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Todo requiere trabajo, nada se consigue sin esfuerzo. También para conquistar ese orbe armónico que nos pide nuestro interior, necesitamos estar en guardia y velar por la justicia social, máxime en un mundo tan globalizado como el actual. Sin duda, este es el mejor de los aires para donarnos vida y ganarnos mutuamente el respeto; abecedario fundamental para la convivencia pacífica y próspera, dentro y entre las naciones.
Por la palabra esfuerzo es posible entender distintas cosas, todas vinculadas con la noción de fuerza, la cual se halla, incluida en su origen etimológico: “esfuerzo” proviene de la unión de dos voces latinas: el prefijo ex- (“hacia afuera”) y fortis (“fuerte”). De modo que el esfuerzo consiste en manifestar la fuerza, o sea, poner ahínco, canalizar las fuerzas físicas, mentales o emocionales hacia el logro de una meta.
Aquél que no haya vivido el proceso de redacción de una tesis, no puede imaginar la cantidad de esfuerzos y sacrificios que conlleva la presentación de la misma, desde el día en que se decide introducirse en el maravilloso –aunque proceloso- campo de la investigación universitaria.
Militares, sanitarios, cooperantes, educadores, catedráticos, autónomos, magistrados, artistas y un sinfín de gentes de toda categoría y edad que vienen trabajando con ahínco, gran esfuerzo y continuidad, tras la búsqueda de mejorar la vida de sus semejantes, sin tener en cuenta las “piedras” que tienen que sortear en caminos “minados” por las dificultades de un gobierno que no pone nada fácil sus inmensas y arriesgadas tareas.
La ética estoica es válida y beneficiosa también para el siglo XXI. Los filósofos estoicos daban mucha importancia al control de las emociones, pero no querían reprimirlas o negarlas.
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