Fueron muchos los que no dieron un duro por su candidatura y más los que se apresuraron a descalificarle, a tacharle de incapaz, de ser una desgracia para la nación americana, de ser un inepto, un misógino y un peligro para la clase trabajadora de la nación americana. Trump era la personificación del mal, de lo peor que les podía pasar a los norteamericanos y un precursor de la gran hecatombe que amenazaba caer sobre el país del águila calva si él alcanzaba la presidencia. De momento, señores, nada de nada. Se ha intentado por todos los medios –empezando por la prensa que se ha ensañado con él durante toda su campaña–, de poner en cuestión la limpieza de los escrutinios, se ha hablado de la injerencia de Rusia en la campaña, incluso la señora Clinton, que tuvo un gesto de nobleza al felicitar al vencedor y reconocer su derrota, quiso adherirse a la campaña que pretendía crear dudas acerca de la legalidad de la victoria del republicano.
La señora Jill Stein, candidata del partido Verde, solicitó y pagó de su bolsillo el recuento de los votos de Wisconsin. Después de la revisión de más de tres millones de boletas los resultados finales sólo cambiaron en el sentido de 1800 sufragios respecto a los 22.000 votos en los que Trump aventajó a Clinton en aquel estado. En Pensilvania y en Michigan, donde los rivales del magnate republicano intentaron poner en cuestión los resultados, sendos tribunales impidieron que ello se pudiera producir. En definitiva, que cualquier sombra de pucherazo quedó definitivamente descartada, dejando en ridículo y mal parados a aquellos que pretendieron poner en cuestión la legítima victoria del señor Trump. Aun así, los hay que no dan su brazo a torcer y siguen confiando en que, a pesar de los 306 votos electorales de Trump frente a los 232 de Clinton, cuando se reúna el Colegio Electoral, el 19 de diciembre, para votar la elección del nuevo presidente de los EE. UU, al menos 37 votos de los representantes del Partido Republicano ¡votarán en contra de Trump! No se dan cuenta, los que sueñan con utopías, que, de producirse un escándalo semejante, el Partido Republicano habría firmado su sentencia de muerte y el caos político que se podría producir, afectaría tanto a demócratas como a republicanos.
Como no podía ser menos, en España, donde las simpatías por América de muchos de sus ciudadanos, son perfectamente descriptibles; la mayoría de los medios de comunicación, en este caso de derechas y de izquierdas, se rasgaban las vestiduras ante la presencia de una candidatura de la llamada extrema derecha americana, que todos calificaban de absurda, locura, dictatorial y poco menos que una maldición para el país americano y para el resto del mundo, de modo que, para todos ellos, traería con seguridad múltiples desgracias a los antiguos aliados del gran país americano. Pero quienes, de verdad, pusieron el grito en el cielo, despotricaron, insultaron, descalificaron y se mostraron dispuestos a colaborar en la campaña de rechazo y repudio del candidato republicano ( algo en lo que, algo nunca visto, parece que coincidieron con algunos de los republicanos americanos, que le negaron el apoyo a su propio candidato) fueron, sin duda, las izquierdas españolas, alarmadas ante la posibilidad de que un presidente de derechas y, por añadidura, multimillonario, pudiera ocupar la presidencia del país americano en sustitución de su ídolo, Barack Obama, más de su gusto y considerado por los izquierdistas como menos peligroso para sus designios, especialmente después de que se restablecieran las relaciones con la comunista Cuba de los Castro.
Es evidente que, en crear este clímax anti Trump, han tenido mucho que ver el matrimonio Obama, que no han dejado de atribuirle defectos, improperios y descalificaciones. No obstante, si queremos fijarnos en los años de gobierno del señor Obama, después de una espectacular victoria que lo situó como la máxima esperanza de los demócratas, blancos y negros; a medida que ha ido transcurriendo su mandato, aquellas expectativas tan optimistas se fueron enfriando, sin que el sector hispano, la gente de color y los que confiaron en una sanidad para todos los americanos hayan visto cumplidos sus deseos; mientras la nación americana, en política exterior ha visto disminuir su prestigio, permitiendo que los rusos del señor Putin se fueran apuntando pequeñas victorias, ante la impasibilidad del gobierno americano que no ha sido capaz de reaccionar, como en el caso de Ukrania, permitiendo que Rusia se anexionara la península de Krimea, un logro que ha situado a Putín en la cumbre de la aceptación por los ciudadanos rusos.
