Los 927 casos de pederastia que la Iglesia reconoce que algunos de sus clérigos han cometido, ¿no son suficientes para humillarse y pedir perdón a Dios? El informe presentado por el Defensor del pueblo Ángel Gabilondo sobre la magnitud de la pederastia en la Iglesia ha encendido las redes mostrando su repulsa ante hechos tan escandalosos.
Del escrito de Jordi Juan El pecado de la Iglesia, extraigo este texto: “Sectores católicos afirman con razón, que casos de abusos se han producido también en otras instituciones escolares no religiosas y que el foco está puesto solo en la Iglesia, y que son víctima de una gran campaña internacional. Esta realidad no puede tapar el tremendo escándalo de tantos excesos cometidos durante tantos años y que afectan a tanta gente…La diferencia entre el número de afectados por la investigación eclesiástica y la que presentó ayer Gabilondo (27/10/2023) es excesiva: 927 ante más de 400.000. No obstante, aunque nos quedásemos con la cifra más pequeña, el pecado existe y la voluntad de esconderlo también…” Jordi Juan cierra su escrito con estas palabras: “Esperamos que el lunes la Conferencia Episcopal aproveche la oportunidad para reconocer los errores y ayudar a las víctimas. Será la mejor prueba de los valores cristianos”.
En la teocracia del Antiguo Testamento, los descendientes de Abraham por la línea de Isaac fueron escogidos como pueblo de Dios para formar una nación santa. A pesar que la pederastia no se cita por su nombre se le puede incluir en el genérico pecado de homosexualidad que merecía pena de muerte. Hoy la teocracia no existe. Las consecuencias de intentar reintroducirla son devastadoras.
En las democracias el pecado de pederastia tiene que ser juzgado y condenado por las leyes vigentes en los diversos países. Con este fin están las autoridades establecidas por Dios para castigar a los que hacen mal (Romanos 13: 1-7). Las condenas pueden parecernos demasiado suaves, lo cual puede provocar profunda disconformidad. No olvidemos que. “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mía es la venganza, y yo pagaré dice el Señor” (Romanos 12: 19).
En el transcurso de los siglos la Iglesia ha perdido la sencillez de las iglesias apostólicas para convertirse en una multinacional que se gobierna por los principios empresariales en donde el Espíritu Santo brilla por su usencia. Si la Iglesia Católica no soluciona definitivamente la pederastia pierde credibilidad entre las personas y da motivo para blasfemar el Nombre de Dios.
Las iglesias apostólicas eran pequeñas congregaciones locales, independientes las unas de las otras, pero todas sujetas a la autoridad de la Biblia por ser la Palabra de Dios. El apóstol Pablo escribiendo a la iglesia en Corintio en la que se había dado un caso de inmoralidad detestable, le dice: “De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles, tanto que alguien tiene a la mujer de su padre” (1 Corintios 5: 1). En la cultura greco-romana la pederastia era una práctica sexual reconocida. Entre nosotros no, como no lo era entre los corintios que alguien tuviese a la mujer de su padre. Si el apóstol Pablo escribiese hoy una carta a la Iglesia Católica la amonestaría por consentir que en ella se pueda practicar algo tan abominable como la pederastia. El apóstol no escribe la carta a una institución impersonal, la escribe a personas con nombres y apellidos: “Vosotros estáis envanecidos. ¿No deberíais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?” (v.2). Añade.
“Y en el Nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (vv. 4, 5). El propósito era conseguir el arrepentimiento del pecador para que se restablezca la comunión con Dios y con la iglesia. El apóstol les dice que si no se amonesta al transgresor de la Ley de Dios con severidad y a la vez con amor: “no es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos pues de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois, porque vuestra Pascua que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (vv. 6, 7). Los cristianos son pecadores redimidos por la sangre de Jesús. Tenemos que luchar para impedir que el pecado se desborde y toda la congregación se corrompa.
Es un mal ejemplo que la Iglesia Católica, por boca de sus representantes, excuse la pederastia en su seno diciendo que el mismo pecado se da en otras instituciones educativas e incluso en familias. No basta con que la Iglesia diga que santa. La santidad tiene que brillar con esplendor para que tanto los feligreses, como los incrédulos puedan creer en Jesús como el Camino que lleva al Padre celestial.
|