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Nos hemos encontrado con un editorial de director de La Vanguardia, señor Jordi Juan, conocido por sus simpatías hacia el separatismo, la defensa del gobierno del señor Sánchez, no porque sea el mejor, el más adecuado o, simplemente el que mejor gestiona una situación complicada, sino porque sabe que cualquier gobierno de la derecha impediría el avance de las aspiraciones independentistas que él defiende.
Un gobierno de una nación tiene la obligación de mantener el cumplimiento de sus leyes, atacar cualquier forma de insurrección, defender a sus ciudadanos y sus derechos constitucionales, castigar a los culpables de delinquir y dar seguridad al pueblo de que el Estado de derecho se mantendrá en todos sus términos, para garantizar la supervivencia y unidad de la nación frente a posibles ataques de aquellos que intenten agredirla o perturbarla.
Cuesta comprender que en España estemos entrando en una de estas discusiones absurdas, improcedentes, evidentemente interesadas, especialmente por los grupos separatistas que no parecen cejar en sus intentos de conseguir la desestabilización de la nación española y, en esta ocasión, valiéndose de una supuesta acción de espionaje por parte del Gobierno a determinados sujetos del independentismo catalán.
Cuando algunos pensábamos que ya era imposible caer más bajo, con estupor nos damos cuenta de que la capacidad del este gobierno, que encabeza el señor Pedro Sánchez, para la espeleología política no tiene límite, ni quien tenga la valentía de ponérselo.
La visión televisiva de la ministra de Defensa, Margarita Robles, tirando balones fuera en el Congreso de los Diputados en lugar de contar a los españoles de dónde sale toda la pestilencia que emanan las cloacas del Estado, y, especialmente, las que tienen su origen en el CNI, dependiente de su ministerio, me trajo a la memoria un poema de Mario Benedetti que, tal vez, alguno de los lectores haya escuchado en la voz de Nacha Guevara.
Durante la Dictadura franquista se acuñó un reclamo para hacer que los turistas extranjeros viniesen a España por el que se decía “España es diferente”. Mucho tiempo ha transcurrido desde entonces, pero parece que quienes nos gobiernan, aunque estamos en una mal llamada democracia, se empeñan en mantenerlo. Ciertamente España es diferente, mal que nos pese, no deja de ser un país de pandereta y castañuelas.
Es evidente que no hay, en este mundo revuelto en el que nos encontramos, temas de mayor enjundia, problemas de mayor trascendencia o injusticias más graves que aquellas de las que vienen lamentándose los separatistas catalanes. La guerra de Ucrania, pché, una simple futesa; la crisis energética, cosa de simplones; las consecuencias de la pandemia del Covid19, manías de hipocondríacos...
La cuota de incoherencias, quejas absurdas, peticiones insostenibles y demandas ilegales han convertido al separatismo catalán y vasco en una especie de pesadilla que no remite y que, gracias a que quienes nos están gobernando no se encuentran en condiciones de imponer el cumplimiento de las leyes, cuando no, para desgracia de todos los españoles, han sido los primeros en intentar ignorarlas o puentearlas, con el fin poco ético de arrimar el ascua a su sardina.
Miquel Pujadó, cantante de Terrassa, acaba de sacar al mercado un nuevo disco justo cuando hace cuarenta años de la aparición de su primer elepé, titulado “El temps dels fanals en flor”. En estos cuarenta años han sido muchos los discos registrados por este cantautor, algunos de autores franceses, otros con letras de diversos poetas, también ha tenido tiempo de crear espectáculos teatrales basados en textos poéticos con diversos actores de la escena catalana.
Estamos en España ante lo que se podría calificar de un panorama desolador. Un gobierno aferrado a su enorme potencial de propaganda, que sigue ignorando lo que ocurre en el reino y que hace oídos sordos a cualquier aviso, protesta, reivindicación o propuesta de negociación que, de alguna manera, se pudiera interpretar como una llamada a rectificar su forma de gobernar el país.
Lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, los españoles vamos perdiendo la confianza en quienes nos gobiernan y lo mismo se puede decir de una serie de instituciones que han ido demostrando, a lo largo de esta legislatura, que su independencia y objetividad han quedado muy lejos de lo que el pueblo, legítimamente, podría esperar de ellos.
El muy noble y dos veces leal pueblo valenciano, dice: ¡basta ya! No somos ni pertenecemos a los Países Catalanes, ese país inventado, al que nos quieren hacer pertenecer y en el que nunca hemos estado: ni por cultura, ni por lengua, ni por tradiciones, ni por creencias religiosas. Valencia, es un territorio libre, independiente y adherido a la nación española.
Algunos pudieran pensar que ha sido la gran pandemia del Covid 19 la que más ha influido en el evidente deterioro por el que está pasando la nación española, pese a que los que nos gobiernan no dejan de sacar pecho, basándose en hechos circunstanciales, sin tomar en cuenta los negros nubarrones que nos amenazan desde más allá de nuestras fronteras y olvidándose de los graves problemas que, cada día, se hacen más evidentes.
Proyecto iniciado por personas comprometidas con la sociedad catalana y con un sentido de estado normalizado. Llamo normalizado al concepto de desarrollo y evolución histórica de Europa, política y culturalmente. La “historia” en algunos territorios del mundo que conocemos, ha creado monstruos.
Resulta sorprendente, aleccionador y, desde todos los puntos de vista, sumamente preocupante el que esta parte de España, dotada de atributos naturales de gran belleza y de lugares idílicos, haya entrado, debido a la cerrazón de sus políticos, en una espiral de autocomplacencia, menosprecio de la nación española, sentimientos de rechazo y resentimientos con respeto al resto de la ciudadanía patria.
¿Viva Cataluña libre? Acaso no lo es. ¿Cuándo no lo ha sido? ¡Cuántos complejos atenazan al independentismo! ¿Cuándo no ha sido libre como lo es cualquier comunidad de España? ¿Acaso Cataluña no está en España? ¿De qué libertad hablan esos impresentables y cutres nacionalistas? Exceso de discurso cutre, hueco y con incontenida palabrería. El tal Aragonés no pasa holgado un curso de castellano ni con recomendación.
Como sigo siendo gran amigo de los refranes, y además poseo para consultar los tres tomos de esa gran obra titulada “Refranes y Paremias Grecolatinas”, cuyo autor es mi amigo el cordobés Rafael Martínez Segura, hoy quiero emplear uno que viene “al pelo” para ocuparme de Cataluña, esa región del nordeste de España que se encuentra al borde del abismo porque ellos, por acción u omisión, se lo han buscado. Se trata del refrán que dice así: “Quien mal anda, en mal acaba”.
Las cosas se ponen feas en Cataluña, pero también para los propios catalanes. El complejo catalán se agudiza y, cada vez con más insistencia, el alumnado se rebela contra el profesorado y contra el sistema educativo catalán. La división irreconciliable de familias catalanas es un hecho y el sufrimiento de familias de policías y otros profesionales llegados a Tabarnia y Tractoria empieza a cambiar en algunas zonas.
No es fácil poner orden en Cataluña y tampoco en España. Lo están intentando varias familias frente al supremacismo catalán; lo han intentado asociaciones y agrupaciones no catalanistas; no dejan de hacerlo los partidos constitucionalistas: unos más que otros, porque el Partido Popular se limita a hablar, pero no actúa. Del Gobierno mejor no hablar: su actitud es calificada de «despreciable ante el sufrimiento de miles de familias represaliadas en Cataluña».
En nuestra nación, España, hay algunos que parece que se han olvidado de que los españoles, los que formamos parte de esta nación multi centenaria, hemos ido de la mano durante muchos años, con nuestras diferencias, nuestras individualidades, nuestras propias costumbres y nuestras ideas que podemos defender gracias a nuestras cámaras de representación popular.
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