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Los 927 casos de pederastia que la Iglesia reconoce que algunos de sus clérigos han cometido, ¿no son suficientes para humillarse y pedir perdón a Dios? El informe presentado por el Defensor del pueblo Ángel Gabilondo sobre la magnitud de la pederastia en la Iglesia ha encendido las redes mostrando su repulsa ante hechos tan escandalosos.
Ima Sanchís entrevista a Miguel Hurtado que fue víctima de pederastia en la abadía de Montserrat por el monje Andreu Sales. De la entrevista destaco el siguiente texto que afirma “que se quejó cuatro veces a dos abades que no denunciaron al delincuente a la justicia, ni intentaron encontrar otras víctimas, no lo sancionaron canónicamente expulsándolo de la vida religiosa. Simplemente lo trasladaron a otro monasterio. Perdí la fe".
El daño ya está hecho. La gravedad de las declaraciones de esta muchacha a quien, para desgracia de la sociedad española, le han regalado un ministerio inservible más para jugar que para trabajar, merecen una reprobación ante el grado de degeneración al que ha llegado. No conozco docente que dé el visto bueno a tan miserables declaraciones que «blanquean» el delito de la pederastia.
Lo que transcribo a continuación, me lo envío un amigo, como no daba crédito a lo que leía he buscado otras formas de información para saber si era cierto. Sí que lo es. Una ministra de nuestro Gobierno, concretamente Irene Montero, de extrema izquierda ella, incita y fomenta la pederastia. Creo conveniente y necesario que aclaremos lo que significa este vocablo, aunque posiblemente la mayoría de las personas lo conozca.
Una noticia de redacción de La Vanguardia en Madrid lleva por título: “La Iglesia recibe 506 denuncias por abusos y pide perdón “por esta tragedia”. El texto comienza así: “Después de años de silencio o de mirar hacia otro lado ante la desgarradora realidad de los abusos a menores, en la Iglesia se mueve algo…"
No es suficiente que se incluya en la renovación del Código de Derecho Canónigo un artículo que especifique la pederastia como delito contra “la dignidad humana”. Este reconocimiento no se debe a un verdadero arrepentimiento ante Dios, sino el resultado de la fuerte presión popular contra los delitos sexuales que se cometen en diversas instituciones de la Iglesia Católica.
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