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Son las seis de la mañana, el insomnio llegó un poco tarde, más o menos tres horas después de la hora acostumbrada. El primer dilema del día: levantarme y empezar desde muy temprano la jornada o intentar dormir más tiempo. Ni una cosa ni otra.
Era una noche maravillosa como todas las de siempre, con la diferencia que esta traía impregnada el sentimiento de dos jóvenes. El cielo estaba estrellado, tan brillante que, al mirarlo, uno no podía dejar de preguntarse si la gente malhumorada y caprichosa podía vivir bajo un cielo así.
Acariciaba su guitarra con tal delicadeza que los pájaros se acercaban a escucharlo. Pero una noche sin luna descubrió que lo que más amaba en este mundo lo había traicionado. Solo pensaba en la manera de desaparecer de la faz de la tierra. Y ya decidido al viaje sin retorno, con la fe marchita, el cantor apagó su voz.
La masa frita preparada por la abuela siempre tuvo un sabor insuperable. Los buñuelos se desintegraban con el simple hecho de tocar labios y saliva. Lo curioso es que a pesar de que se deshacían sin mayor resistencia, las frituras producían un crujido irreproducible.
Dicen, juran, que cuando lo sepultaron lo hicieron boca abajo para que no fuera a intentar salir una noche cualquiera. En ese mar de dichos hubo quien afirmó que el cajón en funciones de féretro fue asegurado por todos sus costados con clavos de tres pulgadas.
Se siente feliz, no tendría por qué no estarlo. Toma un cigarrillo con la mano derecha, lo lleva lentamente a sus carnosos labios y sin mayor prisa le prende fuego como quien activa el piloto automático en un viaje trasatlántico. Se siente dueña de sí, no es para menos todo marcha como decimos la gran mayoría aunque no sepamos absolutamente nada de navegación: «viento en popa».
Resultó que, en medio de los apuros creyeron, y tuvieron que sepultarlo en el camino, como una estela histórica imborrable, y una libación del tiempo. Pero cuando faltaba un pequeño trecho para llegar al destino le expresó Leticia a la comadrona Matilde: “no importa entiérrelo, la vida continúa aunque sea mi hijo”.
Otra vez estoy en el puesto de periódicos del que me he vuelto cliente asiduo. Mi trato con el dueño de ese expendio ha llegado a tal nivel de confianza que tengo abierta una línea de crédito, la cual saldo sin ningún problema cada quincena. Son días previos a lo que poco después se conocería como el Efecto Tequila, la crisis económica que sumió a México en una debacle financiera por el llamado “error de diciembre”.
—“No hay dinero suficiente para tantas necesidades”, pienso mientras retiro los últimos cien pesos de mi pago quincenal. Salgo presuroso del cajero electrónico no sea que alguien vaya a pedirme que devuelva parte de lo que quedó de mi raquítico sueldo.
Ella sabe que difícilmente llegará a tiempo. Son casi seis menos veinte y, si el tráfico vehicular no presenta ningún inconveniente, arribará a su destino veinticinco minutos después de la hora acordada. Sabe que por más desesperación que le invada, ésta no cambiará la velocidad del microbús que a duras penas le brindó pocos centímetros de uno de los estribos traseros.
Mediodía. En el centro del comedor, una mesa de fórmica de dimensiones regulares. Una silla, un sillón de mimbre, un combinado. Se oyen discos de 78 RPM de Alberto Margal e Ignacio Corsini. Entra un poco de sol por una ventana exigua, sin cortinado. En las paredes, un crucifijo de aleación incierta, fotos de un niño serio y sonrientes personas mayores, y un calendario que estipula una fecha del pasado.
Podría parecer una extravagancia escribir en estos tiempos algo relacionado con el sombrero, cuando el empleo de esta prenda ha caído en desuso considerablemente- Sin duda sería mucho más familiar -y quizás atractivo- escribir sobre el hombre y el perro o el hombre y el móvil que tienen más visos de relación con los tiempos que corren.
Podemos imaginar, discurrir que, mañana nos veremos. Ese día eran las diez y treinta minutos de la noche, el espejo estaba agotado, tartamudeaba, había sido víctima, por ello cambió de lugar, de esta situación nadie en la casa se había percatado, todos dormían plácidamente mientras llovía a raudales en la florida ciudad, y sorpresivamente las campanas de la parroquia repicando, no se sabía por qué.
—Cuando era chiquita me soñaba una casa —dice la mujer. Que era una casa. Que yo era una casa en cuyas tejas los pájaros no sabían posarse. Se desprendían, resbalaban, no sé; alguno no levantó vuelo y se estrelló. Y se murió en mi jardín, entre las flores, entre los carteles que explicaban la procedencia de esas flores vistosas, con tanto amarillo y negro, tan desesperadas. Se murió en mi jardín, uno. Y nadie lo enterraba. Era chiquita la casa que yo era: un chalecito.
Era un domingo electoral y Pedro, un hombre ya maduro, presidente de mesa, ya echaba en falta su autobús que dejó aparcado el sábado para conducirlo nuevamente el lunes. A los ocho de la tarde recibió una noticia en el Whatsapp, le había tocado el premio del euromillón, más de quince millones, después de pagar impuestos.
El tiempo miró una mariposa multicolor al abrir la verja de su jardín, a su ves voltió a ver el buzón, ahí vio un montón de cartas, que le dejaban, asimismo, unos sobres grandes para su después, qué sería, nunca se supo. El Señor Tiempo tenía la soberana costumbre dejarlo todo volado como desapercibido, y siempre auto conversaba, pero en esta ocasión fue así.
Un día del tiempo, con el ulular del viento, el ambiente sufrió cambios. Primero, no sabía quién era, después dónde estaba , por último no sabía si era ser humano o de nuevo animal. Como todo tiempo cotidiano, todo volvía a cambiar, y no comprendía por qué. Tal vez, añoraba que todo regresará al estado antiguo. Era el destino. Pero. Lo cierto, era cambiante de nuevo.
Resignarse Mary Eva... con su vida que fue tan mala, la vida que le tocó vivir, hacerlo paso a paso, busca estar resplandeciente con su suerte, maravillosa, inteligente, simpática y buena amiga. Hasta pronto.
Al principio del proceso de gestación, le ocasionaba inconvenientes diversos a su mamá, tenues y vulgares. El parto fue normal, y en la cama matrimonial de sus papis: borroso don Lacio, ya un provecto, y Catalina. A Andresito lo antecedieron Gustavito, luego el robusto adolescente Gustavo, y Luisita, recibida precozmente de ingeniera civil y con promedio distinguido.
Hubo una historia de la vida real. Era una familia acomodada, adinerada, pro no millonaria. Ese día del tiempo ido, sucedió que, Julia invitó a su amiga Narcisa a estudiar a su casa, y regresar al día siguiente, ésta llegó, fue acomodada en un aposento. Las muchachas estuvieron estudiando, y al caer el crepúsculo la mamá de Julia les dijo: vengan a cenar, ya está servida la mesa.
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