La visita del Santo Padre a Méjico y Cuba representa un audaz y necesario toque de atención del representante de la Iglesia a los Gobiernos y sociedades mejicana y cubana, para que abandonen el sendero por el que marchan y retornen a otro más civilizado de pacífica y justa convivencia civil.
Méjico es un país paradigmático en la evolución político-social de un sistema en que la corrupción y la violencia se ha asentado desafiando al propio Estado. País que tras la revolución política que padeció, procuró implantar un sistema social-liberal avanzado sobre la base de la hipotética defensa de los derechos civiles, con soporte ideológico y metodológico masónico-liberal, que acabó derivando en un sistema de partido único (PRI) bordeando la esencia del propio sistema democrático, que le sumió en una grave corrupción política, y progresivo deterioro político y social.
Sin embargo, este país que cuenta con unos grandes recursos naturales –incluidos los petrolíferos- junto al gran vecino del norte (EEUU), tiene unas grandes bolsas de pobreza, junto con grandes personajes afortunados que encabezan la lista de los más ricos del mundo. Siendo, por tanto, un país de contrastes en el que existe una oligarquía caciquil, agraria y terrateniente, que ha evolucionado hacia los nuevos negocios, y una clase trabajadora pobre, especialmente la agraria; junto a ella subsiste una clase media en las ciudades, que sobrevive en el sector servicios. Luego resulta una estructura socio-económica injusta, que además padece una clase política con alto grado de corrupción. Algo que se ha agravado, en los últimos años, con la aparición de importantes mafias dedicadas al tráfico de drogas y a la trata de blancas, que compiten por hacerse con sectores del negocio, habiendo contribuido con ello a un alarmante crecimiento de la violencia y el crimen, que no han podido llegar a ser controlados y reducidos por un Estado que se muestra incapaz de ello. En cuanto a la situación de la Iglesia, no es mucho mejor, pues a la tradicional llegada de grupos protestantes y otras sectas venidas del Norte, que han determinado importantes apostasías de católicos –meramente bautizados-, hay que añadir el problema no menor que representó para la Iglesia Católica el escándalo de la congregación de los Legionarios de Cristo –de origen mejicano-, tras conocerse la doble vida de su fallecido fundador. A lo que el Vaticano está tratando de dar salida, de la mejor manera posible, evitando “apagar el pábilo vacilante”.
Por otra parte, Cuba representa el otro paradigma reprobable de un Estado comunista, totalitario, liberticida, que aún practica la persecución a la disidencia, que tiene restringidas las libertades públicas, impide el pluralismo político, y además ha mantenido persecución sobre la Iglesia, aunque en los últimos años de forma más discreta.
Ya Juan Pablo II –en su visita a Cuba- habló con valentía a Fidel de los derechos humanos, de las libertades públicas, pero sirvieron de poco al caudillo de la Habana.
Aunque en la actualidad, quizá sea Cuba la más interesada en acercarse a Roma para que le facilite el necesario proceso de cambio político y social que el país ha de realizar, pues la revolución comunista ha fracasado también en el Caribe. De hecho, junto a la gran restricción de libertades, existe una situación económica general que raya en la pobreza, de la que el sistema no encuentra la forma de salir, y por la que los cubanos se encuentran desesperanzados de un régimen que agotado, está en los últimos estertores; que posiblemente se vaya con los Castro, si no llega a colapsar económicamente antes.
Por consiguiente, se trata de un importante viaje en los ámbitos político, religioso y social, el que lleva a este anciano pontífice a acercarse a una realidad sufriente, injusta, y donde el hecho religioso está prácticamente ausente de las vidas de sus ciudadanos. Por ello, es importante la labor profética que asume el Vicario de Cristo en esta visita, que de forma paradigmática –como hemos indicado- puede extrapolarse a otras realidades de nuestro entorno mundial.
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