Es obvio que no se sabe lo que puede llegar a ocurrir con este nuevo presidente, pero, de momento, ya ha conseguido congraciarse con sus detractores de Silicon Valley; la economía americana sigue mejorando, su moneda continúa firme y sus valores siguen una cadena ascendente en las bolsas mundiales. No se ha producido la anunciada catástrofe, ni ha entrado como elefante en cacharrería arrasando, antes bien, da la sensación de que está valorando concienzudamente cada uno de los pasos, como se ha demostrado en el cuidado con el que ha elegido a sus colaboradores para el nuevo gobierno.
Ya los habituales inconformistas, los que siempre equiparan riqueza con maldad o, lo que es todavía peor, con ignorancia, incapacidad, dilapidación o explotación de los trabajadores, han salido disparados a criticar el nuevo ejecutivo del señor Trump, acudiendo a los viejos tópicos de comparar las fortunas de los nuevos ejecutivos con lo que ganarían un número indeterminado de familias. Yo les propondría a estos ilusos, a estos que no saben nada de economía y sí mucho de demagogia, de confundir riqueza con idiotez y con la intención de machacar a las clases trabajadoras, que muchas de las sociedades presididas por los nuevos ejecutivos del gobierno de los EE.UU dan de comer a cientos de miles de trabajadores y a sus familias, que tienen compromisos de ayudas sociales y préstamos para la educación de los hijos de sus trabajadores, bonos, locales de guarderías y toda una serie de adelantos sociales que ya quisiéramos tenerlos en nuestro país.
Dos ventajas. La primera, que todos ellos son verdaderos expertos en las funciones que les han sido atribuidas, no como ocurre en España que meten en el gobierno a cualquier chiquilicuatre por el sólo hecho de pertenecer al partido vencedor en las elecciones (echen ustedes un vistazo a los dirigentes de todos los partidos de nuestro arco parlamentario y saquen las oportunas conclusiones) y en segundo lugar, el que todos ellos no dependan de su sueldo para poder vivir los convierte en personas que no buscan en la política el lucro personal aunque, es evidente, que el prestigio y el poder que adquieren, pueden ser un verdadera acicate para ellos. Personas que han sido verdaderos linces en las finanzas, que han sabido subir sus empresas de la nada hasta los primeros puestos de las industrias mundiales, son lo que verdaderamente interesan para gobernar un país, que tiene retos tan importantes como tener en sus manos las llaves de toda la economía mundial y que deben enfrentarse a economías emergentes como la China, la India, Corea del Sur o la república Rusa que parece que ha entrado de nuevo en una época de autoestima, después de que quedara despedazada como consecuencia de la caída del Telón de Acero y la economía comunista.
No es tan malo que las tensiones entre Rusia y los EE. UU pudieran reducirse por un mejor entendimiento entre ambos presidentes y, ahí es donde le duele a la Comunidad Europea, nadie tiene derecho a recriminarle al señor Trump el que quiera que los europeos se hagan responsables de sus problemas y solucionen por sí mismos aquellas circunstancias que amenazan sus fronteras, como es el caso del EI o el acoso de Rusia a los ucranianos. Han sido los europeos los que se han relajado en el tema de la defensa de la comunidad, confiando que “el hermano” americano, como ya ha sucedido en varias ocasiones, sería el que vendría con sus soldados y armamento a sacarles las castañas del fuego cuando, por sí mismos, no han sido capaces de hacerlo. El poner en marcha un ejército europeo capaz de enfrentarse a los retos militares que, potencialmente, pudieran venir desde fuera de sus fronteras supondría, al menos, una inversión de 90.000 millones de euros ¡Ahí es nada!
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos como, incluso aquellos que, como el cocinero español José Andrés, quiso usar las elecciones americanas para adquirir más prestigio jugando, como él confiaba en que, la señora Clinton, ganara de calle las elecciones, se atrevió a desafiar al señor Trump porque éste se había mostrado partidario de devolver a los sin papeles a su país y construir un muro en la frontera de México, renunciando a abrir un restaurante en la torre Trump, cuando ya lo tenían contratado. Trump lo demandó por 10 millones de dólares y, él también lo denunció para contrarrestar la denuncia de Trump. Ahora, el mismo José Andrés, sin duda preocupado por la mala elección que hizo y por la cuantía de la demanda, sugirió a Trump que dejaran en tablas el tema y se retiraran ambas denuncias. En ocasiones el esperar a ver que ocurre, el “wait and see” de los ingleses, es una sabia costumbre.
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