Parece que, en España, la ciudadanía ha llegado a la conclusión de que, el bipartidismo, ha dejado de ser útil y que, en consecuencia, se ha de intentar experimentar con otras soluciones para conseguir mejores resultados. La explicación la podemos encontrar en dos referencias: la primera, la de los siete años de gobierno del PSOE bajo la batuta del señor Rodríguez Zapatero, al que le cupo la calificación del peor presidente de la democracia, a causa de sus desafortunadas políticas económicas y financieras, su cerrazón ante las advertencias de la oposición, su fracaso en las relaciones internacionales y su dilapidación de los caudales públicos, empeñado en llevar a cabo una política de subvenciones y mejoras sociales para la que, el país, no estaba preparado, lo que condujo a su gobierno a la antesala de la quiebra soberana.
La segunda, que se puede descomponer en dos partes a) la necesidad del nuevo gobierno del PP, que surgió de las urnas del 20N, de posponer su política de rebaja de impuestos; de reducción de la estructura administrativa del país; de racionalización del gasto público y de recuperar la confianza de los inversores que habían abandonado la bolsa española ante la evidencia de que íbamos corriendo hacia un rescate por parte de la UE y b) el empeño del señor Rajoy y su ejecutivo de no utilizar la ventaja que le proporcionaba disponer de la mayoría absoluta en las dos cámaras, más preocupado por las críticas de la oposición, por los editoriales de la prensa y TV de izquierdas ( la mayoría en el país), por la incapacidad de tratar con valentía los casos de corrupción que lo han venido afectando y la absoluta falta de visión política en el enfrentamiento a los desafíos independentistas; lo que ha llevado al envalentonamiento de sus adversarios políticos, a la ocupación de las calles por los antisistemas, primero por los del 15M y posteriormente por otros grupos que han ido proliferando ante la absoluta abulia y, siempre, con el temor de que las decisiones que se tomaran les mermaran votos.
Los resultados de todos estos antecedentes eran fáciles de prever aunque, se debe reconocer, que la forma en la que han aparecido ha sorprendido a propios y extraños. El rechazo de una mayoría de los ciudadanos a la política económica del Gobierno que siempre ha adolecido de mutismo, de falta de comunicación y de no utilizar, con más frecuencia, los medios de comunicación, lo que le hubiera evitado que, muchas de sus acciones y decisiones, no hayan sido bien valoradas por los españoles que, acuciados por el desempleo y por los recortes sociales ( por otra parte imprescindibles), no han sabido valorar los esfuerzos del Ejecutivo para conseguir que los inversores retornaran a nuestra bolsa y que las ayudas a los bancos evitaran que muchos de ellos quebraran lo que hubiera afectado directamente a los ahorros de muchas familias. Todo ello junto al enfado de la mayoría de los votantes hacia un PSOE que fue el causante de la agravación de la crisis y del comportamiento poco edificantes de muchos de sus dirigentes, especialmente en Andalucía; ha llevado a un rechazo frontal al bipartidismo que, desafortunadamente, no ha encontrado en el resto de partidos el refugio natural en el que poder hallar una alternativa válida.
Por desgracia la egolatría, el apego a la poltrona y el miedo a que se la sustituyera al frente de su partido le ha impedido, a Rosa Díez, pensar con claridad y coger la mano que le tendía Albert Rivera para que UPyD y Ciudadanos hubieran concurrido a las municipales y autonómicas unidos, con posibilidad de que, vistos los resultados, se hubiera podido plantear una fusión que, sin duda, hubiera beneficiado, especialmente ( a la vista de los últimos datos de las encuestas) al partido de Rosa. No lo hizo y ahora tiene que verse en plena decadencia, superada por Ciudadanos, un partido que ya viene adquiriendo dimensión nacional debido a la seriedad, la sensatez, la fiabilidad y la españolidad, demostrada en un lugar tan complicado como es Catalunya, dirigido muy hábilmente por Albert Rivera y con unas espectaculares perspectivas electorales, que pueden constituir la gran sorpresa de los próximos comicios.
Sin embargo, cada día que pasa la situación política en España se complica, ensombrece las perspectivas de futuro y deja en el aire un gran interrogante sobre, dejando aparte los resultado de las autonómicas ( sin duda importantes por las tendencias que se puedan poner de manifiesto), lo que se nos presenta ante las generales que van a tener lugar a finales del corriente 2.015.Es evidente que, a la vista de las recientes encuestas, el bipartidismo parece herido de muerte y los resultados que se les viene atribuyendo, tanto al PP como al PSOE, dejan de ser esperanzadores respecto a sus posibilidades de mantenerse, como hasta ahora, al frente de los partidos con representación popular. Ahora, señores, ya no parece que se trate de si el PP es capaz de remontar en lo que le queda de legislatura y, tampoco de si el PSOE, con Pedro Sánchez al frente (suponiendo que se reafirme como candidato), podrá conservar una representación digna, sino, que lo que nos debe preocupar es la clase de combinaciones entre partidos que van a tener lugar si, como parece evidente, no sale ningún vencedor con mayoría absoluta y se debe acudir a alianzas pos electorales para hacer gobernable el país.
Es evidente que, gobernar en minoría, con la atomización que se prevé del voto, que se repartirá entre una multitud de formaciones, hace suponer una composición de las cámaras variopinta, con muchos partidos con representaciones cortas, que van a tener que juntarse a otros para poder tener voz, tanto en el Congreso de Diputados como en el Senado. La presencia de Podemos, del señor Pablo Iglesias, posible tercero en discordia en cuanto a resultados electorales, va a constituir un problema si es que queremos tener en cuenta el distanciamiento, cada vez mayor, entre los partidos moderados y el PP; que podrían haber llegado a una entente que les permitiese gobernar en mayoría. Incluso una alianza del PSOE con el PP hubiera sido mejor para España que una posible coalición de las izquierdas más extremas, comandadas por Podemos, entre las que se podrían encontrar lo que quedara de IU, ERC y todos estos pequeños partidos minoritarios, que consiguieran algún escaño que les permitiera integrase en el Grupo Mixto o decidieran dejarse absorber por el partido con mejores resultados electorales de la izquierda.
Mucho nos tememos que, el desliz que cometió el futuro aspirante a presidente de la comunidad madrileña, don Angel Gabilondo, cuando reconoció que había algunas de las propuestas del señor Pablo Iglesias de Podemos que no le parecían mal; pueda ser un anticipo de lo que el señor Pedro Sánchez, actual secretario general del PSOE, tenga en mente hacer si Podemos saca, como está previsto, un buen resultado electoral que lo sitúe en primer o segundo lugar en las elecciones legislativas. No nos extrañaría que, en semejante situación, preferiría pactar con los populistas bolivarianos antes de intentar una coalición nacional con el PP. Los ataques furibundos con los que se despacha, en sus mítines, el señor Sánchez, en contra del PP no parecen augurar la posibilidad de un acuerdo que los permitiera gobernar juntos para evitar que España caiga en manos de una izquierda extrema que, como es el caso de la griega, decida desmantelar las instituciones, poner pegas al cumplimiento de nuestras obligaciones con Bruselas y decidan que nuestra deuda soberana se deje de pagar; sin tener en cuenta las repercusiones que ellos nos comportaría ante el resto del mundo.
O así es como, señores, lo que ahora vemos con mayor preocupación ya no es si el PP gana con más o menos votos (la mayoría absoluta es mera utopía), sino cómo quedarán estructuradas nuestras cámaras una vez hayan tenido lugar los comicios. En ello nos va nuestra democracia.
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