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El desastre económico, emocional e intelectual que nace de la embestida global del covid-19 ha servido para descubrir la fragilidad del ser humano y darnos cuenta que tiempos como el presente descubren su impotencia. El cineasta Woody Allen en su autobiografía publicada coincidiendo con el desastre de la pandemia, titulada Sobre la nada.. En su obra se refiere al “caos maligno de un universo sin sentido”. El universo puede ser verdaderamente peligroso cuando no se le respeta. ¿Sin sentido? No lo creo.
El Misal Romano indica cuáles son los colores tradicionales de las vestiduras litúrgicas: blanco, rojo, verde, morado, negro y rosado. Y puntualiza que «en los días más solemnes pueden usarse vestiduras sagradas festivas o más nobles, aunque no sean del color del día». En este sentido el «color dorado o plateado pueden sustituir a los de otros colores, pero no a los de color morado o negro», nos indica la Instrucción Redemptionis Sacramentum.
Macarena Berlín, directora del taller Depresión y suicidio la realidad silenciada, dice que ha leído una nota de despedida escrita por una joven que se suicidó. Afortunadamente, dice Macarena, dejó una nota que decía: “Estoy rota…lo siento querida familia…jamás tendré paz…nadie merece vivir así…no quiero que me traten como un perro…sólo quería tener una vida normal…pero mi vida es un infierno…lo único que hago es llorar…ya no tendréis que cargar conmigo…he llegado al límite…adiós…lo siento…estoy rota”.
Personalmente asisto a diario al reparto de alimentos para miles de personas de todas las edades en nuestra querida Málaga. Curiosamente, la gran mayoría, en instituciones regidas y administradas por seguidores de ese Jesús de Nazaret que nos sigue diciendo: dadle vosotros de comer.
Para comprender esta explicación hay que ser mínimamente creyente. Con lo poquito que recordamos de nuestra instrucción catequética, entendemos que la providencia divina es la ayuda que Él nos presta para superar problemas y necesidades imperiosas.
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