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El 10 de noviembre, un día clave para España

Para el señor Sánchez la palabra bloqueo no tiene el significado que habitualmente se le da a la expresión en el DLE
Miguel Massanet
martes, 5 de noviembre de 2019, 08:35 h (CET)

En un plis plas, señores, nos volveremos a encontrar ante las urnas para cumplir con nuestro “deber de ciudadanos”, ya convertido en algo habitual gracias a la incompetencia de nuestros políticos, incapaces de ponerse de acuerdo; evidentemente condicionados por sus egoísmos personales y de partido. Nos preguntamos, una vez más, si en esta particular ocasión, este voto que vamos a emitir va a servir para algo más que para que se alborote el gallinero político intentando encontrar la fórmula magistral que les permita cuadrar sus múltiples combinaciones para sacar adelante una investidura que, a la vista de cómo se presentan estos nuevos comicios, nadie parece poder garantizar que, recontados los votos, España no se vuelva a encontrar en un callejón sin salida, una nueva encrucijada o una situación de desconcierto, como la que tuvo lugar cuando la investidura fallida del señor Pedro Sánchez. Por enésima vez, nos vamos a exponer a que, la falta de previsión del PSOE y sus directivos, su excesivo optimismo y su convencimiento de que ninguno de los partidos de la oposición tenía posibilidad de ponerles en apuros respecto a la previsión de los resultados de esta nueva consulta que ellos, en su excesiva confianza en una victoria aplastante, dieron por seguro que les iba a ser completamente favorable.

Si descontamos las encuestas del CIS del señor Tezanos que, en su afán de favorecer desde aquel organismo oficial, no ha tenido inconveniente en cocinar a su gusto, aderezado con los condimentos que le han parecido oportunos, los resultados de unas encuestas, supuestamente realizadas entre 18.000 personas que, vean ustedes hasta donde llegan los que están vendidos a un determinado credo político, han dado supuestamente unos resultados que contradicen diametralmente los del resto de apuestas que, con más o menos diferencias, coincidían en lo esencial y marcaban una clara tendencia que no era, precisamente, la que más favorecía al PSOE y a sus aspiraciones de arrasar que, evidentemente, es lo que pensaban el señor Sánchez y sus asesores cuando decidieron adelantar la fecha de las nuevas elecciones.

En estos momentos, quien tenga el valor de adelantar una opinión respecto a lo que va a suceder el día 10 de este mes de noviembre, se expone a caer en el más completo ridículo. Partidos que parecían condenados a desaparecer del arco parlamentario parece que pueden llegar a ocupar el 4º o 5º puesto en cuanto al número de escaños conseguidos, otros a los que se les pronosticaba 140 o 150 escaños es posible que se puedan dar con un ladrillo en los dientes si consiguen mantener los resultados de los anteriores comicios y, otros a los que se les consideraba en franca caída, olvidados por sus electores y condenados al ostracismo, casi todas las encuestas les auguran unos resultados espectaculares. Claro que hablamos de encuestas y todos sabemos que, en ocasiones, las consultas populares “las carga el Diablo” y sucede todo lo contrario de lo que estaba previsto.

Por ejemplo, los socialistas tienen puestas todas sus esperanzas en la habilidad del señor Iceta de navegar entre dos aguas, lo que esperan que le permita sacar un buen resultado en Cataluña. Algunos, incluso, esperan que van a conseguir superar a los partidos nacionalistas ganándoles en escaños. Sin embargo, y es una de las cosas que se le recrimina al CIS cuando llevó a cabo sus encuestas, no parece que se haya tenido en cuenta el gran desgaste que la actitud del PSOE respecto a los independentistas catalanes, ha producido a dicho partido durante las últimas semanas, el problema que tienen respecto a los condenados por el TS en cuanto a sus actuaciones en el 1ºO, los problemas que les vienen causando las actuaciones de las fuerzas del orden público y la imagen que están dando, en cuanto a la desorientación supina, en el manejo de los últimos sucesos causados por los CDR en Cataluña, incitados claramente por el señor Quim Torra, en los que el Gobierno de la nación, en su pretensión de contentar a todos ha conseguido algo que es difícil: acaparar las críticas de todos, los constitucionalistas, las izquierdas y de los propios soberanistas catalanes.

Hete aquí que la política actual del líder del PSOE, señor P.Sánchez, diríamos que la única que le queda para intentar salvarse del estropicio que él mismo ha armado, es la de presentarse ante los electores como víctima, como protagonista de una encerrona fraguada por la derecha en la que incluye, sin base ni evidencia alguna, un inexistente pacto ente VOX, Cs y el PP para lo que él no duda en denominar “bloqueo”. Para el señor Sánchez la palabra bloqueo no tiene el significado que habitualmente se le da a la expresión en el DLE que, en su acepción 2ª, cuando dice: “El que consiste sólo en declaraciones escritas, sin estas apoyado por fuerzas bastantes para que resulte efectivo”, para él significa que los distintos partidos, con sus particulares ideas de la gobernación de una nación, no hayan querido someterse a sus condiciones draconianas consistentes en que, sin negociar ni ceder nada a aquellos a los que se lo pedía, se hayan negado a plegarse a su actitud dictatorial, negándose a otorgarle la confianza, en el caso de su investidura.

