el célebre e incombustible Putin, quien parece ser que oculta en la faltriquera de sus expectativas algunos intereses que con Trump al frente del cortijo del Tío Sam quizá puedan tener mayores visos de materialización. Veremos a ver qué pasa finalmente. De momento todo son cábalas: por ejemplo, se apunta que va a desmantelar la OTAN, ante lo que Europa empieza a valorar la posibilidad de organizar su propia defensa, cosa que se antoja “a priori” peregrina dado el gasto que comportaría y el estado exangüe de las arcas de la Unión en estos momentos de inducidos recortes a toda hora. Ciertamente, por otro lado, un supuesto desmoronamiento de la OTAN conectaría a la perfección con la alianza yanqui con Rusia, si tomamos en consideración la teoría del “corazón continental”, de Halford J. Mackinder, según la cual el emplazamiento ocupado por Rusia sería el epicentro sobre el que pivota la lógica geopolítica mundial dada su estratégica posición. Si USA hiciera dejación de su tarea militar a través de la Alianza Atlántica, Europa quedaría desguarnecida ante la amenaza islamista, verbigracia. Rusia por su parte podría haber acordado con Trump una accesibilidad por dichas vías estratégicas a cambio de que mire hacia otro lado en tanto que Putin desarrolla una política exterior expansionista de carácter, se me ocurre, paneslavista sobre las exrepúblicas soviéticas. Así las cosas Europa apenas tendría capacidad de acción, conservando Estados Unidos su hegemonía a través de una lógica distinta a la de la Guerra Fría.
Y todo quedaría envuelto por el vaho de postración económica que lleva asolando al mundo ya en torno a una década. La crisis se ha cebado con los países en un contexto en el que las diversas culturas y concepciones del mundo se entremezclan sin entenderse ni mostrar voluntad de hacerlo. El futuro a corto-medio plazo parece tender hacia un incierto panorama. Veremos.
También se han comentado mucho en los más diversos mentideros las salidas de pata de banco desarrolladas por el magnate durante la campaña, recordándose asimismo lances que evidenciaban su conducta “no del todo elegante” en distintos momentos de su trayectoria humana y empresarial.
Ciertamente, cuando se nos ofrece el “collage” de tantos exabruptos, procacidades, histriónicas y pantomímicas escenificaciones, etc. en conexión con el sentido espectacular a través del que se concibe el juego político en Estados Unidos, frente a nosotros se erige un conjunto verdaderamente grotesco, esperpéntico. Sin duda, la realidad muchas veces supera a la ficción, como se suele decir, y esto lo indico porque tras la pérdida del gran Francisco Nieva, pareciera como si Trump hubiese irrumpido en el panorama global, en el gran escenario-mundo, cual si de uno de los peculiares personajes del genial dramaturgo manchego se tratase (no en vano Trump ha hecho sus pinitos en las artes escénicas).
Nieva, como aventajado discípulo de Valle-Inclán, supo manejar ciertos recursos deudores del esperpento que son molde perfecto en el que encajar al magnate de anaranjada tez. Por ejemplo, el dragón Mal-Rodrigo de “Pelo de tormenta” sería un molde donde el próximo presidente de los USA encajaría a las mil maravillas en lo que es según palabras del autor una “fiesta para locos” inspirada en una España franquista tan de sainete como lo es el Occidente actual. Trump, como Mal-Rodrigo, es despótico, libidinoso, acreedor de cierto magnetismo y un tanto desconcertante. ¿A caso no sería escenográficamente asimilable la campaña que ha llevado a cabo Trump con la puesta en escena de “Pelo de tormenta” que Magda Ruggeri Marchetti refería de la siguiente manera?: “Todo el montaje es una fiesta de los sentidos que apela más a los instintos que al intelecto. Deseo, religión, sexo, se mezclan en la obra creando una atmósfera de pecado y represión, de crueldad y lúdico desenfreno” (cf. en “Texto y representación en dos obras contemporáneas”, “Revista de Estudios Culturales”, nº 11, 1997, p. 215). Además, dicha obra es encasillada por el propio Francisco Nieva en su “teatro furioso”, al que Isabel Román Román caracterizaba afinadamente: “El ‘teatro furioso’ de Nieva, en general obras breves en la lectura, declara una vocación particular de espectáculo, por lo que el resultado depende en gran medida de su relación con el grupo que decida el montaje” (cf. “Relecturas del teatro popular en la vanguardia teatral de los años 60”, “Anuario de Estudios Filológicos”, vol. XXVIII, p. 269). Así las cosas, el “show” de Trump emparenta con obras como “Pelo de tormenta” en tanto que teatro abierto a la entrada de las más variopintas disciplinas artístico-performativas, en el que siempre queda un grande espacio para la improvisación. El problema en el caso de Trump es que nadie acaba de saber distinguir lo que es improperio soez de cara a la galería, de lo que son propuestas programáticas prestas para tratar de ser aplicadas.
Curiosamente, inspiradas en la hilaridad que generan personajes como Trump, surgen obras como las de Nieva, que, además de suscitar también hilaridad por las vías de la edificante creatividad contestataria, dejan un rastro de simpar legado cultural.
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