| ||||||||||||||||||||||
Se habló de que la muerte es un castigo divino, perspectiva fatalista que algunos asocian a la palabra bíblica de que la muerte es consecuencia del pecado. Diversas interpretaciones teológicas y filosóficas dirán eso, pero en realidad vemos que la muerte es una parte natural de la existencia humana y no necesariamente un castigo.
Ayer conversé con Arturo Aguilar, experto en reparación de relojes, en relación a diversas aristas sobre el tiempo. La charla tuvo una duración aproximada de treinta minutos y fue con motivo de mi participación semanal en la radio argentina. En el diálogo surgieron temas como la irreversibilidad del tiempo, las huellas de la transición temporal, así como las diferentes artes y oficios que convergen en la reparación de relojes.
En el libro de Markus Gabriel El ser humano como animal se tratan numerosas cuestiones referidas a la naturaleza y a la condición humana de nuestro presente. Una de las más importantes, sin duda, es la del sentido de la vida. Es evidente, según plantea la ciencia, que la vida del ser humano en la tierra y la duración del sistema solar y el universo es limitada en el tiempo.
Con todo respeto al desarrollo de la IA, desde la ignorancia, sospecho que ciertos aspectos de la misma van probándose a través de los posibles mecanismos electorales y su influencia directa o indirecta en las voluntades de los gobernantes y en la de sus votantes.
Aseveró Borges que vivir eternamente “sería el peor castigo, sería el infierno”. La inmortalidad ha sido, desde siempre, una obcecación de los humanos, tan restringidos como estamos en el tiempo, con una existencia corta y precaria. Igual fue por ello que ideamos a los dioses, eternos en cronología.
Son las palabras que aprendimos cuando pequeños que la serpiente le dijo a Eva en el Paraíso. Ésta, en su enajenación, la creyó y comió la fruta, desobedeció el mandato divino, perdió el Edén y nos lo hizo perder a todos los humanos sus descendientes, cometiendo el pecado original del que todas las personas somos reos. Esto ¿es una fábula, un mito, un cuento para niños pequeños, o para seres adultos?
El libro del Génesis puede que parezca una fábula para niños, pero hemos de considerar que en él, aunque parezca un cuentecito, se narra la creación del ser humano, y se dice que Dios tomó barro de la tierra, formó, modelando una figura, un muñeco semejante a un hombre, le sopló y ese soplido le infundió un hálito de vida con el que lo vivificó y lo incluyó entre los seres animados.
Necesitamos reanimarnos y restablecernos, llenar el santuario íntimo de nuestro espíritu con vocablos comprensivos, más positivos que negativos, clementes y placenteros. Por desgracia, la atmósfera actual no suele acompañarnos en ninguna parte del planeta. Proliferan los conflictos, las catástrofes diversas, los actos violentos, los abusos de todo tipo, así como una fuerte carga de sensación de aislamiento y abandono, que pueden generar conductas suicidas.
The Water of Tyne es una canción tradicional inglesa, delicada y sencilla, como los guijarros que desgasta el agua hasta hacerlos suaves como hoja de palma. En ella, en la canción, una joven amante llora por la separación de su amado. Entre los dos corren las caudalosas aguas del río Tyne —“the water of Tyne runs between him and me”, dice la letra—, así que la chica no puede hacer otra cosa que quedarse ahí, en su lado de la orilla.
Cuando Zenón Elea (490-430 a.C) nos decía que debíamos vivir “conforme a la naturaleza” no se refería en absoluto al hábito posmo progre que abraza árboles pensando que así evita la contaminación, o las prácticas de no bañarse o rasurarse, ni mucho menos el abandono de la posibilidad de acceder a más años de vida mediante la vacunación preventiva ante enfermedades letales.
Mantener hoy, ante los avances de la ciencia y los descubrimientos sobre la evolución del primate que ha llegado a ser el homo sapiens sapiens, el mito, cuento o leyenda del Paraíso terrenal es a todas luces insostenible, por mucho que haya algunos que se empeñen en ello. Cada vez son más los descubrimientos que demuestran que los que habitamos hoy la Tierra procedemos de unos primates que, con el devenir del tiempo, nos convertimos en lo que hoy somos.
¿Por qué no podemos hablar los seres humanos con el pensamiento? Si los científicos dicen que nuestro cerebro es tan poderoso, ¿por qué tenemos que usar la palabra? ¿por qué se nos puso tan difícil para comunicarnos? Muchos entendidos pueden hablar y hablar durante horas sobre el desarrollo del cuerpo humano, sobre sus necesidades y miles de términos técnicos que ni tú ni yo entenderíamos.
Mover esta mano que sostiene mi pluma color azul marino como el mar cuando cae la noche, verde como mi jardín del bajo B y negro como la suerte que se me desea desde afuera por aquellas personas extrañas, insensatas, que no me han querido bien, que me desean mal, sin pensar que soy un ser humano.
El persistente aluvión de conflictos, que a veces tienen su origen hasta en nuestro propio hogar, nos moviliza como jamás. La realidad cambia por momentos, y lo que ayer era un compromiso para la construcción de un futuro más acorde con los derechos humanos, hoy ya es pasado y se ha demolido más que edificado.
Aún no ha nacido nadie capaz de explicarnos la esencia de lo que somos, y por lo tanto seguimos braceando en busca de dicha información. Al profundizar sobre cualquier concepto, se desvanece sin dejar rastro. Como consecuencia, las actuaciones carecen de la consistencia interpretativa deseada.
El sociólogo Zygmunt Bauman afirmó que el ser humano tiene el instinto del trabajo eficaz, es decir, todo el mundo se enorgullece del trabajo bien hecho. Las personas tenemos, por instinto «una repulsión innata hacia el trabajo rutinario, el esfuerzo inútil y las prisas sin sentido». Por lo tanto, ser periodista, comerciante, abogado, empresario, panadero, arquitecto, etc., es un trabajo, y nuestro instinto nos lleva a realizar ese trabajo de manera eficaz.
Que la sociedad de este nuevo siglo está sufriendo una profunda transformación en casi todos los ámbitos de nuestra vida no hay ya quien lo dude, ni tampoco quien la detenga. La era digital ha roto todas las fronteras idiomáticas, culturales, económicas y sociales que el hombre tenía hasta el pasado siglo.
Sobre los conceptos progreso, mito (dioses, ideologías, relatos y, ahora, fake news), bondad o maldad natural del ser humano y miedo al futuro giran desde hace 10.000 años, en cada momento histórico de un modo singular, los grandes temas políticos de las sociedades que se han ido construyendo desde la eclosión de la agricultura, la propiedad privada y los primeros asentamientos urbanos.
Aglutinamos lenguajes, agrupamos semánticas y hasta tenemos una necesidad imperiosa de activar el intelecto, con un raciocinio de estímulo constante, aunque nos falte tiempo para reflexionar y para aprender a reprendernos cuando caigamos en la confusión. En realidad, nos hemos convertido en autómatas del tiempo y no vemos más allá de los escenarios virtuales.
Tener fe, esperanza, no es un aptitud acomodaticia, es un acto de confianza en uno mismo, que todo futuro irá siendo mejor, siempre y cuando se tenga la benevolencia "Ama a tu prójimo como a ti mismo". En esas palabras divinas está consagrada una notable realidad que, por antonomasia deberíamos ser cada día mejores. Caso en contrario, el odio, envidia y etcéteras, avanzarían aún más.
|