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La palabra pertinente

De nada valen las expresiones cuyos mensajes están aislados de las actitudes de los ciudadanos
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 20 de diciembre de 2019, 08:59 h (CET)

Resulta cuando menos chocante, en una época con enorme proliferación de comunicaciones, la incongruencia de la percepción inadecuada de los mensajes. Hablamos de palabras, pero también de imágenes o exposición de diversas actuaciones; incluyendo en la deliberación el inmenso valor del SILENCIO. En un breve artículo en El Independiente de Hidalgo, Juan Antonio Taguenca Belmonte recalca la importancia de lo que no se llegó a decir, aunque fuera necesario haberlo dicho, aunque todos lo pensaban. Insiste en las secuelas derivadas de esos silencios. Sin la nitidez de las palabras pronunciadas, serán dificultosas las interpretaciones en medio de unos ambientes plenos de frustraciones.

Pienso que no iremos a valorar a la inacción, la indolencia, la inexpresividad, como el ideal de comportamiento; menos aún, adoptarlos para la convivencia. Semejante nulidad, ni hace frente a las malas artes ni aporta soluciones; anularía a sus protagonistas. El cero, la nada, la nulidad personal, no cuentan en el terreno de las relaciones existenciales.


Puestos a pronunciarnos, nos abrimos al extenso MUESTRARIO de las palabras; eso sí, atravesadas de significados impensados. Nos cuesta decir las cosas y entender lo que nos dicen; será todo un reto la elección de la palabra para introducir nuestras impresiones. Asunto importante cuando tratemos de disyuntivas trascendentes.

Son muchos los pormenores a tener en cuenta a la hora de los mencionados discernimientos. Cuándo, dónde, cómo pronunciarlas, formará parte de todo un proceso dotado de gran complejidad. El carácter RELATIVO de la palabra escogida viene determinado por la misma diversidad de los intervinientes, entre los cuales la pluralidad es la regla. Al momento elegido, el lugar o los interlocutores, han de sumarse enigmas y subconscientes de diverso pelaje. Ese fondo inestable exige una atención extrema y continuada, para una perspicaz apertura de miras en evolución permanente. De lo contrario, las tareas emprendidas estarán siempre desencajadas, su ensamblaje quizá no exista.

De nada valen las expresiones cuyos mensajes están aislados de las actitudes de los ciudadanos; tampoco sirve la ambigüedad de us significados. El proceso de las informaciones recibidas genera estímulos condicionantes para el futuro. Para su buen desarrollo exige una mínima PRECISIÓN en sus términos, con la suficiente sensibilidad para apreciar los matices, los del entorno y los que van ímplicitos en nuestras palabras. La dispersión frívola en estos menesteres, impedirá la participación constructiva de los sujetos implicados, originando una notable masa amorfa. Como todos apreciamos a diario, es un defecto muy patente en los ámbitos sociales de los que nos quejamos.

Necesariamente habrá que contar con los INEXPRESIVOS, como mudos. Abundan los desinteresados, despegados de las deliberaciones oportunas. Otros, con talante activo, debido a la escasa sustancia de sus ideas, apenas resuenan.

Existen participantes descabalados cuyo ruido es improductivo, aunque pueden transformarse en serios obstáculos sin aportaciones valorables. En principio, el silencio puede ser preferible a la tergiversación malévola, aunque le deja el campo libre a esta; quienes no se pronuncian pasan a ser cómplices de los malos entendimientos. El encauzamiento de las ideas resulta una delicada labor fascinante en el filo de la búsqueda de sentido.

Precisamente, por todo lo anterior, la palabra perfecta está por descubrir, se acumulan carencias y recovecos impensables. Transitamos acompañados de curiosas paradojas. Encaminados a las aspiraciones notables, las perseguimos con instrumentos defectuosos utilizados con poco esmero. El término lingüístico pretencioso siempre será sospechoso de amaños expresivos injustificados. Las insatisfacciones parten de un sinfín de puntos de vista. Los acomodos felices cuentan a la fuerza con elementos controvertidos. Ese carácter MULTIFACTORIAL impregna la totalidad de las comunicaciones en un trasiego incesante de contactos de contenidos complejos.

Ante cualquier palabra (Ley, gusto, criterio, libertad…), captamos su mensaje de manera subjetiva. La primera impresión enlaza pronto con la opinión sobre lo percibido. Aunque, aferrados a ella, sin darnos cuenta, no progresamos hacia el contenido de sus posibles significados. ¿Nos paramos a pensar en como las perciben los demás? ¿En como influyen sobre las decisiones futuras? El carácter de la CALIBRACIÓN de esas formas expresivas es dinámico; al tiempo que comprobamos la enorme importancia de prestarles la debida atención, porque contribuirán a la modelación de las relaciones sociales, permitiendo la superación de las controversias estériles.

La realidad nos introduce de lleno en el inmenso campo de las redes de comunicación instantáneas; dominan las frases cortas, abreviaturas, signos o simples iniciales. Una simplificación al servicio de la aceleración, con cambios incesantes y pocas explicaciones. El sentido pasa a ser más una intuición que un contenido real, con lo cual se resiente el ensamblaje entre los comunicados. Las argumentaciones fluyen a base de formatos SINCOPADOS, poco propicios para el análisis, que más bien resulta imposible. En esos ámbitos tratamos con pulsaciones dispares acumuladas de manera heterogénea, con la consiguiente dificultad para el funcionamiento de conjuntos coherentes.

Practicamos en un alarde injustificado de múltiples vías de comunicación, en una verdadera PARADOJA inexpresiva. Nadie pone en duda las mejoras en todo tipo de transmisiones, en la proliferación de intervenciones personales; mientras emerge el evidente silenciamiento un tanto oscurantista de los aspectos decisivos para la existencia. Desde esta paradoja se incrementa el número de personas abocadas a la desorientación. La saturación de datos intrascendentes dificulta la búsqueda de apoyos conceptuales, con el añadido de las pegas para enlazar las ideas con los demás interlocutores, sumidos en la misma vorágine. Se trata de unas abundancias muy poco eficientes.

Si nos entretenemos en la permisiva tolerancia mal entendida, de una pasividad vergonzante; la pretendida comodidad deviene progresivamente en intemperanicas descabaladas de carácter opresivo. Los espacios creativos para la mejor convivencia exigen una buena disposición interrogadora para acercarnos al entendimiento de los problemas. Sólo desde esa base surgirán los antídotos eficaces contra la palabrería insulsa y la manipulaciones con ínfulas dominadoras. Y, ¿porqué no?, con la osadía de enarbolar una palabra pertinente para la conquista civilizada de unas vibraciones satisfactorias. El vocablo CONCORDIA reúne los matices ideales, con el talante entusiasta, alegre, puesto en actividad frente a la crispación de los instigadores. Con sus auspicios, el camino permanecerá expedito.

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