Domingo, 21 de mayo: la greca tótem Cibeles se regocija con la noticia de que el Real Madrid se laurea con la liga. Domingo, 21 de mayo: Ferraz se deshace en gritos de júbilo y cánticos internacionalistas, festejando la victoria de Pedro Sánchez.
El pasado 1 de octubre de 2016, el Comité Federal del PSOE, luego de sufrir los dos peores resultados históricos del partido, se reunía. La porción liderada por Susana Díaz, la sultana andalusí, en la que se integraban no pocos ilustres barones, como Puig, Vara, Page o Lambán, e históricos mandatarios, como Felipe González, Zapatero, Rubalcaba o Guerra, ansiaba decapitar al culpable del fracaso: Pedro Sánchez. El matritense contaba con pocos apoyos. Los augurios se hicieron realidad; y, entre pizzas y dolor en muchos militantes, el secretario general fue destronado. Hernando, defensor del “no es no” supo saltar a la trinchera enemiga, y pasó a ser el portavoz de la “abstención”. Se impuso la Gestora, comandada por el barón astur, Javier Fernández, que no votó contra Rajoy en su investidura, permitiéndole gobernar. El Juego de Tronos en que se había transformado el PSOE no supo sacar inmediatamente beneficio de las luchas intestinas de Podemos y los mares de corrupción que anegan al PP. Tras una estrepitosa caída, en la que se conformaron con el bronce, según las encuestas, en el último mes volvieron a apoderarse de la plata. Pedro Sánchez, ese apuesto militante que había recorrido en coche las agrupaciones íberas para recabar apoyos entre las bases, reprodujo la operación que le llevara en 2014 a la cúspide del PSOE. El cadáver político no estaba muerto.
Patxi López sorprendió presentándose contra Pedro Sánchez y ¿Susana Díaz?. Muchos socialistas sanchistas lo acusaron de ser un elemento del aparato para fracturar al antisusanismo. Sus apoyos, no obstante, lo ensalzaban porque era el único capaz de “frenar el choque de trenes” que puede acarrear “la desaparición del Partido”. Pedro Sánchez trocó su “no es no” por un “sí es sí”, que pretendía sintetizar un proyecto escorado a la izquierda, que renegara de su acercamiento a Ciudadanos en detrimento de los morados. La candidatura del madrileño anunciaba que su partido sería la única alternativa a Rajoy; y quien hablaba no era el candidato de Díaz del 2014, sino el mártir ejecutado torticeramente el 1 de octubre. Susana Díaz fue la última en batallar, aunque pocos militantes no contaban con ella. Sin embargo, ese animal político que es la sevillana pulsó mal sus teclas. Se revistió de una guardia que ha decepcionado al Partido —“Queremos al González del ´82, no al del 2016”, jaleaban cientos de socialistas—, llevó a cabo una maniobra lícita pero poco estética para apartar a Pedro Sánchez, se granjeó fama de subalterna de la derecha —imperdonable entre la militancia—, presentó su documento muy tardíamente y, como se evidenció en el debate, pecó de haberse “dicho y desdicho” de sus dogmas de hoy. Como saben, a excepción de Andalucía, en donde ganó la emir, y en Euskadi, donde sobresalió el guadari de la centralidad del PSOE, el resto del Estado coronó a Sánchez. El de Tetuán se imponía con poco más del 50%, una cifra insospechada, pese a los amagos de los avales.
La victoria de Sánchez hace replantearse varias cuestiones al PSOE. La primera, es cómo limitar el poder del Aparato. En el recuento de votos, asistimos escandalizados a cómo Susana Díaz había tenido más avales en Andalucía que votos. ¿A qué se debe? El aval es un apoyo público, mientras que el voto es privado: ¿tanto miedo da opinar? También, como advertían muchos analistas, el futuro del PSOE, más que del vencedor, va a depender de la generosidad el perdedor. Por el momento, Díaz está dando muestras de querer zurcir el partido, y no ahondar en la brecha; al contrario que Corcuera, ex-ministro de una ley de la que algunos puntos fueron declarados inconstitucionales, que se dio de baja del partido, tras columbrar que su candidata no había resultado vencedora, convirtiéndose en el anti-ejemplo de primarias, que han de robustecer y no flaquear al Partido. Finalmente, el nuevo PSOE que se levanta es un PSOE muy alejado al de hace unos años. Otrora, el PSOE depositaba su altavoz a El País. Este periódico, símbolo por antonomasia del progresismo español, ha sido ninguneado; y su reacción fue una furibunda editorial el lunes 22 contra Sánchez, cuya elección era comparada con el Brexit.
España ha cambiado, y ha provocado que antiguos adversarios caminen por la misma senda y que eternos camaradas separen sus caminos. Este cambio ya afloró en el año 2014, con la muerte del bipartidismo y la irrupción de Ciudadanos y, sobre todo, de Podemos. Hoy, 2017, con uno de los pilares del Régimen del 78, el PSOE, totalmente distinto, podemos advertir que la transición a este nuevo orden político ha terminado. Ahora, empieza el nudo. Esperemos que el desenlace sea satisfactorio.
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