Hay una realidad pasmosa, los grandes conceptos tendemos a colocarlos en un pedestal, alejados de las vidas particulares. Las obras de arte en los museos, la esencia religiosa en las iglesias, la enseñanza plasmada en teorías, la ética en gruesos tomos, la buena política en archivos. Así, funcionamos libres de ese peso, pero ajenos a su verdadero sentido. Son REALIDADES almacenadas.
Las prácticas habituales siguen otros recorridos. La visita a museos, escuelas, iglesias o mítines, no recupera la vivencia personal; aquellas prendas continuan expuestas. Están como sacralizadas, en lo alto; más que inaccesibles, aparcadas, para que no molesten con unas exigencias coherentes.
En los diversos sectores sociales se habían empleado a fondo en la sacralización de dichos atributos. Con Agamben adquirió renombre la necesidad de bajar de sus pedestales a esos conceptos endiosados; para introducirlos en la práctica habitual de cada ciudadano, para hacerles accesibles aquellas cualidades. Habla de la PROFANACIÓN de aquellas entidades sacralizadas y alejadas. Supone un primer paso sugestivo, pone al alcance de las personas el conjunto de propiedades conocidas y accesibles. El meollo del asunto se amplía cuando pensamos en lo que hacen después. ¿Nos quedamos en ese único paso? ¿Ya no discurrimos sobre el enfoque de las proyecciones pendientes?
Los ejemplos proliferan en los ámbitos de la vida corriente. El pronunciamiento es fácil, ya nos hemos apropiado del gran concepto, convertidos en los protagonistas de su puesta en práctica. De una manera populista nos hemos convertido en el centro de esas influencias nominales. Lo que se debe enseñar, la política, el sentido religioso, ética, monarquía, etc.; soy yo y a mi deben adaptarse sin otras consideraciones. Así tenemos VULGARIZADAS las entidades de contenidos cruciales. La práctica ramplona defrauda en los primeros trayectos y no da para más. El particularismo, la mediocridad, los abusos, la desinformación, nos sumergen en un desencanto general aplastante.
Si miramos en los entornos, es evidente la desaparición de las grandes ideas reguladoras de la existencia humana; se perdieron sin saber por donde. Quedamos abocados a la desorientación, obligados a recomponer los esquemas de funcionamiento; pero eso es trabajoso y con frecuencia nos detenemos escuchando a cualquier mequetrefe sin fundamentos, cuando no es mucho peor y, además de escucharles, seguimos sus indicaciones. La SUPLANTACIÓN de las grandes ideas, por sí misma, no suele ser eficaz. Dependerá en todo caso de la calidad de las respuestas pergeñadas en cada situación, teniendo en cuenta las circunstancias personales y colectivas del momento.
Sin quererlo, o quizá me equivoque y lo buscábamos con frenesí, hemos desviado la mayoría de las decisiones a la esfera de las políticas. Eso puede ser uno de los motivos fundamentales para la pérdida progresiva de la FRANQUEZA necesaria a la hora de comunicarnos en los debates (Si llega a haberlos). Planea la tergiversación de las expresiones y abundan las mentiras flagrantes como auténticas frutas del tiempo. Ese territorio de la confusión nos mantiene distanciados, asi es difícil afrontar bien las diversas situaciones. Es un eslabón para el cual no vislumbro un horizonte satisfactorio de recuperación. Las trazas apuntan a una frivolidad preocupante en sectores decisivos.
Dominan los pronunciamientos caprichosos, vamos a denominarlos practicones. No prestan atención a los criterios exigentes de estudios contrastados. Los plagios son de una desfachatez mayúscula, la proliferación de los expertos roza lo imposible, la difusión reiterada de opiniones disparatadas les confiere una resonancia para estúpidos, los negacionistas se acercan al ridículo estentóreo; estas son sólo algunas muestras de la disgregación ruidosa en plena experimentación. La reiteración de estos comportamientos o similares no debe confundirnos con la supuesta idoneidad de su clamorosa actualidad. Sometidos a su acogotante vocerío, apenas DIVAGAMOS sin rumbo con la enajenación por bandera.
Otro de los pasos venidos a menos a la hora de pensar las cosas y por consiguiente las actuaciones, es el de la TENSIÓN argumentativa para la búsqueda de las mejores ideas y planteamientos. Como si no hubiera tiempo para ello, estamos atareados con las opiniones saltarinas, atosigados por su aparición incesante. Nos quedamos con el mero recuerdo de las mismas. Desapareció la intención de calibrar la calidad de los contenidos de una manera racional. Con esa predisposición mental baja a niveles ínfimos la consistencia de las conclusiones alcanzadas. Es una carencia de plena actualidad, después se suceden los lamentos, agravados por los sufrimientos ocasionados por esas necias actitudes.
Se han fijado ustedes en cuanto se habla de objetivos sin mención alguna de los imprescindibles estudios previos e incluso con el desprecio absoluto hacia los conocimientos contrastados científicamente. Predomina la escenografía rimbombante, de tintes totalitarios; actúa como apisonadora al servicio de un populismo rancio, pero a la vez muy actualizado. El DESFASE no corrige entuertos ni proyecta maravillas; más bien impregna de frustración a los ambientes relacionales. La manera de ensamblar el trípode preparación, dedicación y resolución en las decisiones; no es la actitud práctica habitual, con las consecuencias de las que tanto criticamos sin entrar a fondo en el problema.
El horizonte ceñido a las posturas dogmáticas encasilladas de antemano, destruye las perspectivas personales; por ello puede constituir una invitación a la rotura de los pedestales, lo cual resulta comprensible. Ahora bien, la actuación ligada a esa destrucción es insuficiente, si no va seguida de auténticos proyectos participativos, dispuestos al trabajo necesario para una elaboración digna de los mismos. No hay justificación para permanecer anclados en la mencionada profanación. Detenidos en esa posición, habremos contribuido a un DETERIORO del cual será difícil salir una vez destruidas las bases, con la escasez de posiciones constructivas en plena disgregación general.
La mediocridad, la frustración, la frivolidad, el desánimo, no pueden adormecernos de manera insidiosa. Sin embargo, el REVULSIVO exige una potente disposición resolutiva; por ahora poco vista, quizá soñada. ¿Utópica? Pensar en sus señas deseables no es complejo, pero la eficiencia requiere buenos convencimientos.
Se situaría en una TETRALOGÍA de cualidades poco apreciadas por ahora. Mentalidad de compromiso, transparencia informativa real, orientación radical hacia la excelencia y participación ciudadana. La fuente de energía requerida para ello, está en las personas, a la espera de ser catapultada a las zonas activadas. Las iniciativas, por lo tanto, han de ser comprometidas cuando se ejecuten. Postergarlas supone el ahogo de las aspiraciones.
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