Como habrán comprobado a través de mis escritos, soy un gran defensor e investigador del “segmento de plata”. Ese grupo de personas que constituyen el grueso de cuantos hemos pasado la etapa laboral y nos encontramos en el “paraíso” de la jubilación. Ojo, pero con las suficientes fuerzas para seguir prestando un servicio a la sociedad. En este caso: “gratis et amore”.
Por mi experiencia personal he descubierto que dentro de este segmento también hay diversas fases. La primera se desarrolla mientras no observamos ninguna alteración notable en nuestras capacidades de todo tipo. La segunda nace cuando, pasados varios años, el peso de los mismos y las dolamas propias de la edad comienzan a mermar las capacidades físicas. Aunque si se ejercitan suficientemente el cambio es pequeño. En cuanto a lo que se refiere al intelecto, si se tiene la precaución de leer y relacionarse suficientemente, el cambio es mínimo.
Días atrás descubrí que me encuentro en la segunda. También la plata se pone vieja y algo gastada. Quizás lo notan más los que nos rodean que nosotros mismos. Me explicaré. Acostumbro a realizar un largo paseo desde mi casa hasta que me siento algo cansado. Entonces cojo el autobús que me devuelve a mi domicilio. Una hora que aprovecho para caminar y pensar.
Como les decía, subí a un autobús que se encontraba bastante lleno. No quedaba ni un asiento libre. Inopinadamente una señora de mediana edad se levantó de su asiento y me lo ofreció amablemente. Intenté negarme de una forma un tanto exagerada. Ella siguió en sus trece y, finalmente acepté su ofrecimiento.
¡Menudo varapalo! En ese momento me convertí en un anciano. Mentalmente, eso sí. Poco a poco me fui recuperando del choque y decidí aceptar la cruda realidad. He pasado más de las tres cuartas partes del metro de la vida. Me ha costado trabajo, pero lo he entendido al mirar esa bandeja de plata que alguien me regaló para mi boda hace más de cincuenta años. Se ve que es de plata vieja. Pero con un poco de netol y un paño limpio se vuelve a mostrar reluciente y útil para algún servicio. Sigo estando útil para servir a los demás. Tan solo con un poco de repaso de chapa y pintura.
No me queda más remedio que darle las gracias a aquella señora que me cedió el asiento. Su detalle, amén de dejarme descansar de la caminata, me hizo pensar que el tener el carnet con una lejanísima fecha de nacimiento, tiene como consecuencia la disminución de las fuerzas; que nos tenemos que adaptar a cada etapa de la vida.
Termino dando las gracias a Dios que me ha permitido llegar a esta situación. Con goteras y un relativo buen estado general. Con luces y con sombras. Con una historia y con una esperanza: Vivir.
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