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Armando B. Ginés
Analista político, guionista, redactor creativo y escritor. Freelance con experiencia en todos los ámbitos del periodismo: radio, escrito y televisión. Colaborador con diversos diarios y webs online de España y Latinoamérica. |
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En palabras de Voltaire, la Historia real la sufren las clases populares y la oficial la cuentan los vencedores, o sea, el poder económico y las elites gobernantes. Michael Parenti, historiador estadounidense de origen italiano, así lo certifica en su obra, La Historia como misterio. Las clases bajas ponen los muertos y las clases altas hacen el relato ajustado a sus intereses económicos, ideológicos y políticos.
Yo soy yo. Quizás la tautología sea tanto como no decir nada. O, tal vez, a buen entendedor con pocas palabras basten. Desde que la posmodernidad parida por los filósofos franceses vino a decir que todo era texto y el texto por sí mismo era interpretable, esto es, que el texto era discurso narrativo que cada uno hacía suyo a su manera, la eclosión de diversas identidades grupales formaron un vasto mercado para que cada uno vendiera su yo como esencia de lo que era o quería ser.
La inquilina del Ministerio de Vivienda y Agenda Urbana de España, Isabel Rodríguez, ha pedido a los pobres caseros y fondos buitres que bajen los precios de los alquileres por solidaridad. Con un par. De ovarios, por supuesto. Rodríguez será muy feminista (lo cual le honra) pero es clasista a más no poder (lo cual es un tanto deshonroso, ¿o no?).
¿Qué harás hoy después del trabajo (si es que tienes empleo)? Una gran mayoría podría responder una de estas tres opciones: veré un partido de fútbol, me iré de compras o me sentaré en el sofá del salón para mirar mi serie favorita o bajarme una película de estreno reciente. Con cualquiera de las alternativas sedo o anestesio mi neurosis o ansiedad y olvido los conflictos materiales que me acucian cada día. Eso se llama control social.
Alrededor de 20 millones de niños y niñas que viven en los países que conforman la UE, 25 por ciento, son pobres y están en riesgo más o menos severo de exclusión social, correspondiendo dos millones a España, que presenta la tasa más alta de todo el espacio territorial europeo. Así lo recoge un informe elaborado por el Instituto de Estudios Educativos y Sindicales (IEES) de la Fundación Primero de Mayo.
No todo es fascismo. Hay fascismos puntuales o coyunturales que se abren paso en la vida cotidiana y personal y fascismos alentados por regímenes dictatoriales y también por estados de bella fachada democrática. Por tanto, no cabe decir que el fascismo sea un concepto genuino, unforme y acabado: se va haciendo y adaptándose a diferentes contextos sociales, políticos y culturales.
Verdad es que ideología suena a palabra maldita y fea y que verdad, exenta de carga ideológica, pasa por sentido común y certeza absoluta. En el Evangelio de san Juan se hace decir a Jesús de Nazaret que “yo soy el camino, y la verdad, y la vida.” La frase, literal o recortada, luce en numerosos frontispicios de iglesias cristianas.
A pesar de los augures de Silicon Valley y de los pontífices del tecnocapitalismo, todo ocurre o sucede en el cuerpo humano. Todo repercute en lo físico o material, incluso la realidad virtual o la inteligencia artificial. Que se lo pregunten a Juan López y a los millones de inmigrantes que se juegan la vida para salir de la misera de sus países de origen.
Felicidad y libertad son conceptos muy bonitos y escurridizos sobrevalorados por el común de los mortales que en boca de la demagogia política pueden movilizar a las masas hacia cualquier distopía de corte fascista o totalitario. Hablar de libertad y felicidad vende lo que sea, un proyecto, una idea, una expectativa, una ilusión, un producto, un sistema político.
Lo que fascina rompe la monotonía de la rutina cotidiana y atrae de manera irresistible. Lo monstruoso se transforma en algo extraordinario o fantástico. Los liderazgos fascistas se nutren, más allá de razones sociológicas y de la singularidad de cada contexto histórico, de la fascinación de las masas. Lo fascinante, con unas gotas de horror pánico y miedo escénico, engancha de modo casi invencible.
Desde la ingenuidad consciente de sí misma, queremos aportar algunas ideas troncales de carácter muy general que bien pudieran servir de base no dogmática para futuras discusiones de un programa común de izquierdas a escala mundial.
Las guerras y la propaganda son las dos grandes armas de destrucción masiva del imperialismo capitalista. Dicho de otra manera: vivimos en sociedades jerarquizadas de ordeno y mando donde el consenso social, político, ideológico y cultural, la denominada normalidad, se consigue preferentemente a través de la publicidad y el control mental de las masas mediante sugerencias sibilinas o abiertas repetidas machaconamente hasta la saciedad.
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