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El mundo arde en mil conflictos. Cuesta entenderse y entendernos, vamos de fracaso en fracaso, porque el mal que causa es continuo. Lamentablemente, con el aluvión de enfrentamientos, también aumenta el uso de la tortura y otras formas de trato inhumano. Desde luego, no hay pretexto para recurrir a esta atmósfera salvaje, que nos está dejando en la cuneta de la destrucción.
Hablemos de élites. El término atesora, en parte, el viejo concepto de aristocracia, evolucionado ahora, si tomamos la palabra en sentido estricto, desde aquella nobleza estamental y jurídica a otra que no depende tanto de la sangre como del mérito. Al menos, eso creíamos los hombres y mujeres a los que nos ha tocado transitar el tiempo a caballo entre el siglo XX y el siglo XXI.
Por regla general, recorremos unos trayectos curiosos en las diferentes edades y situaciones. Los matices abundan, con rasgos de intensidad desiguales, sin que los ritmos comunitarios o personales se mantengan inmutables; con numerosas modificaciones en cuanto a las metas proyectadas.
La vida por sí misma está cuajada de dimensiones, tanto cósmicas como históricas, que nos encienden el soplo creativo, ante el cúmulo de realidades sorprendentes y el conjunto de fisonomías distintivas, anímicas y materiales, intelectuales y afectivas, que caracterizan a una sociedad y que abarca, los diversos cultivos, ya sea de la ciencia, el arte o las letras, las tradiciones, creencias, principios y valores.
Tenemos la mala costumbre de pensar que aquello que en un momento determinado tenemos o albergamos, será para siempre. Pensamos que nuestra vida no puede cambiar como sí que les sucede a otros. La falta de recursos, de salud, las separaciones, las custodias…, todo eso les sucede a otros, pero no a nosotros. No valoramos las cosas tal y como debiéramos hasta que un día lo perdemos de verdad.
Lo mejor que tiene el hecho de ser libre es que te da la oportunidad de elegir y manifestar lo que crees entender como una elección propia, nunca asegurando que pueda ser la mejor, aunque sí pueda ser mejorada. Esa es la gran virtud de la libertad, poder elegir con firmeza sin condenar con odio enfrentista.
Todos tenemos tras de sí una historia que no se contempla, sino que se vive realizándola cada cual consigo mismo, con un ojo puesto en el pasado y otro en el futuro, para tener siempre las manos en el presente, que es nuestro y de nadie más, el cual también nos interroga cada aurora.
En la maravillosa diversidad que nos constituye, hemos de añadir el conglomerado de los sentires y actuaciones de los humanos. Si esto nos provoca algún incordio por desaveniencias, convendremos en su oportunidad; quién sabe a dónde nos conduciría el aburrimiento con su aplanamiento progresivo.
Las pautas que emergen durante la infancia pueden ser buenas o malas, por lo que si se trata de un ambiente contaminado por traiciones, decepciones sucesivas, trampas, engaños y sabotajes, estos niños estarán en un ambiente con un alto nivel de toxicidad. Lo que puede derivar, en la mayoría de los casos, en los clásicos escenarios de prisiones mentales.
Dejémonos estimular por los signos del verso, activemos la voluntad y la mente para repoblar el planeta de menos poder y más poesía, para que en las noches oscuras puedan sobrellevarse las diversas sintonías de andares, con activos sueños colectivos, renunciando a los intereses personales.
Hablar es fácil, hacerlo con algo de sustancia es algo más complicado. No digamos, si pretendemos catalogar la realidad, lo virtual, ficciones, o las peculiares perspectivas de los individuos. Al intentarlo, penetramos en sectores resbaladizos, donde la precisión de las definiciones se derrite al menor contacto. La espontaneidad se dispersa sin control.
Aquí nadie se libra de la batalla del buen hacer y mejor obrar de los productos alimenticios, tanto si cultivas, transportas, almacenas, distribuyes, vendes, sirves o incluso como mero consumidor; absolutamente todos tenemos un rol significativo que desempeñar, al menos para mantenerlos en buen estado. Ojalá fuésemos más responsables al respecto.
Las especulaciones del pensamiento, sean de gente común o de egregios pensadores, cotizan a la baja frente a los requerimientos prácticos; generan una serie de abstracciones teóricas, difíciles de amoldar en la encarnadura de lo que son el ser humano concreto, el individuo, y el sujeto colectivo.
Necesitamos vencer a la desconfianza con una lluvia de buenos deseos, que son los que nos hacen florecer por dentro y por fuera. También los caminos existenciales deben desarrollarse, poniéndonos en movimiento para injertarnos savia. Nuestro tránsito es para transformarnos, para que se abran en nuestra vida los caminos del verso, como aliento y continuidad.
Nuestro cerebro está colapsado, ya no sólo por el aluvión de sometimientos y humillaciones, también por un sobrepeso de embustes noticiables, que nos dejan sin tiempo para escucharnos a nosotros mismos y entrar en sintonía con el espíritu meditativo. No solemos tener tiempo para nada, porque nos hemos habituado a malgastarlo en necedades, hasta envolvernos en una realidad intolerable.
En la vida, los aires soplan revueltos, se notan desde todos los ángulos, y cuando no se notan, ni se sabe de sus derroteros ocultos. Por eso, las explicaciones solicitadas en cada evento suenan a componendas de poca consistencia. Y en esto viene el primer trazo del comentario de hoy. Si algo destaca de manera habitual es la notoria incapacidad de decir lo que no se sabe.
A nadie le es lícito permanecer ocioso e indiferente, que lo sepamos. Todos tenemos una tarea que realizar, un quehacer como misión colectiva. El mundo necesita hermanarse, romper fronteras y no vínculos, que son signos evidentes de una pertenencia que marca la vida. El presente lo llevamos a término conjuntamente.
La vida, por sí misma, es una sinfín de espacios y una pluralidad de latidos. La uniformidad es la propia muerte, que nos deja sin palabras y sin búsqueda. Ciertamente, cada cual somos únicos, pero al mismo tiempo requerimos de un profundo espíritu de comunión, que es en realidad lo que nos hace crecer, para poder alcanzar la ansiada meta de lo armónico.
Con unas dimensiones variables, cada persona deja su impronta con un sinfín de peculiaridades, de matices recónditos en muchas de sus actuaciones; pero con los suficientes indicadores como para hablar del sello particular de su presencia. La consideración de como se perciba entre el entramado de observaciones es asunto distinto.
Nuestro paso por aquí abajo, se sustenta en allanar los caminos vivientes y en facilitar pulsaciones existenciales. Todo hay que hacerlo con amor, reconociendo, respetando y apreciando a los demás. Por desgracia, aún no hemos aprendido a convivir en paz, porque nos falta cultivar los remos interiores, con la capacidad de escucha, mediante un soplo de entendimiento y de cooperación mutua.
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