Todo requiere trabajo, nada se consigue sin esfuerzo. También para conquistar ese orbe armónico que nos pide nuestro interior, necesitamos estar en guardia y velar por la justicia social, máxime en un mundo tan globalizado como el actual. Sin duda, este es el mejor de los aires para donarnos vida y ganarnos mutuamente el respeto; abecedario fundamental para la convivencia pacífica y próspera, dentro y entre las naciones. Sin este viento equitativo es difícil habitar y cohabitar, dar sentido a nuestra propia existencia humana, relacionarnos y hacernos valer; porque fallando la dimensión ética, cuesta reconducir actuaciones, que nos pueden llevar a la deriva. De ahí, lo importante de ser justo consigo mismo y de actuar con entereza en todo momento. Hasta en una comunidad, que en verdad se quieran, han de ser ecuánimes para que no se destruya el vínculo del amor. Nos vendrá bien, pues, profundizar continuamente en esta actitud innata.
En efecto, no podemos ahogarnos en nuestras miserias, requerimos obrar sin desfallecer en nuestro propio espíritu humano, de la voluntad y el corazón. Pongámonos en acción continua antes de que la vida se nos vaya de las manos y no consigamos tranquilizar nuestros interiores. No hay mayor sosiego que la distribución equilibrada de beneficios y cargas, que ocuparse conjuntamente por buscar soluciones, para logar el desarrollo sostenible que todos nos merecemos, a través del pleno empleo y del trabajo decente, la protección social universal, la igualdad entre los géneros y el acceso al bienestar social. Hay que salvar brechas, incluida la digital. Tampoco podemos perder ni un instante en esta lucha, que genera un montón de desigualdades. Es vital proteger los derechos humanos, pero también los laborales en la era moderna de las tecnologías digitales. Nos alegra, por consiguiente, que la Organización Internacional del Trabajo celebre, en estos días de febrero, el Foro mundial para una recuperación centrada en las personas.
Todos somos conscientes de que tenemos que trabajar más, cada cual desde su misión, por hacer humanidad. En ocasiones, ante tristes e injustas realidades, nos decimos a nosotros mismos de que no hay justicia en el mundo. Busquemos la manera de cooperar para que esto no sea así. La responsabilidad radica en todos y en cada uno de nosotros. Tenemos hambre de concordia y nos saciamos de discordias. Nos sentimos solos y no practicamos la salida de nuestro fuero interno. Por tanto, es vital repensar sobre nuestro acontecer existencial para que podamos vivir en un contexto de imparcialidad y sentirse útil para los demás. Esta es una atmósfera que hemos de avivar, por encima de todas las fronteras y frentes que nos dividen. Será bueno reencontrarse. Por muchas que sean las lágrimas, hemos de desenmascararnos para descubrir las mejores respuestas, ser creativos y ejercer el diálogo sincero, de manera que no se pongan en peligro abecedarios que nos den confianza.
Es el momento de calmar tensiones, de superar cualquier contratiempo que pueda surgir, de trabajar por los valores y principios universales, de comprometerse con esa dimensión social inherente a nuestro movimiento, lo que nos demanda una perspectiva de comprensión hacia todo y hacia todos.
La vía conjunta de la moral, que es donde realmente anida la verdad y la justicia, resulta que tiene la réplica a tantas confrontaciones inútiles. Aprendamos a cultivarla, pongamos el intelecto al servicio del amor y coloquémonos en disposición de benevolencia. Al fin y al cabo, en un mundo de crueldades entre análogos, la persona justa tampoco es aquella que no entra en las barbaries, si no la que pudiendo dominar se pone a servir y se sitúa en primera línea de acción humanitaria, para dar aliento y ofrecer esperanza.
En consecuencia, lo significativo es que se forme entre las familias una sensibilidad respecto al deber de promover la conciliación y a comprometernos en el bien colectivo, con la mano extendida hacia los más débiles y el oído dispuesto a escuchar siempre. Donde no hay entrega, jamás puede haber justicia, constátese.
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