Que si España es una o no cincuenta y dos —aunque en según qué manifestaciones teñidas de colores rojos y gualdos se afanen a decir que cincuenta y una— no me quita el sueño. Que España tenga que disculparse ante México por la conquista de los aztecas o si los romanos tienen que disculparse ante nosotros por la invasión de la Península Ibérica tampoco me quita el sueño. Que si Albert Rivera sería mejor ministro de Exteriores que Pablo Casado sería mejor ministro de Universidades tampoco me quita el sueño. Las fuerzas políticas se están embarrando en debates estériles que no responden a las necesidades materiales y reales que atesoramos los españoles: un trabajo decente y tan bien remunerado que nos pueda permitir vivir dignamente, sin miedo al incierto futuro, y un ambiente de protección. Algo que Lenin sintetizó en los siguientes puntos: paz, trabajo y pan.
No obstante, hay formaciones que no saben dar con la respuesta a estos deseos, o la respuesta a esos deseos son perjudiciales para sus intereses de clase. Por ello, se afanan en poner en el debate público debates que no existen, y los alimentan. La prueba de ello es la última “abascalada”, la última ocurrencia del líder ultra: la de portar armas. Esa ocurrencia sí me quita el sueño, y me parece harto preocupante que haya quien lo jaleé. Aunque Aznar haya cerrado filas en torno a Casado, parece que Abascal quiere resucitar a ese Aznar tejano y quiere cambiar España por el salvaje Oeste americano. Y no solo es ésta la propuesta con la que se quiere ahogar en el lodazal el debate público.
Tampoco la izquierda se salva de esta fiebre. En concreto, la izquierda madrileña. Es un escándalo y una irresponsabilidad que haya tres candidaturas a la izquierda del PSOE. Al fin y al cabo, estas fuerzas se están arriesgando a amordazar a miles de votantes si no se supera el porcentaje permitido para tener asientos en el Consistorio y en la Asamblea de Vallecas. Batallas intestinas por las poltronas, batallas intestinas por matices, batallas intestinas por formatos… Va a ser realidad esa premisa de que la izquierda solo está unida en la cárcel o que el pueblo vencido jamás estuvo unido. Es irresponsable que, en vez de sumar, se afanen en restar; y esta resta hace que la derecha sume. Si lo que quiero es trabajar y tener un trabajo decente, ¿qué más me da que la papeleta sea enmarcada por una u otra sigla o pilotada por uno u otro nombre? ¿No eran ésas las lizas de la vieja políticas que creíamos haber superadas? Pues no lo hemos superado. No pocos votantes nos volvemos a sentir huérfanos, pese a la gran variedad electoral que se nos presenta. O, precisamente, tal vez justo por eso. El nuevo ciclo no ha cambiado lo esencial: no hay propuestas radicales —que vayan a la raíz— para sustituir el modelo productivo por otro que nos provea de trabajos acordes al siglo XXI con una regulación laboral más seria.
Hay temas que siempre estarán ahí, y que debemos de afrontar cuanto antes. Por ejemplo, el modelo de la Jefatura de Estado o el modelo territorial. Sin embargo, en paralelo a esto, se deben solventar las necesidades materiales de los españoles de inmediato, sin tener que esperar más tiempo.
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