Sin duda alguna hay que hablar de lo que viene representando el señor Albert Rivera y su partido, Ciudadanos, en lo que, a consecuencia de las pasadas elecciones, ha venido a ser el nuevo panorama político español. Es evidente que el espectáculo que han venido dando, los tres partidos que se podrían considerar conservadores, a lo largo de la accidentada campaña electoral en España, desde ningún punto de vista, se puede considerar como el que mejor les podría convenir a los tres aunque, a la vista de los resultados conseguidos, ha sido a Ciudadanos al que le ha ido mejor y el que ha logrado obtener un mayor número de escaños (57), respecto a los obtuvo en el año 2016 (32). Sin embargo, Ciudadanos, se puede decir que, desde antes de la celebración de las elecciones andaluzas ha sido el que más oposición ha manifestado a conseguir acuerdos globales entre los únicos partidos que, sumando votos, hubieran podido hacer sombra a la espectacular, no se le puede negar, victoria obtenida por el señor Sánchez y su partido el PSOE.
El señor Casado hizo una oferta cargada de sentido común que, evidentemente, si hubiera cuajado hubiera significado un importante frenazo a la plena autonomía de la que goza el PSOE en ambas cámaras, aunque no haya obtenido la mayoría absoluta en ninguna de las dos. Se trataba de concurrir, con una lista conjunta de las tres formaciones políticas, PP, Ciudadanos y VOX, a las elecciones al Senado. No cuajó, como no ha cuajado ningún intento serio de acercamiento que se ha probado, por eso de que “hay que mantenella y no enmendalla”, generalmente roto a causa de la oposición de Ciudadanos un partido que, como comentaremos, nos da la impresión de que tiene marcada una ruta en la que no caben ni el PP ni VOX y, por raro que pueda parecer, el propio PSOE con el que tantas veces se ha dicho que acabaría llegando a un acuerdo de gobierno. En efecto, hablar de Rivera es hablar de ambición y de ansias de presidir el gobierno del Estado español; pero también lo es de obcecación, individualismo, inseguridad y un sentido equivocado de lo que le conviene a España; a pesar de que, como bandera de combate, no deja de hacer alusión al peligro del separatismo catalán y a la unidad de España. Lo que no le ha impedido, cuando le ha parecido conveniente, aliarse con el PSOE, sabiendo que uno de los baluartes del PSOE está en su franquicia catalana PSC, del señor Iceta, que siempre ha demostrado tener un pie nacionalista y, el otro, en el PSOE pero, en ningún caso, ha sido un defensor convencido de la unidad de la nación española que, si llegara el caso, como ya declaró recientemente, parecería estar dispuesto a ceder nuevas bazas al nacionalismo catalán algo que, no es difícil adivinar, tendría connotaciones peligrosas para España y los españoles respeto a mantener las competencias necesarias para mantener a los catalanes dentro del Estado español como sería el caso de la eliminación del español y una suerte de autogobierno que, al parecer, sería el proyecto que sigue manteniendo Sánchez para toda la nación española: la creación de un nuevo estado federado en sustitución del actual estado de las autonomías contemplado en nuestra Constitución. Ello, evidentemente, debería ir precedido de una amplia reforma constitucional que nos tememos que, todavía, no está en sus manos pero que, sin duda, estaría dispuesto a intentarlo.
Algunos se podrían preguntar ¿A qué viene este empeño del señor Albert Rivera de cargar contra el PP y de negarse a establecer ninguna clase de vínculo con él? Sencillamente, porque el espacio que ha ocupado siempre el PP, especialmente antes de la llegada del señor Casado, había sido el de centro derecha y la palabra “centro” es la expresión mágica para que cualquier partido sea considerado moderado, centrado, sensato, fiable y, por encima de todo, ¡votable!. Vean ustedes la táctica simple, cómoda, descansada, efectiva y rentable utilizada por el señor P.Sánchez, el que más tenía que perder en los dos únicos debates de la pasada campaña electoral, y contemplen el fruto que sacó de ellos. Se mantuvo centrado, sin aspavientos, viendo divertido como los dos partidos de centro se peleaban y ponían palos en las ruedas de sus respectivas formaciones, sin que a él le cupiese otra misión que sacar provecho de aquella lucha fratricida permitiéndole esquivar las preguntas incómodas y desagradables que, con toda seguridad, le hubieran podido crear problemas si PP y Ciudadanos se hubieran centrado en acosarlo en lugar de enfrentarse entre ellos.
