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Medir las miserias en un plató

Si no fuéramos consumidores de los temas morbosos, todo ésto quedaría saldado
Manuel Ibañez Ferriol
martes, 18 de junio de 2019, 15:29 h (CET)

Los platós de las distintas televisiones, se han convertido en lugares dónde por un puñado de dolares o euros, diferentes personajes de la vida pública, venden sus miserias, historias, verdades a medias, e incluso todo lo que sea factible de venderse, porque el morbo dicen que hace crecer las audiencias.

La palabra morbo se utiliza con mucha frecuencia sin pensar mucho en su significado preciso. Por lo general, lo morboso se asocia a lo sexual. De ahí que se mencionen las miradas y las insinuaciones morbosas. Sin embargo, también es usual que se califiquen como morbosas otro tipo de conductas. Por ejemplo, cuando alguien quiere conocer en detalle la vida personal o íntima de alguien. O cuando la gente se deleita demasiado viendo imágenes cruentas o excesivamente violentas. Asimismo, en el área de la medicina también se hace uso de este término. Se habla de estados “mórbidos”. Por extensión, definimos como morbo todo aquello que nos remite a la enfermedad mental. Se identifica comúnmente con la perversión.

Ahora bien, debemos tenerlo claro: no siempre es así. La pregunta entonces es ¿qué es entonces el morbo? El filósofo Plutarco decía sobre el morbo: El morbo es la desobediencia de la razón. El morbo puede definirse como la necesidad de ver, sentir, oír, oler o interactuar de alguna manera con lo que socialmente se cataloga como prohibido o proscrito. Se trata, en esencia, de una fuerza que nos impulsa a entrar en contacto con ello y a experimentar placer al hacerlo. El placer de trasgredir normas o entrar en el mundo de lo prohibido.

Pero, ¿que es lo que despierta la morbosidad? Lo que usualmente despierta el morbo es todo aquello que encierra un misterio o proyecta la idea de lo inescrutable. En condiciones normales, esto corresponde a todo aquello que no se experimenta habitualmente o que implica la ruptura de lo llamado “normal”. De ahí, que determinadas situaciones, despierten curiosidad, porque todo lo relacionado con el misterio, nos predispone, a que nos dispongamos a sentarnos ante la “caja tonta”, a ver las miserias que nos van a contar.

¿Tan aburrida es nuestra vida, para tener que distraernos con las situaciones morbosas que nos presentan los distintos individuos que se venden ante las cámaras? ¿Son culpables las cadenas de televisión de hacerlas rentables a base de los temas mas escabrosos posibles? ¿Estamos ante una crisis de valores, que nos hace tragarnos todo lo que nos ofrecen los artistas del corazón? Hemos pasado del papel couché al celuloide digital, para contar todo lo que nos venden. ¿Tan vacías están nuestras vidas para tener que conmovernos con las tristezas y lágrimas que nos cuentan?

Si no fuéramos consumidores de los temas morbosos, todo ésto quedaría saldado, y las miserias solo las tendríamos que soportar en la sección de sucesos de los servicios informativos. Pensemos, si tenemos necesidad de seguir soportando las miserias de los que se definen como famosos. Vale.

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Corría el mes de abril de 1994 cuando un grupo de malagueños celebramos la Semana Santa en el lejano cantón Valais de Suiza. Por aquellos tiempos dedicaba buena parte de mi tiempo a transmitir, en la medida de mis posibilidades, el Evangelio. Estaba totalmente involucrado en las tareas de evangelización del Cursillo de Cristiandad. Una tarea gestionada por seglares.

Al referirnos a las expresiones del habla cotidiana, las quejas son las principales protagonistas. Independientemente de cómo se exprese cada cual, somos muy perspicaces en la crítica dirigida a los demás y poco propensos al examen del escaparate propio. Sin embargo, no es tan sencillo pronunciarse al respecto, debido a las imprecisiones propias, las tretas ajenas y los muchos factores implicados.

Los que desde muy pronto y ya sin interrupción hemos tenido un contacto frecuente con los libros sentimos cierta incomodidad al oír consejos y expresiones como “leer es bueno”, “un libro es un amigo” o “lee lo que quieras, pero lee”. Es como si alguien dijera: “¡viva la comida!, da igual qué comas, lo importante es que comas”, o “beber es vivir, sea lo que sea que bebas, bebe”.

 
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