Mi conocimiento de los políticos españoles se inicia durante mis estudios de grado medio en la Escuela de Comercio. En ellos se impartían “las tres marías” (asignaturas de poca importancia que aprobaba todo el mundo). Entre ellas destacaba la pomposamente denominada como “Formación del Espíritu Nacional”. No recuerdo que nos enseñaban, pero sí un texto de Fraga Iribarne que usábamos en los últimos años del Profesorado Mercantil sobre la Sociedad Española. Para un servidor, en la época anterior a la democracia, los políticos eran unos señores de chaqueta blanca, uniforme militar o chilaba de los representantes de las plazas y provincias africanas. Usaban mucho la palabra “Gloriosa cruzada” y aquello de “usted no sabe con quién está hablando”.
Posteriormente compartí aulas en la facultad de Económicas con lo más granado de la incipiente España democrática. Allí comencé a conocer sindicatos y partidos clandestinos. Con la muerte de Franco la cosa cambió radicalmente. Suárez –un político al que admiro profundamente-, supo escarbar entre profesionales de talla para crear la UCD, mientras el resto de los partidos salieron a la luz rescatando políticos del exilio, los sindicatos y los intelectuales de todo tipo. Fueron políticos honestos y brillantes que llenaron el espacio político de cordura, respeto y búsqueda de lo mejor para España, renunciando a puestos brillantes y verdades absolutas.
La cosa se ha ido degradando paulatinamente. Los políticos actuales proceden en su mayoría de los cachorros de las nuevas generaciones con una evidente falta de contacto con el mundo real y los problemas reales. Se preocupan más de la forma que del fondo y son manejados por los “gurus” de la comunicación y la apariencia ante los medios. Son honrados por necesidad. Inventan curriculums de los que carecen. Suceden a la segunda generación de políticos que les precedieron durante el cambio de siglo. Estos se vieron manchados por la corrupción y el apego a la “buena vida”, las vacaciones pagadas y la cuentecita en Suiza. Los de ahora son honrados por el momento… e inexpertos. Han aprendido a prometer hasta meter y aguantar mientras se pueda.
Por supuesto no he querido generalizar en mi opinión sobre la clase política. Muchos de ellos no han pertenecido, ni pertenecen, a este “grupo” de pésimos gestores que han hecho verdad aquello que decían los argentinos: “el país crece mientras los políticos duermen”.
En estos días estamos despidiendo a un político de talla. Alfredo Pérez Rubalcaba era un político íntegro. Por eso se quedó a media altura. Su aspecto de mayordomo inglés de la vieja escuela, su calva incipiente y descuidada así como su discurso sin florituras, propio de un profesor de universidad, no daban “la imagen” adecuada para más altos puestos. Por eso se retiró humildemente y sin ruido.
El pueblo español, que es sabio, ha sabido valorar su entrega y su dedicación. Ha reconocido como, junto a Rajoy, otro que tampoco dio nunca la imagen requerida, consiguieron solventar el asunto de la abdicación de Don Juan Carlos y, una vez cumplida su misión, volver a las aulas donde ha dado hasta el último suspiro.
En su féretro faltaba una cruz, posiblemente por su condición de no creyente, pero espero Dios le tenga en su regazo porque fue un hombre de buena voluntad de los “que ama el Señor”.
La vida y la trayectoria de Don Alfredo Pérez Rubalcaba son una buena noticia y un ejemplo para todos.
|