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A lo mejor, era, pero efectivamente no lo es. En un aposento obscuro, derruido por el tiempo olvidado, era como estar en un profundo y nítido sueño. No eran cosas olvidadas, más bien era una noble invitación, para observar desde la ventana esa realidad, y erguido en la mirada don Pedro fijó la vista en la soledad y quietud de la madre naturaleza, al ver las flores, y dispersado cantar su himno mañanero, ver arboleda descolorida por la sequedad del tiempo.
Helia Pérez Murillo, mi compañera en las clases de interpretación, así como en las de expresión corporal, enseñaba literatura inglesa en un colegio religioso. Religiosa ella, rara avis, buen humor y mal aliento, no respondía a los cánones usuales de quien se prepara para ejercer de actor. Se anexaba a los grupúsculos más laburadores sin desestimar a los que apuntaban hacia un destino de reviente.
Entre más inmerso estoy en el despertar poético debo confesar que menos sé de este maravilloso universo. Me siento como un bebé en la transición del gateo a los primeros pasos y con los ojos vendados. En ese andar inseguro, lo único cierto es que me encuentro en el atrio del templo.
Eran las nueve de la mañana, el reflejo de los rayos del sol penetraban dulcemente en la sala de⁸ don Guadalupe, que leía afanosamente el libro Elogio de la locura del autor Erasmo de Rotterdam, y de soslayo volvía a ver su biblioteca echándole la mirada al libro Crimen y Castigo de Fiodor Dostoyevski, fue tanta su inquietud que lo tomó pero volvió a ponerlo en su lugar, y sacó otra obra letrística, La piel de Zapa de Honoré de Balzac.
La máquina del tren, a mis espaldas silbaba como una serpiente enfurecida sibilina, ese día ya eran las nueve de la noche, hora que llegaban los comerciantes, estudiantes de la capital. El intimidante e irritado zumbido del tren, con su amenazador murmullo y vertiginosa velocidad acercándose a la estación ferroviaria, daba la escalofriante sensación de pavor, pero era anodino con un misterio deslumbrante.
Durante un primer lapso se las arregló sin trabajar, adaptándose, recién llegada de un pueblo del Paraguay donde sus familiares, en condición de propietarios, se dedicaban a tareas de campo, la ganadería, los naranjales. Al nacer había pesado cuatro kilos, y lloraba mucho, lloraba por nada. La operaron, siendo beba, de una hernia de ovario, y ella sí que no se privó de padecer todas las enfermedades comunes de la infancia.
El hecho, milagro, prodigio, ¿quién lo sabe?, ocurrió allá por el año mil ciento y pico en un pueblecito del Norte de Francia, de no más de cincuenta habitantes ubicado en un ameno valle al pie de unas montañas. Sus casas se encontraban junto a un alegre y cantarín riachuelo de no mucha profundidad en el que abundaban los lucios, las percas y las truchas de las que los pacíficos habitantes disfrutaban pescando en sus ratos de ocio.
En la enorme casona después de la muerte material, viaje a la segunda “vida” de Abultasén Abel, sus conocidos, ex trabajadores, y la comunidad arábiga aquí en la tierra le recordaban y discurrían, así: “Veremos quién triunfa, en la otra vida, las bellas letras o las muecas de letras como comedia tortuosa y signos de víbora envenenada que transforman la psiquis de esa palabra escrita que quiso competir con las bellas letras en esta vida. Esperemos noticias”.
Eufelio murió debido a que se le cayó un bolo en la cabeza...
Caminaba sin rumbo fijo. Iba con la cabeza agachada. Si alguien hubiese reparado en él hubiera observado en sus ojos una tristeza y amargura infinitas. Juanito no sabía a dónde ir. Llevaba por lo menos tres horas andando. Era una mañana fría de invierno. El aire frígido le calaba hasta la médula de los pobres huesos de su cuerpecillo de nueve años.
Caminaba sin rumbo fijo. Iba con la cabeza agachada. Si alguien hubiese reparado en él hubiera observado en sus ojos una tristeza y amargura infinitas. Juanito no sabía a dónde ir. Llevaba por lo menos tres horas andando. Era una mañana fría de invierno. El aire frígido le calaba hasta la médula de los pobres huesos de su cuerpecillo de nueve años.
El vecino Filiberto esa noche sonó y se despertó gritando, te amo, te amo, y era tan fuerte el grito, que él mismo logró sacarse de su sueño profundo y mágico y una vez despierto pensó: si alguien, escuchó mis gritos de seguro estará pensando está loco ese. Pero, que importa lo que piensen de notable imaginación.
Es un librito sencillo, de una docena de páginas verdosas, grapadas. No tiene editorial, ni ISBN. Tampoco lo necesita. Su autor lo regaló a un grupo de poetas, artistas y escritores unidos por Facebook y por otros hilos, también de manera sencilla y generosa. Es como si la protagonista del cuento quisiera venir con nosotros a vivir nuevas aventuras traviesas, sin pedirnos nada, sin grandes pretensiones.
Otoño roto.
La mañana estaba soleada y el cielo despejado. Era muy temprano cuando me desperecé y decidí andar sin prisa hacia el patio. Era domingo y Luis seguía dormido, hoy no había despertador ni prisas de última hora. Cuando el calor comenzara a asomar subiría a despertarlo como todos los fines de semana, me acurrucaría junto a él y ronronearía hasta captar su atención. Me encantaban sus abrazos y sus besos.
Poe intenta hacernos comprender que Dios nos creó tal como somos porque cada necesidad mental y fisiológica va en relación con lo que necesita nuestro cuerpo, por ejemplo, comer; si sentimos hambre es para que comamos, porque nuestro cuerpo está hecho para sobrevivir con comida. Ese mismo concepto lo aplica a la mente de un asesino.
Este es un cuento sencillo, el cuento que siempre quise contar, que guardaba en un bolsillo del pantalón, que quería transmitir y no podía, porque no había a quien o no había quien quisiese escucharlo con paciencia. Ahora alguien lo leerá.
El reloj había sobrepasado en una hora el mediodía del 10 de febrero de 2021, segundo año de la pandemia, una circunstancia que a Laura le gustaría olvidar pronto. «Es un desastre, tengo ganas de que vuelva la vida de antes, si es que consigue volver, y que este vocabulario bélico de toques de queda, que nos invade y al que solo le faltan las cartillas de racionamiento, se marche definitivamente». Así que mejor olvidarse del covid-19 y centrarnos en el contenido de ‘La gente no existe’.
Aunque parezca mentira, soy de verdad.
El abismo de las mentiras piadosas.
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