“Matallana” (2020) es una novela policiaca cuya segunda edición ha visto recientemente la luz. Dicha obra sigue las pautas habituales del género negro y policiaco: hay crímenes y sondeos indagatorios en la oscuridad, los cuales en este caso dan sus frutos al ser implementados con pericia una serie de policiales ardides de los que dichos cuerpos de seguridad estatales habitúan a poner en solfa en aras de resolver los tantas veces intrincados casos que se les plantean.
En “Matallana” son explicitados con minucia muchos de tales procedimientos toda vez que quien los refiere (Damián J. Fuentes Sánchez) fue un “hijo del Cuerpo” (inspector del CNP), que tira de todo ese saber acopiado en sus tiempos de investigador para tejer una fascinante trama en la que juegan considerable papel el suspense, la violencia, lo luctuoso, lo delincuencial…
La trama va avanzando en zigzag, esto es, alternadamente, se suceden los capítulos en los que uno de los dos protagonistas marca la impronta, porque, sí, dos son los protagonistas, y dos son las historias que hacia el final acabarán confluyendo al estar impulsadas por el mismo combustible, si bien con propósitos antitéticos, ya que Cifu y Guti encarnan respectivamente el paradigma de la salvaguarda y transgresión de la ley. Curiosamente, los fonemas vocálicos de ambos nombres apocopados son los mismos (“i”, “u”, dos vocales cerradas) con el orden invertido uno respecto del otro, algo similar a lo que ocurre en la novela, dado que ambos comparten gremio si bien encarando sus funciones de muy inversa manera.
La bipartita trama es narrada con suma agilidad, hasta el punto de que, pese a la minuciosidad y detallismo con que Fuentes Sánchez se desempeña, este, a la vez, logra imprimir al relato un ritmo trepidante, en consonancia con las escabrosas circunstancias que, por momentos, nos traslada. Y aunque no se demora estilísticamente, nuestro autor, más de lo necesario en el apunte de accesorios detalles que no coadyuven a alimentar informativamente el relato, de vez en cuando se permite algunos pasajes de cierta audacia suscitadores de un dejo de lectora fruición. Veamos un ejemplo: “Al levantarse, se desperezó arrojándose a la cara unos zarpazos de agua, cual oso pescando salmones en medio de un río” (p. 131).
Una vez incursioné en “Matallana”, cada vez que tenía que abandonar su lectura porque otros asuntos me requerían, lo hacía no sin cierto desagrado por tenerme asido férreamente la historia que me estaba ocupando, y cuando la acabé, sentí nostalgia lectora, pues, pese a que el final estaba muy bien conformado, el argumento de esta novela y el universo que comporta atrapan sin remisión.
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