Realmente desconocemos a qué términos de vileza y abyección puede descender Pedro Sánchez y el Gobierno que preside, pues su actuación no puede ser más despreciable y vil.
Desconozco si durante la Segunda República se pudieron dar situaciones más miserables y bajunas como las que estamos sufriendo los españoles desde que el emperador de la mentira rige el destino de los españoles.
Lo verdaderamente aberrante de todo esto es que nos hemos acostumbrado a que nos rijan un hatajo de indignos mentirosos y no hacemos nada por solucionarlo.
Parece que hemos tomado jugo de adormidera y estamos tan obnubilados que no sabemos reaccionar ante los desmanes que cometen los que nos gobiernan.
El último, por ahora, ha sido el perpetrado por el Ministro Grande Marlaska (de grande solo tiene el apellido, porque es tan bajo y rastrero como la hierba que no levanta unos centímetros del suelo).
El 24 de mayo de 2020 tomó la determinación de cesar al Coronel Diego Pérez de los Cobos, por un argumento tan inconsistente y falto de credibilidad como “la pérdida de confianza”.
Esta fue la falaz argucia de la que se valió para cesar a un hombre íntegro que solo había actuado en cumplimiento de su deber.
No soy un experto en leyes, pero estamos saciados de oír que, mientras se efectúan las diligencias que realiza la policía judicial sobre un asunto criminal (léase doloso), al único al que han de rendir cuentas es ante el juez que instruye el caso.
Pues bien, este Marlaska, que es juez de profesión y ahora accidentalmente Ministro, conoce de sobra esta irrefutable premisa, por lo que no es ajeno a su entendimiento, que revelar a alguien, que no sea el juez que instruye la causa, aunque sea la mínima parte de las indagaciones, es un acto de prevaricación.
A pesar de ello, aún a sabiendas de lo que pedía era una transgresión de la justicia, le exigió al referido coronel que le revelase cómo se tramitaban las averiguaciones del hecho que se investigaba.
Pérez de los Cobos no tuvo un acto de valentía ni de pundonor, solo cumplió con su obligación de que tenía que informar solamente al juez que instruía el caso.
¿Fue un acto de soberbia, de inmoralidad, de orgullo mal contenido de este deleznable Ministro? No sabremos nunca, pero fue suficiente la negativa de este pundonoroso guardia civil para que inmediatamente fuese cesado de su cargo.
A este indigno Ministro hoy las cañas se le han vuelto lanzas, ya que el Juzgado Central de lo Contencioso Administrativo nº 8 de la Audiencia Nacional ha anulado el cese de este digno coronel, que solo defendía la legalidad, y ha dictaminado que debe de ser repuesto en su cargo-oficio como Jefe de la Comandancia de la Guardia Civil en Tres Cantos, y ha condenado al Ministerio del Interior, es decir a Grande Marlaska, a que vuelva a reintegrarlo en su puesto. En mi pueblo esto se llama una soberana bofetada sin manos.
Pero no pasará nada porque la indignidad es la norma de comportamiento de nuestros gobernantes.
Este miserable ser no tendrá un adarme de decencia, pues la desconoce, para dimitir de su ministerio. Además ya ha respaldado su actuación el más indigno de los presidentes de Gobierno que hayamos podido conocer loe españoles.
Los romanos tenían un dicho que, si mal no recuerdo, lo cita Cicerón en su DE AMICITIA (SOBRE LA AMISTAD), “PARES CUN PARIBUS FACILLIME CONGREGANTUR”, es decir: “Los iguales siempre se juntan con sus iguales”. Creo que no puede venir más a cuento en esta situación: “un falaz se une a un indigno”.
La desgracia, es lo que he dicho al principio que los españoles estamos sumidos en un sopor narcótico y no sabemos reaccionar ante tanta ignominia, bajeza e indignidad.
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