Ni antes, ni durante la campaña ni ahora que la sentencia de las urnas ya ha aclarado el nuevo panorama político español, el señor Ribera y su partido Podemos han estado interesados en lo más mínimo en tender lazos de amistad y cooperación entre los dos partidos con los que ha concurrido e incluso formado gobierno, como ha sido el caso de las elecciones andaluzas. Pactó a regañadientes con el PP, porque le convenía, pero no quiso hacerlo con Vox porque sabía que ello le reportaría una imagen de extremista que de ninguna manera le convenía para sus proyectos de futuro. Y es que, señores, el señor Rivera no quiere ni ha querido nunca colaborar con el PP por mucho que en algunas ocasiones, ha simulado un cierto acercamiento a él cuando le parecía que le convenía. Cuando Rajoy quiso aplicar el 155 en Cataluña, Rivera frunció el ceño, y dijo no. Más tarde, cuando lo de Cataluña se volvió insoportable con el referéndum ilegal y la rebelión del separatismo, tal y como acabó haciendo Sánchez, se resignó y aceptó colaborar, pero fue de los primeros en acortar el plazo de su aplicación, cuando Sánchez impuso que se levantara el 155 y se celebraran elecciones en el cortísimo plazo de tres meses, algo que Rajoy aceptó cavando, al mismo tiempo, la tumba para su propio partido. Ya lo ha dicho en varias ocasiones y desde que se han celebrado los comicios del 28A, con la mejora de sus resultados, aunque no ha conseguido alcanzar al PP, sigue empeñado en constituirse en el jefe de la oposición. Su intención no es colaborar con el PP, sino acabar con él para que su partido ocupe el lugar que le ha correspondido al PP durante los últimos años.
Por ello, tenemos la impresión de que, en esta ocasión, a diferencia de la postura que mantuvo en pasadas elecciones, ha intentado, por activa y por pasiva, dejar bien claro a sus presuntos votantes que no estaría dispuesto a pactar con el PSOE, a pesar de que los socialistas seguramente hubieran deseado establecer un pacto con ellos que los librase de los comunistas o los separatistas vascos y catalanes. Es obvio que, si su intención hubiera sido una alianza con el PSOE no hubiera insistido, tantas veces y con tanta convicción, en que no estaba en sus planes semejante tipo de alianza. Incluso ahora, a tiro pasado, ha tenido que rechazar una vez más, una petición de los empresarios que veían en esta solución un medio de intentar atemperar los afanes recaudatorios de los nuevos gestores del gobierno, que ya han fijado en una recaudación de 5.654 millones de euros para el año 2020, cuando Sánchez espera aplicar la subida impositiva que no consiguió hacer al no serle aprobados los presupuestos que presentó para el 2019. Y ya que estamos mencionando a los empresarios es de admirar con la rapidez que ha reaccionado la CEOE para intentar evitar lo que se les viene encima y lo mismo ocurre con los bancos. Aquí, entre estos colosos de las finanzas, no existen otras ideas políticas que aquellas que les ayudan a obtener beneficios y, como dice el Consejero Delegado del Banco de Santander, señor Álvarez, espera que el nuevo gobierno no “cree impuestos especiales para la banca”, una idea que parece compartir el señor Cortázar, Consejero Delegado de Caixa Bank, cuando rechaza de plano un impuesto a la banca por el “rescate”; con lo que seguramente no cuentan es con los de Podemos y sus intentos de colaborar en el nuevo gobierno de Sánchez.
Estamos, sin duda alguna, ante un panorama poco tranquilizador que, con toda seguridad, había pocos que contemplaran, aunque era evidente que quienes iban a ganar, en esta ocasión, los socialistas; pero lo que no se vislumbraba es que las izquierdas, en general, acapararan el poder en toda España, salvo en Cataluña, Navarra y el País Vasco, donde continuaron dominando los partidos separatistas, una circunstancia que no sirve de consuelo alguno para quienes creemos que, lo que le está sucediendo a nuestro país, quizá sea lo peor que le pudiera ocurrir para evitar que, todo lo conseguido durante los años en los que se ha luchado para solucionar, o al menos intentarlo, las nefastas consecuencias de la crisis que nos vino de América con la quiebra de Leeman Brothers y sus hipotecas fallidas, pudiera llegar a convertirse en nada debido al afán de dilapidar los recursos del Estado en mejoras sociales que no tienen otra función que conseguir atraer al PSOE los votos precisos para darle la hegemonía en toda España.
Quedan por comentar los resultados electorales de Unidas Podemos, el feminizado partido del señor Iglesias y sus intentos de camuflar su derrota en las urnas; así como los efectos de los resultados electorales sobre el separatismo catalán y vasco. También deberemos hablar de los redivivos sindicatos obreros, UGT y CC.OO y de las nuevas posibilidades que se les ofrecen con el cambio que nos va a llegar con el gobierno de los socialistas y, finalmente, y no por ello no menos importante: ¿Qué va a ocurrir con nuestra monarquía? Muchas incógnitas que intentaremos desarrollar, siempre desde el punto de vista de un ciudadano de a pie, en un nuevo comentario.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la impresión de que, entre todos, nos hemos metido en un avispero teñido de rojo, del que mucho nos tememos que sólo podrá rescatarnos el transcurso del tiempo, este remedio infalible que siempre acaba por poner las cosas en el lugar que les corresponde. Lo malo es que, para algunos, el tiempo en un bien que ya comienza a ser escaso.
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