Esta expresión, acuñada en nuestro Siglo de Oro, se aplica a quien ha tomado una decisión que,
aunque sea errónea, perniciosa y perjudicial, la mantiene por orgullo, tozudez, u obcecación, a pesar de
que, al llevarla a cabo, ocasione grandes pérdidas económicas, daños irreparables o cualquier otro
detrimento de gravedad.
Pienso que Pedro Sánchez no es más tonto porque su grado de estulticia supina ha llegado al
límite y no da más de sí. Pero mirándolo desde otro punto de vista, puede ser que no se trate de estupidez,
sino de perversa determinación.
Para saber lo que ocurriría si iba a Barcelona a entrevistarse con Torra y celebrar un Consejo de
Ministros, no hacía falta consultar a los arúspices, observar el vuelo de las aves, echar las cartas o
descubrir lo que diría la bola de cristal.
A todos los españoles los separatistas y violentos de Cataluña nos habían advertido de lo que
osucedería si este Sánchez se presentaba allí, pues lo tomarían como una provocación y, ante ella,
reaccionarían.
¡Claro que el Gobierno puede celebrar sus sesiones en cualquier lugar de España! ¡Faltaría más!
Pero hay que tener en cuenta las consecuencias que se pueden derivar de ello y los daños que
posiblemente se ocasionen a personas y cosas.
Sánchez, empecinado en su ciega actitud, sin sopesar razonablemente lo que se derivaría de su
acción mal medida, marchó a Barcelona.
Además de los cuantiosos dispendios a los que ha dado lugar, originados por el desplazamiento
de miles de componentes de las fuerzas públicas, entre guardias civiles y policías nacionales y
movilización de gran cantidad de mozos de Escuadra, amen de las extremas y estrictas medidas de
seguridad, hemos de cuantificar los daños y perjuicios causados a personas y a cosas.
Las calles de Barcelona presentaban un grado de descontrol e incendio inenarrable. Periodistas
agredidos, vías cortadas por las barricadas. Personas que no han podido acudir a sus trabajos por no
permitírselo los salvajes enfurecidos.
La circulación en las carreteras de acceso a Barcelona y a otras ciudades impedida por el
incendio de cientos de neumáticos
Paralización de la vida normal no sólo en Barcelona, sino también en otros lugares.
En una palabra, una minoría ha transformado su legítimo derecho a manifestarse que ha de ser
siempre de forma pacífica y no impidiéndole a los demás el derecho, también lícito, de desarrollar su
vida con normalidad, en un caos inenarrable.
Parodiando a Fraga, y también haciéndole caso a Quim Torra que les ha dicho innumerables
veces que apretasen, los CDR han gritado “la calle es nuestra”.
Estos exaltados han pisoteado al resto de los ciudadanos haciéndoles la vida imposible. Se ha
dado el caso de que muchos comerciantes no se han atrevido a abrir sus negocios por miedo a lo que les
pudiese sobrevenir si lo hacían. Otros, más audaces, previendo que no pudiesen acceder a sus
establecimientos por las carreteras cortadas, han optado por pasar la noche en un hotel, con el
consiguiente gasto que ello representa.
Todo esto tiene un coste político añadido, pues aparte de malversación de fondos que supone y
que hemos de pagar todos los españoles, Sánchez ha de satisfacer la factura que implica el haber
humillado a España y a los españoles hasta lo impensable al rebajarse incluso a la degradación tratando
de igual a igual, como si de un Jefe de Estado se tratase, a Torra.
Indignidad que recae sobre todos los españoles, pues, mal que nos pese, es nuestro Presidente de
Gobierno.
Este hombre descentrado, desnortado y desorientado no da una a derechas desde que rige
nuestros destinos.
Es falaz, embustero y traidor. Miente más que habla y se desdice continuamente.
Tenemos un refrán que reza: “Otro vendrá que bueno me hará”. Se le puede aplicar sin equívoco
alguno, ya que si malo fue Zapatero, pernicioso es este.
Bastante desgracia tiene esta nuestra España y tenemos todos los españoles con soportar a un
tipo de la calaña de éste.
Esperamos que, aún en contra de su voluntad, se vea forzado a convocar elecciones que fue a lo
que se comprometió cuando defenestró a Rajoy con la ayuda de los que quieren destruir a España.
Si tuviese un adarme de dignidad, cosa que desconoce, y reconociese el rechazo que produce, lo
hemos visto en las elecciones a la Junta de Andalicía, tendría la hombría y honorabilidad suficiente para
convocar elecciones, que fue a lo que comprometido, y dejaría que los ciudadanos eligiesen libremente a
quien deseen que rija sus destinos.
¡Sánchez, váyase ya!
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