Jesús de Nazaret fue clavado en la cruz por encargo de la casta sacerdotal de aquel tiempo, donde murió tras indescriptibles torturas y una larga agonía. Pero a pesar de los 2000 años transcurridos, hasta el día de hoy sigue colgado en la cruz en miles de imágenes eclesiásticas, lo que se podría considerar como una forma de desprecio y negación de aquel que se convirtió en nuestro Redentor, el Resucitado. En los siglos posteriores las fuerzas antagonistas han seguido de forma imparable crucificando también Su enseñanza, cubriendo con el nombre de «cristiano» sus rituales y cultos paganos, y construyendo sobre ella un edificio de dogmas y ritos. Las sencillas enseñanzas de amor a Dios y al prójimo se sustituyeron por dogmas, rituales, cultos y enseñanzas eclesiásticas, crucificando así la enseñanza de Jesús. Que el cuerpo inerte de Jesús de Nazaret siga colgado en el crucifijo no es casualidad, para las tinieblas simboliza la supuesta victoria sobre Jesús, el Cristo, y Su enseñanza.
La asesina pretensión de las fuerzas antagónicas que han pretendido desde el principio disolver la Creación, se refleja en las aberraciones humanas a lo largo de la historia de las llamadas religiones. Asesinatos, mentiras, falsedad, torturas y crueldad son desde el principio el plan y la aspiración de aquel que, como dice Jesús a través de la profecía para el tiempo actual, viene desde abajo, y Él lo llama el demonio.
Dios, el Eterno, está a favor de la vida, está a favor de Sus criaturas, que son creadas incesantemente, que toman forma para encontrar su hogar en el infinito y eterno Reino del amor. Esto es lo que quería y quiere evitar el adversario.
Una y otra vez Dios, el Eterno, desde el Reino de la existencia eterna envió a Sus seres de luz, mensajeros de luz, que explicaban a los seres humanos el camino de la Verdad. Pero una y otra vez fueron perseguidos, calumniados, escarnecidos y hasta asesinados. La persecución no acababa con el fallecimiento físico de los profetas de Dios. El asesinato moral, difundido por el mentiroso, siguió obrando en la falsificación de la palabra dada por Dios». Estos objetivos fueron perseguidos por la casta sacerdotal, la que introdujo religiones y cultos que servían al adversario y no a Aquél que envió a los mensajeros de luz, El Creador de todo lo que vive.
Desde el principio el asesino y mentiroso dibujó una imagen de Dios que en realidad le retrataba a él mismo, y no al ser de la eternidad, que es Bondad, Mansedumbre y Amor, que es la Verdad y la Vida. El adversario dibujó una imagen horrorosa de «Dios»: Vengativo, castigador, deseoso de sacrificios de sangre, de dolores y sufrimiento, y así se Le describe hasta el día de hoy. Esta es la espantosa imagen deformada que corresponde al padre de la mentira, y no al Padre del amor que nos enseñó Jesús.
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