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​¿Qué diferencias hay entre un cerdo y un niño?

El antropocentrismo es ya tan obsoleto e insostenible como los ideales de la extrema derecha
Ángel Padilla
miércoles, 27 de febrero de 2019, 15:27 h (CET)

Ninguna.

Sólo similitudes. Ambos quieren vivir, sueñan, anhelan, juegan, cantan, sí, cantan ambos (la madre cerda canta a sus hijos en la lactancia)... Pero el humano ha estirado sus kilómetros de concertina para separar al resto de los animales de nosotros.

La madre cerda canta, como he dicho, a sus hijos mientras maman de sus ubres. Les tararea. Las vacas destinadas a la (insana y cruel) alimentación humana mugen dolorosamente cuando, nada más dar a luz a sus hijos en los sucios y oscuros establos, los operarios con malas maneras se los arrebatan del lado, a estirones, si es necesario a patadas.

Durante los minutos u horas que dura ese episodio de separación antinatural, un bajo muro separa a madres de hijos, y estos se comunican mediante llantos que desgarran el corazón. Desde luego, los operarios de esos Treblinkas modernos -éstos para los animales no humanos-, acostumbrados a esto, prosiguen con sus tareas. Hay asociaciones que denuncian malos tratos en las ganaderías industriales, en ciertas firmas. Que han sido denunciadas por no cumplir las “buenas praxis”. Pero lo ciero es que el maltrato, el infierno cotidiano, es inherente al hacinamiento, confinamiento en jaulas diminutas donde vacas, cerdos, caballos, corderos, gallinas, no pueden darse ni la vuelta, han de convivir su dolor y pena que no entienden con los otros cientos de ojos de sus iguales en ese martirio, horrorizados como los suyos. Es el mayor terror capaz de concebir. Pero se produce. Y por fin se está visibilizando, aunque pálidamente, desde los medios de comunicación, al “consumidor”, a aquellos y aquellas que comen cadáveres sin interrogarse, firmemente, si dejarán de hacerlo algún día porque, saben, que aquello no es correcto. Como dice la activista animalista Rosa Más, “Esta mal, lo sabes: no lo hagas”.

El caso de Yulen y el escalofriante pozo que le segó los sueños nos golpeó a todos. Un alma inocente, con toda una vida por delante. No podía ser. Ha sido injusto. Ha sido... incomprensible. En esta tierra hay tantos “túneles de Yulen” como poros tiene la piel de un hombre. Los avernos. Esos lugares siempre lejanos de los ámbitos urbanos de los que dijo Paul Maccartney que: “si tuvieran paredes de cristal, todos serían veganos”.

El maltrato de género, esa lacra que parece no tener fin venida de la violencia machista, tiene igual raíz que el maltrato, acoso y crimen que se da en la tauromaquia. Al fin, los matones dicen iguales estupideces sobre sus víctimas: que las aman, además, que son los que más las aman en el mundo. Pero las matan.

La gente en general dice amar a los animales, pero se los come.

El mito de Saturno devorando a su hijo, que se ha analizado como signo de impotencia sexual, imaginémoslo de cotidiano: gente cocinando gente. A sus familias. Hace muy poco las noticias nos contaban del joven caníbal que mató y cocinaba trozos de su madre. Nos invade un escalofrío. Hay líneas que no debemos pasar. Nuestra moral es implacable. 

Pero implacable y con leyes, aunque insuficientes y mal articuladas, sólo para el animal humano (insisto, los humanos también somos animales, sólo que vestidos).

Tomamos el mundo, y meter a las y los otros en jaulas no nos hace mejores. Nos convierte en una especia cruel y enloquecida.

Ni siquiera la ciencia puede ya seguirle el juego a esa locura de comer seres vivos, porque los estudios que mostraban que somos omnívoros, por nuestra trayectoria evolutiva, se confrontan ahora con iguales estudios y más firmes, que iluminan una realidad contraria: que éramos hervíboros y sólo comimos animales cazados en trayectorias concretas, pero no era lo que precisamente nos era obligado hacer.

Hoy, ese cerdo que he nombrado al principio, comparándolo con un niño, no vive libre hasta que un cromagnon le cae encima y lo devora. Permanecen desde el nacer en jaulas, en la mayor de las esclavitudes jamás soñadas, peor que la negrera en su etapa más dura, similar a como estaban los judíos en los barracones nazis.

La medicina tampoco puede sostener esta falacia de que somos omnívoros: ni poseemos cánidos para desgarrar la carne, ni la comemos cruda como los animales verdaderamente carnívoros ni nuestro largo intestino es el de un animal carnívoro, que es mucho más corto. En fin, y la mayoría de los estudios sobre salud que se han hecho en distintos países, arrojan el resultado de que, cuanto más vegetariano se come, menos enfermadades de todo tipo padece un pueblo.

El antropocentrismo es ya tan obsoleto e insostenible como los ideales de la extrema derecha, con su hegemonía de clase, color y sexo.

La hegemonía es una forma de tiranía siempre (aunque la llamen política). Y siempre encontramos, al analizar los problemas del mundo, la misma raíz: unos subidos sobre los hombros de otros, para llegar más alto y más lejos, a su costa.

¿Alto? ¿Lejos? Lo hemos olvidado todo. Todo lo importante. En el ala de la mariposa hay mejores poemas que en el conjunto maravilloso que nos dejó Dylan Thomas, e incluso Whitman.

En ese olvidar, la mayor de las maldiciones ha sido la de no recordar ya que esas hermanas y hermanos del gran pueblo del mundo, tienen nuestra igual sangre, vienen a nacer desde el mismo limo y tienen el mismo derecho que nosotros a poseer sus vidas, que no nos corresponden.

Matar a un niño es igual de grave que matar a un cerdo.

Sentir rechazo a la anterior frase es muestra de estar habitado por el cliché social del que debemos despojarnos: el especismo.

El que habla lleva 24 años siendo vegano, y está más sano que cuando no lo era, que cuando era injusto y estaba engañado respecto a lo que me rodea en esta vida, y cometía Injusticia.

El vuelo de una gaviota tiene tan grave misterio e importante destino como el de tu paso, caminante.

Quitate el oscuro gorro y mira al Sol, y luego mira a esta tierra con otra mirada.

Todas, todos, queremos vivir. Respeta eso, si quieres tú también ser respetado.


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