El ‘Doctor’ Sánchez ya es un experimentado dañino de España en el exterior y para ello se ayuda de inexpertos comodines como la desnortada ministra, González Laya. Es un hecho que la imagen de nuestra diplomacia y el peso político de Sánchez están en el peor momento de la era democrática, incluso peor que cuando Zapatero acudía a las reuniones de la Unión Europea y, mientras todos negociaban, él sesteaba dando cabezazos en el sillón; esa actitud de vago y de aislamiento recorrió el mundo y se convirtió en mofa internacional. Visto con la perspectiva de hoy, no hay duda de que Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez son verdaderos expertos en dañar a España.
En el panorama político actual, Joe Biden se fía más de Marruecos y de la fidelidad de Mohamed VI que de la diplomacia española, basada en el despropósito, el postureo, la venganza, la mentira y el engaño. Rodríguez Zapatero abrió la caja de los truenos con la sentada ante el paso de la bandera estadounidense. Tal desprecio se completó con la tristemente recordada foto de visita en la Casa Blanca, con Obama y Michelle, además de su esposa y sus retoños de negro gótico: “grajos” se las llamó en España y “mohosas” en la prensa estadounidense.
EE.UU. tampoco ha olvidado que el expresidente Zapatero retiró a las tropas españolas de Irak en el peor momento, precisamente cuando la ONU no podía hacerse cargo del vacío creado. El caso era hacer daño y no dudó en meter el estoque tan pronto como llegó a Moncloa. Triste recuerdo aquel comunicado a Estados Unidos y al resto de aliados en el conflicto tras la decisión adoptada. Es un hecho, según me revelaba hace unos meses un insigne militar español, que nuestro ejército no es de fiar para otros: “Aún queda algún cabroncete extranjero que agita las alas, cual gallina clueca, cuando ve al ejército español. Es lo mismo que llamarnos cobardes, pero sin decírnoslo a la cara. Peor aún cuando lo hace cacareando”. Y eso se lo debemos al atolondrado y tristemente recordado, Rodríguez Zapatero.
Aquella decisión unilateral agrió sobremanera las relaciones bilaterales, si bien no sorprendió al Ejecutivo norteamericano porque Zapatero lo había anunciado en campaña electoral. En ningún momento pilló por sorpresa tan nefasta decisión a la entonces consejera de Seguridad Nacional de EE.UU., Condoleezza Rice; ésta ya había puesto sobre aviso a los medios de comunicación y a los aliados de que “el Gobierno Bush ya lo esperaba”.
Es un hecho constatable que los años de gobierno de Zapatero fueron desastrosos en política exterior, y no mejores en el interior. Nunca un mandatario extranjero se había inmiscuido en las elecciones de otro país, pero la torpeza de Rodríguez Zapatero lo consiguió: anunció su apoyo al candidato demócrata y senador, John Kerry. La fama de gafe del expresidente, Rodríguez Zapatero, se puso de manifiesto una vez más. Kerry recibió una brutal paliza en las urnas. Destrozaba cuanto tocaba o apoyaba.
Ese día, Bush apunto al socialista Zapatero en el batallón de los torpes e incompetentes de su lista negra; máxime, tras haber invitado a todos los aliados a abandonar a Irak y dejar solo al ejército estadounidense. El endiosamiento de Rodríguez Zapatero hizo que mostrara un desprecio sin igual al ejército español, el mismo que hoy muestra Pedro Sánchez al ejército, a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, a la Judicatura y a la ciudadanía.
Con la perspectiva actual, si bien Moncloa ha intentado magnificar el falso encuentro aludiendo a la gran cantidad de temas que abordaron (recuerden que fueron 29 segundos), la Casa Blanca ha publicado nota de “encuentro rogado” de camino a la foto oficial de familia. A Iván Redondo se le ha caído la venda de reconducir la política exterior española, no sin antes poner a González Laya en el disparadero de ministra incendiaria e ineficaz. Otro fracaso más de nuestra diplomacia, muy apta para chistes y memes, pero desaconsejable para el día a día.
El cúmulo de destrozos de Zapatero y el posterior de Pedro Sánchez en política exterior son la guinda de la nula planificación y del ridículo continuado, hasta el punto de que -en palabras de César Cantur- el honor es como la juventud, una vez perdido no se recupera.
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