He intentado sin éxito comprender a Ignacio Aguado cuando expresa su voluntad de no admitir en un ejecutivo a mujeres poco resolutivas, e incluso incapaces ha llegado a insinuar, poniendo como ejemplo de ello a dos féminas como Leire Pajín y Viviana Aído, ambas del Partido Socialista Obrero Español y en su día responsables de sendas carteras ministeriales, con José Luis Rodríguez Zapatero como primer ministro. Ninguna de las dos, mucho me temo, se hubiese atrevido a ofrecer a un fondo buitre de inversión inmobiliaria esas mil y pico viviendas, en principio destinadas a albergar a núcleos familiares con recursos limitados, de las que se deshizo Ana Botella cuando era alcaldesa de la Capital; y que tantos dolores de cabeza le ha venido acarreado últimamente, cabe añadir. Entonces, a la dama de vidrio no le tembló el pulso, ni aun sabiendo que con ese gesto se reducían drásticamente las posibilidades de encontrar un hogar digno para aquellas familias.
Siempre que el guion lo exija, claro está, esa es la clase de gestoras por las que se inclina el vicepresidente de la Comunidad de Madrid. Señoras con mucho empuje, sí, pero con poca empatía. Raras avis que, desgraciadamente para sus intereses, al parecer Aguado no ha podido o no ha sabido encontrar en las filas de Ciudadanos. De ahí la significativa diferencia en el porcentaje de féminas, con respecto al de varones, que han sido acreedoras de su confianza para gestionar las diferentes consejerías a su arbitrio, gracias al tripartito.
Hay que ver cómo les gusta a los políticos arremeter contra sus adversarios, no importa si de otra formación o de la suya propia, tratando de disimular con discursos cáusticos su propia ineptitud para salir airosos de los interrogatorios a los que les somete la prensa. En cualquier caso, con razón o sin ella, flaco favor les ha brindado a las féminas de su partido y a sí mismo. Aguado podrá argüir lo que considere oportuno, y de hecho así ha sido, para defenderse de las acusaciones que consiguientemente lo tacharon de misógino, pero su argumentario ha convencido poco más que a sus acólitos. Si sólo se trataba de salir airoso ante el lesivo acoso de la prensa, habría sido más sensato cerrar la boca que parlamentar sin argumentos sólidos, evitando así que sus explicaciones sonasen más a justificación que a otra cosa.
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