Y es que, el concepto que tiene el señor P.Sánchez de lo que es una democracia como el que, al parecer, le merece el concepto de nación, parece que no se ajusta, en absoluto, al que tienen la mayoría de los españoles que aman a su país y no participan de sus extrañas opiniones respecto a “una nación de naciones”, que es una manera de destruir, mediante el empleo de falsas definiciones, la unidad de la nación española, que queda meridianamente clarificada en nuestra Carta Magna. El peligro, señores, está en que, aparentando mostrarse inflexible, inabordable y seriamente decidido a impedir que los nacionalistas se salgan con la suya, no parece que, ante la evidencia de que el separatismo sigue muy vivo en Cataluña y que, sus alianzas con multitud de municipios de las tierras catalanas para gobernar juntamente con soberanistas, parece que no van a dejar de existir, pese a que todos ellos forman parte de este grupo numeroso que se ha conjurado públicamente para conseguir la independencia de la nación catalana de España.

Resulta una incongruencia con el concepto de nación soberana y en la que existe un Estado de derecho que, cuando los reyes de España tengan que asistir a un acto en el que se conmemoran hechos relacionados con la realeza que atañen a Girona; a la familia real no se la permita acudir a aquellas tierras por miedo a que la fuerza pública no sea capaz de contener a unos miles de revolucionarios que piden la república y sea preciso sustituir el lugar en el que se celebren los actos previstos donde, por cierto, tampoco se tiene la certeza de que no se organicen los alborotos correspondientes. Un estado de cosas que, para nuestro ministro de Interior, señor Marlasca, parece que no son más que alteraciones del orden público a las que no relaciona las unas con las otras para, como debería ser, trazar el verdadero mapa de lo que es, ni más ni menos, que una insurrección generalizada que ya hace tiempo que viene sucediendo sin que ninguna autoridad, ni el Gobierno Central, haya tomado las medidas pertinente para evitar que, cosas semejantes, tengan lugar impunemente en una democracia europea.


La verdad es que los españoles, me refiero a los que nos atenemos a lo establecido en nuestra Constitución y no queremos que haya quienes, sea de una forma encubierta o mediante trucos legales, intenten convertir a nuestra nación en un paraíso comunista o que pretenda que se la vaya descuartizando otorgando carta de nacionalidad independiente a cada facción de ciudadanos, o cada autonomía en la que, por procedimientos ilegales, sin respetar las reglas establecidas en nuestra Carta Magna, decidan, sin la conformidad del resto de ciudadanos españoles, atribuirse el derecho de decidir, unilateralmente, apartarse del resto de comunidades autónomas del país. Los catalanes se han otorgado, a sí mismos, el derecho de calificar su insurrección de democrática, cuando para ello han tenido que infringir todas las reglas de la democracia que consisten, esencialmente, en ajustarse a las reglas que, los ciudadanos, a través de un referéndum entre todos los españoles, nos dimos.


No parece que, con los trapicheos propios del señor P.Sánchez, tengamos la seguridad de que, una vez instalado en el poder, si es que lo consigue, no decida indultar a los culpables de sedición a los que el TS ha condenado a años de cárcel, ni parece dispuesto a evitar la vergüenza de que, valiéndose de reglamentos carcelarios, estos sujetos se paseen por las calles en dos meses o iniciar un proceso, como ya se atrevió a insinuar Iceta, mediante el cual, a través de cesiones continuas, llegara un momento en el que Cataluña llegara a ser, de hecho, independiente; un supuesto que, en modo alguno, se puede considerar factible.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos encontramos ante un dilema que, es muy posible que no hayamos tenido otro igual, a través de todos los años en los que vivimos en democracia. En realidad, no nos encontramos, como podría suceder en los EE.UU, ante unos republicanos y unos demócratas que se turnan en el poder, sin que ninguno de ellos tenga la más mínima intención de romper su tradicional sistema de gobierno, ni se le ocurra modificar su Constitución vigente desde los tiempos en los que se separaron de la metrópoli inglesa. La izquierda, representada por P.Sánchez y sus seguidores, se puede equiparar a aquella misma que dio lugar a que, en España, unos españoles se mataran los unos a otros debido a que, el país, se había convertido en ingobernable, se cometían asesinatos en las calles y el caos reinaba en toda la nación española. Darle cuatro años a P.Sánchez y su gobierno para gobernar España, representaría entregar a los españoles en las manos de unos políticos que no tenderían objeción en aliarse con los comunistas financiados por el dictador Maduro, de Venezuela, con tal de poder hacerse con el poder. Lo malo de estos gobiernos totalitarios con los que se nos amenaza, es que cuando se suben al poder ya no se rigen por la democracia y empiezan a convertirse en dictatoriales, lo que impide que se pueda restaurar la necesaria alternancia como ha ocurrido con todos los gobiernos comunistas que existen en Suramérica y en los países que, en el resto del mundo, siguen parecidas doctrinas.

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