| ||||||||||||||||||||||
Mantener hoy, ante los avances de la ciencia y los descubrimientos sobre la evolución del primate que ha llegado a ser el homo sapiens sapiens, el mito, cuento o leyenda del Paraíso terrenal es a todas luces insostenible, por mucho que haya algunos que se empeñen en ello. Cada vez son más los descubrimientos que demuestran que los que habitamos hoy la Tierra procedemos de unos primates que, con el devenir del tiempo, nos convertimos en lo que hoy somos.
¿Por qué no podemos hablar los seres humanos con el pensamiento? Si los científicos dicen que nuestro cerebro es tan poderoso, ¿por qué tenemos que usar la palabra? ¿por qué se nos puso tan difícil para comunicarnos? Muchos entendidos pueden hablar y hablar durante horas sobre el desarrollo del cuerpo humano, sobre sus necesidades y miles de términos técnicos que ni tú ni yo entenderíamos.
Mover esta mano que sostiene mi pluma color azul marino como el mar cuando cae la noche, verde como mi jardín del bajo B y negro como la suerte que se me desea desde afuera por aquellas personas extrañas, insensatas, que no me han querido bien, que me desean mal, sin pensar que soy un ser humano.
El persistente aluvión de conflictos, que a veces tienen su origen hasta en nuestro propio hogar, nos moviliza como jamás. La realidad cambia por momentos, y lo que ayer era un compromiso para la construcción de un futuro más acorde con los derechos humanos, hoy ya es pasado y se ha demolido más que edificado.
Aún no ha nacido nadie capaz de explicarnos la esencia de lo que somos, y por lo tanto seguimos braceando en busca de dicha información. Al profundizar sobre cualquier concepto, se desvanece sin dejar rastro. Como consecuencia, las actuaciones carecen de la consistencia interpretativa deseada.
El sociólogo Zygmunt Bauman afirmó que el ser humano tiene el instinto del trabajo eficaz, es decir, todo el mundo se enorgullece del trabajo bien hecho. Las personas tenemos, por instinto «una repulsión innata hacia el trabajo rutinario, el esfuerzo inútil y las prisas sin sentido». Por lo tanto, ser periodista, comerciante, abogado, empresario, panadero, arquitecto, etc., es un trabajo, y nuestro instinto nos lleva a realizar ese trabajo de manera eficaz.
Que la sociedad de este nuevo siglo está sufriendo una profunda transformación en casi todos los ámbitos de nuestra vida no hay ya quien lo dude, ni tampoco quien la detenga. La era digital ha roto todas las fronteras idiomáticas, culturales, económicas y sociales que el hombre tenía hasta el pasado siglo.
Sobre los conceptos progreso, mito (dioses, ideologías, relatos y, ahora, fake news), bondad o maldad natural del ser humano y miedo al futuro giran desde hace 10.000 años, en cada momento histórico de un modo singular, los grandes temas políticos de las sociedades que se han ido construyendo desde la eclosión de la agricultura, la propiedad privada y los primeros asentamientos urbanos.
Aglutinamos lenguajes, agrupamos semánticas y hasta tenemos una necesidad imperiosa de activar el intelecto, con un raciocinio de estímulo constante, aunque nos falte tiempo para reflexionar y para aprender a reprendernos cuando caigamos en la confusión. En realidad, nos hemos convertido en autómatas del tiempo y no vemos más allá de los escenarios virtuales.
Tener fe, esperanza, no es un aptitud acomodaticia, es un acto de confianza en uno mismo, que todo futuro irá siendo mejor, siempre y cuando se tenga la benevolencia "Ama a tu prójimo como a ti mismo". En esas palabras divinas está consagrada una notable realidad que, por antonomasia deberíamos ser cada día mejores. Caso en contrario, el odio, envidia y etcéteras, avanzarían aún más.
Estas consideraciones las centraré en la persona humana de Jesús, por ello no he empleado Jesucristo, ya que el adjetivo cristo, en Latín christus, derivado del Griego antiguo χριστός, christós, y que este, a su vez, es una traducción del vocablo hebreo mesías, que significa “ungido”.
A pesar de luchar para conseguir la felicidad por medios propios, el ser humano no se rinde y procura serlo cueste lo que cueste. Los guionistas e intérpretes de gags cómicos pretenden hacer reír a los espectadores añadiendo aplausos y carcajadas de fondo para que los espectadores se unan a ellos. Muy a menudo estos artificios consiguen todo lo contrario de lo que pretenden, porque la mediocridad de la obra hace llorar en vez de reír.
Hay circunstancias, momentos y estados de ánimo que son solamente de cada quien… de cada uno. Nadie más sabe lo que pasa por nuestra mente y nuestro cuerpo cuando estamos en esas “cosas” de uno. No es que eso nos aparte de los demás, solo que nadie puede experimentar por otro, ni lo del otro.
Está visto que el ser humano cuando se encumbra de egoísmo, se desequilibra totalmente y no piensa en nadie, nada más que en sí mismo, repitiendo la misma historia de siempre. Es una pena que no aprendemos del camino recorrido, que prosigamos los días sin aunar voluntades que favorezcan, mediante un diálogo fecundo, los sentimientos vinculantes de unidad y unión entre las naciones.
El tener conocimiento es agradable; a veces, no tanto adquirirlo. Lo cierto es que nos gusta saber cosas. Los seres humanos somos curiosos, lo que nos ha llevado a lograr descubrimientos que se simulaban imposibles; aunque, también, a meter las narices donde no nos llaman ocasionando la reafirmación de la frase: «La curiosidad mató al gato».
Estoy convencido de que los seres humanos somos como los árboles, que son más fuertes cuando viven en el bosque, potenciados por la otredad y el “nosotros”; pero que de no ser por sus raíces, no podrían sobrevivir, pese a estar en la más exuberante floresta. Los seres humanos no seríamos lo que somos y no tendríamos esperanza de evolucionar, si no viviéramos en sociedad.
Es muy traidora la rutinaria tendencia a simplificar las cuestiones con una afirmación o negación esquemática, en un sí o un no sin matices. Nos vemos obligados a decisiones continuas. La identificación de los peligros importantes no permite disgresiones que retarden las posturas preventivas; representa un arma vital.
Ciertamente el hombre, como ser humano, poco tiene que desvelarnos sobre su condición, sus apetencias y sus propósitos. Esopo, escritor cuya existencia se inscribe entre la realidad y la tradición de la Grecia clásica del siglo V a. C., entre otras de las muchas enseñanzas que nos legó nos dejó una que podemos considerar como el paradigma de lo que somos las personas. Se trata de la fábula de la rana y el buey.
Es curioso observar cómo esas personas, “hombre progre liberal” o esa “mujer progre feminista independiente”, cuando llegan al poder ministerial, se convierten milagrosamente en muñecos ventrílocuos, dando la impresión de que es otra persona la que habla, “el que dirige la función”. Hoy, Siglo XXI, deformar lo natural y teledirigir los sentimientos de las personas es lo normal.
Seguramente que si confiesas tu creencia en la vida eterna puedes ser catalogado de iluso por quienes te oigan, pero será mucho peor para los que nieguen la otra vida y se encuentren con ella cuando ya no tiene remedio. Podemos estar preocupados por mil cosas, ya sea nuestro éxito personal, la política y hasta la olimpiada, pero, por favor, solo Dios es lo único necesario, no lo olvidemos nunca.
|