¿Qué clase de persona llama?, le pregunta Víctor-M. Amela a María Rosa Buxarrais, presidenta del Teléfono de la Esperanza. La respuesta que recibe el periodista es: “De más de 45 años (un 80%) y hombres y mujeres (ellas el 70%), llaman por lo mismo: La desesperación por la soledad, el paro, una separación o desamor, conflictos con la pareja, los hijos, los padres, los jefes…” ¿Por qué llaman?, Pregunta Amela. La respuesta que da Buxarrais: “Para hablar”. ¿De qué?, prosigue el periodista. La respuesta es muy esclarecedora: “”De lo que sea. La desesperación por no tener a nadie que te escuche es muy angustiosa…Y muchas personas la sienten…”
Lo que reproduzco es el extracto de la entrevista. Es suficiente para poner de manifiesto la necesidad que tienen las personas de hablar. De vaciar el buche. ¿Con quién? Este es el problema. ¿Quién está dispuesto a escuchar nuestros lamentos? Lo cierto es que son muy pocas las personas que tengan oídos para escuchar las frustraciones del otro. Ante esta evidencia, lo que hacen estas personas que como María Rosa Buxarrais toman la decisión de poner sus orejas al servicio de aquellos que no tienen a nadie con quien hablar, es algo muy encomiable.
La soledad traumática está muy extendida. La pregunta que debemos hacernos al respecto es: ¿Por qué se da en una sociedad que dispone de tantos elementos electrónicos que en pocos segundos nos permiten comunicar con alguien que se encuentre en la antípoda? La causa del problema se encuentra en el hecho de que el pecado ha cortado la comunicación, en primer lugar con Dios y, en consecuencia, con el prójimo. No se puede recuperar un verdadera comunicación con las personas si en primer lugar no se restablece la comunicación con Dios. El pecado, no sólo el inconsciente que todo el mundo comete por el mero hecho de ser pecador, también el voluntario que se comete con pleno conocimiento de causa, tapa los oídos de Dios, lo que le impide oírnos. El corte de la línea se debe exclusivamente a nuestra responsabilidad.
En infinidad de ocasiones Dios le dice al antiguo pueblo de Israel: He intentado hablar con vosotros, pero no habéis querido escuchar. Debido a ello las cosas no os van bien porque no puedo daros mi bendición. No puedo solventar vuestros problemas que no sabéis solucionar porque no queréis que intervenga en vuestras vidas para vuestro bien. ¡Cuándo dejareis de ser tan tozudos y pueda ayudaros!
La comunicación es bidireccional. La comunicación unidireccional es monólogo, uno habla consigo mismo. El otro no existe. ¿Para qué hablar con Dios si no existe? Con esta filosofía no debe extrañarnos que la soledad existencial sea tanta y que no se le encuentre remedio.
La sociedad actual está lanzada al materialismo. Todo gira alrededor de poseer, cuanto más mejor. Dicha filosofía estimula a deshacerse de objetes que sirven para substituirlos por otros del último modelo que tiene más prestaciones de las que podemos utilizar. El materialismo es una insatisfacción que jamás queda satisfecha. Incluso festividades que poseen un sabor netamente cristianas la tradición les ha quitado su sentido original lo cual les ha quitado su poder curativo para el alma. Por el hecho de haber sido despojadas de su sabor, los solitarios crónico prefieren ir a esquiar, viajar, asistir a espectáculos, distraerse, pero no hacen ningún movimiento para descubrir si dichas festividades religiosas que han perdido interés porque la tradición las ha devaluado, tienen sentido. En tanto buscamos relacionarnos con personas para no sentirnos solos, la realidad es que nos encontramos más solos que la una. Se fracasa cuando se intenta vencer la soledad con lo material.
Para superar la soledad que nos destruye debemos imponnos la soledad voluntaria. No una soledad enfermiza porque queremos alejarnos de las relaciones sociales que dañan y nos recluimos en nuestra habitación para establecer relaciones virtuales que perjudican. Esta no es una soledad sana. El eremitismo cristiano fracasó porque cuando los hombres se retiraron a lugares desérticos para huir del mundanal ruido para permanecer a solas con Dios, perdieron su amistad. El anacoreta que se recluía para llevar una vida contemplativa se equivocaba porque le faltaba la otra cara de la moneda. Perdía el principio cristiano de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Era una actitud budista, no cristiana.
La soledad voluntaria que aporta salud emocionalla enseña Jesús cuando dice: “Mas tu cuando ores entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre que está en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:6). Jesús da ejemplo de lo que enseña cuando retirándose en lugares apartaos para orar al Pare, finalizado el tiempo de soledad voluntaria salía a la calle a anunciar las buenas noticias de la salvación de Dios y ayudar a la personas en sus achaques. Tal vez las palabras del salmista: “Dios hace habitar en familia a los solitarios” (Salmo 68:6), tienen que ver con la plegaria que el creyente dirige al Padre de nuestro señor Jesucristo que sale del aposento lleno del amor de Dios dispuesto a compartirlo con las personas de su entorno.
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