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Somos una sociedad enferma. Tenemos que mejorar aires, tanto los del cielo como los de la tierra. Cuánto más claro esté el horizonte, mejor podremos divisarlo y acudir a que nos envuelva de entusiasmo. La contaminación, el mero soplo corrompido, nos deja en el desaliento y sin ganas de vivir.
Nuestro mundo se ve afectado por un aluvión de crisis, que debe hacernos repensar y cuestionar nuestros modos y maneras de vivir, empezando por los sistemas económicos, sanitarios y sociales para acabar exponiendo nuestra fragilidad como criaturas en un orbe turbulento. Estamos, pues, en el momento de la opción.
Analicemos primeramente el vocablo, desde su etimología, para notar qué nos revela. Bien sabemos que “asombro” proviene del latín “amiratio”, entendido como admiración en cuanto que “ad” se refiere a la dirección hacia la que se dirige la “miratio”, mirada u observación. En esta acepción, se trataría de la mirada que se dirige hacia lo que causa perplejidad.
Cuando vemos a un recién nacido durmiendo en la cama o en el cochecito, espontáneamente exclamamos: ¡qué mono que es! Nos fijamos en el aspecto externo pero nos olvidamos de aquello en que puede convertirse con el paso del tiempo. Albert Siegel nos despierta del ensueño y nos transporta a la realidad.
La vida germina por doquier, sólo hay que vivirla y dejarla vivir. La globalización del mundo existe también, porque todo obedece a un sentido natural que nos trasciende. Es cuestión de aprender a hermanarse y a reconstruirse, a priorizar la razón con abecedarios de libertad y afecto. Tenemos que anticiparnos a cualquier tipo de destrucción, ensimismamiento o tentación colérica, como la de valorar al análogo según criterios utilitaristas y de poder.
Según el Sistema de Información Europeo de Incendios Forestales (EFFIS) se han quemado ya en 2023 más de 86.000 hectáreas de nuestra riqueza forestal en el conjunto de España, lo que nos eleva a ser el país europeo más afectado por esta grave tragedia medioambiental. No es mi propósito analizar las causas de este desastre ecológico y humano que pueden ir desde unas temperaturas muy elevadas hasta las imprudencias o conductas delictivas y criminales que nacen de la mano del hombre.
En una época marcada por el individualismo y la indiferencia, tenemos que activar el encuentro y no el encontronazo, la comunión en la unión de vínculos y no la división, la amistad y no la enemistad entre pueblos, que lo único que genera es rencor y miedo en los pulsos.
Albert Gimenoescribe en nombre de los muchos ciudadanos que se quejan por las diversas muestras de incivismo que se ven por doquier: ciudades cosmopolitas, pueblos pequeños, espacios naturales. Allí en donde el hombre pone los pies no tarda mucho en aparecer el incivismo. Con la proliferación de envíos de artefactos en el espacio el universo se convierte en una inmensa chatarrería que dificulta la exploración espacial.
Hoy más que nunca se requiere de la labor ciudadana, para contrarrestar y superar viejas contiendas, y poder allanar los caminos de la comunión plena, con la convicción de que ninguna situación difícil está destinada a perdurar de manera irremediable; puesto que, gracias a la actitud de escucha y de diálogo, se pueden encontrar soluciones satisfactorias para superar los puntos de fricción y llegar a una solución justa de los problemas concretos.
Me alegran esas gentes de bien, de palabra auténtica y de obrar coherente, que no tienen otro propósito en sus vidas, que la de donarse a los demás. Realmente, nos necesitamos unos a otros. Hay que generar vínculos, permanecer en guardia con los brazos abiertos, hermanarse previo activar el espíritu reconciliador. Para desgracia de todos, el mundo soporta una crisis humanitaria como jamás, lo que requiere una respuesta solidaria.
Las adjetivaciones que proporciona la RAE respecto al término “necio” cubren básicamente la totalidad de los significados atinados que posteriormente analizaremos: “ignorante, que no sabe lo que puede o debe saber”; “imprudente o falto de razón”; “terco y porfiado en lo que hace o dice”; “dicho de una cosa que se ejecuta con ignorancia, imprudencia o presunción”.
Quiero abrazar la justicia, y que no sea cualquier cosa, sino la verdadera ley y voz del Creador. No a la soledad, no a la injusticia, no a la mediocridad, de verse perdidos, sin futuro y con un pasado triste.
Son las ínfimas acciones de cada día las que nos engrandecen el alma. Hemos de ponerlas en práctica, sin desfallecer un instante, con la familiaridad y la perseverancia en el buen obrar. De esta forma, seremos mejores ciudadanos, gentes de palabra en coherencia con nuestro hacer, por el bien de nuestra casa común.
Es evidente que cuando a pleno sol europeo del siglo XXI surgen brotes racistas escandalosos, cuando buen número de gente se llena hasta las cartolas de tóxicos, los más jóvenes se sienten embravecidos y engullidos a la vez con acosos descontrolados y las variadas algaradas avasallan diversos sectores ante la pasividad comunitaria; si todo esto, no sólo ocurre, sino que predomina, las alarmas debieran sonar con furor ante unos fenómenos bien visibles.
La calle no calla. La calle, observadora permanente de nuestro devenir, nos clasifica. No suele equivocarse, son muchos años y siglos de experiencia. A la “prudencia poco beligerante”, suele ponerle un cuadro, sólo para adornar. A los “prudentes temerosos de riesgos”, los apellida hipócritas. La “prudencia valiente” define, siempre, la virtud de la comprensión. Los “prudentes” se definen asimismo como personas objetivas.
Próximos entre sí, porque de este modo innato nos lo marca el itinerario viviente, hemos de reencontrarnos y querernos. El amor auténtico, es aquel que sale del alma, el único lenguaje que fomenta el hallazgo de los latidos entre el cielo y la tierra, las alianzas entre pueblos y sus moradores. Juntos afirmamos, igualmente, la incompatibilidad entre la esperanza y la violencia. La confianza nace de un corazón sincero, de una entrega generosa.
La vida es caprichosa y en ocasiones nos marca de forma decisiva, bien para bien, bien para mal. La realidad es que la vida nunca te golpea, aunque tú te creas que es así. No debemos ignorar que no es la persona y sus circunstancias sino el hombre y sus actitudes.
Salgamos de la tristeza. Es verdad que a veces cuesta despojarse de los condicionamientos del pensamiento común, pero lo que cuenta al fin, es no desperdiciar el mayor bien, que no es otro que una vida sensata. No existe un signo más real de debilidad, que esta nueva era marcada por la desconfianza entre análogos, lo que genera una violación permanente de derechos y obligaciones.
Una vez atravesado el Rubicón de la campaña electoral y conocido el resultado de las votaciones, debería suponer el final definitivo de una batalla que ha sacado a flote los sentimientos más negativos que hoy giran alrededor de algunos de nuestros actuales dirigentes políticos: enemistad e intransigencia hacia el contrario; un incontenible ruido para desacreditar y destruir al adversario o la incapacidad para confrontar ideas de una manera positiva y dialogante.
La guerra entre nosotros es una enfermedad a la que hay que poner sanación. No tiene sentido caminar solos, cuando nos mueve el mismo andar y nos conmueve idéntico horizonte. Está bien conciliar aires y reconciliar navegaciones, para sumar remos y abrazar historias que nos fraternicen. Para desgracia nuestra, en diversos territorios resurgen pugnas y viejas divisiones que se creían en parte superadas.
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