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Lo correcto, la indiferencia

​¿El enemigo número uno del pueblo? Pues mire, el enemigo número uno del pueblo, “políticamente correcto”, es el escarabajo de la patata.
Francisco Vélez Nieto
domingo, 20 de octubre de 2019, 09:37 h (CET)

Vincent van Gogh fue gran lector, poseedor de exigentes criterios y autores. Con claridad escribía: “El soñador cae algunas veces en un pozo, pero luego dicen que se eleva”. Víctor Hugo, Shakespeare, Dickens, entre otros grandes clásicos fueron el sólido soporte en tan inquietante y accidentada existencia creadora. De todos ellos extrajo conceptos y formas, el compromiso del artista creador ante la sociedad tanto en la pintura como en la escritura.


¿El enemigo número uno del pueblo? Pues mire, el enemigo número uno del pueblo, “políticamente correcto”, es el escarabajo de la patata. Corren tiempos impregnados de miserias revestidas de oropeles consumistas, porque el pobre siempre mirará sufridamente y con dolor como pasa un hombre con un pan al hombro, mientras él no tiene unas migajas que llevarse a la boca. Tampoco cómo se podría rascar un piojo un rico que nunca ha vivido en una choza, cuando el pobre no da basto de matar los suyos en tiempos difíciles. Luego no pedirle al humillado que hable de Picasso. Tampoco del Universo.


No pierdas el tiempo escuchando conversaciones donde hablan con fuerte tono para que sean oídas las opiniones por todos los contertulios. Sólo contienen la vaciedad de quererse escuchar a sí mismos. Cuando alguien habla de política con énfasis y pretende mostrar que no es “ni de un bando ni de otro”, desconfía de él, pues está haciendo propaganda de su partido. Y posiblemente éste sea ultraconservador. Tal como van las cosas en este país llamado España, no tardará mucho en que la verdad objetiva pase a estar mal vista y perseguida. Mientras el subjetivismo y la mentira descarada oficialmente se convertirán en credo de mentira vulgarizada. A un considerable número de políticos españoles no es nada recomendable dejarlos en la cocina con un tarro de miel abierto, pues el engolamiento es insaciable, propio de su incultura voluntaria: mediocridad y exceso de estupidez ya la manifiestan con holgura y descaro.

Fortuna es la posibilidad de abordar la lectura de los cuentos de Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), en los que se narra la vida y dolor de los de abajo. Esos que ahora, gente pagada, torciendo el idioma y la palabra denominan “los menos favorecidos”. Cinismo e hipocresía de los que ordenan y dictan las mentiras. Miseria de escribanos al servicio del poder que paga con el encargo de vestir al idioma como una Celestina depravada.


Sin imaginación no existe el riesgo. Sin riesgo no hay futuro. Luego se está condenado a ser esclavo vegetativo de sus anodinas circunstancias. Alienado, sumiso a la voz de su Amo. Pobres criaturas. Se puede perdonar al enemigo, pero no olvidarlo. No obstante al mal enemigo agua sí, elogios no. Vivo o muerto. Lo correcto, la indiferencia. Se llevaron la momia santificada que fue “Caudillo de España por la gracia de Dios”, del Valle de los Caídos, pero la sangre cuajada en la historia con el luto y llanto de las madres permanecerá para siempre en la mejilla.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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