Conozco la obra del Padre Ángel desde siempre. Pero me cabía la duda de pensar que había mucho de marketing en la presentación de su figura. Sin embargo, después de escuchar su conferencia de ayer en el salón de actos de Unicaja, desapareció de mi mente toda idea de pensar en su persona como un producto mediático.
Detrás de una gran obra siempre hay un gran hombre. Su grandeza estriba en su sencillez humana, su fe a prueba de todo y su cercanía a los demás, especialmente los más desfavorecidos. Pero me ha demostrado con su vida que también hay que estar cerca de los más pudientes, haciéndoles ver la maravilla que consiste en dar y en darse y haciendo de vaso comunicante entre los empresarios y los pobres.
Su discurso –bien documentado y respaldado por los hechos- está lleno de esperanza: “el mundo de hoy es mucho mejor que el de siempre”; de amor: “hay tres palabras que debemos utilizar cada día: perdón, te quiero y gracias”; “hay que besar y abrazar a la gente” y de fe: “Yo sigo creyendo en Dios y en los hombres”.
Las palabras del Padre Ángel han reafirmado mi criterio sobre este cura católico convencido y comprometido. Le considero como un paradigma del seguimiento de Jesús. Si yo pudiera definirle adecuadamente le consideraría como un “vividor de la VIDA”. Está más pendiente del ser que del parecer, del hacer que el decir. En una palabra vive “a Dios rogando y con el mazo dando”.
Cuando yo sea mayor, me gustaría ser como el Padre Ángel. No hace acepción de personas, practica el dicho de que “el hábito no hace al monje”, y dice verdades como puños que certifica con su manera de ser y de vivir.
Un encuentro inolvidable con un asturiano Mensajero de la Paz.
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