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Elena y Froilán, los perjudicados de la Casa Real

En ocasiones juzgamos a las personas con menos tolerancia
Miguel Massanet
lunes, 20 de julio de 2015, 08:29 h (CET)
Me cae bien Froilán y también siento una cierta simpatía por su madre, la infanta doña Elena, aunque fuere por distintas razones. Para los que pudieran pensar que soy monárquico tengo que decirles que nada más lejos de mi ideario político esta opción monárquica; sin embargo, siempre he tenido como norma el evaluar a las personas por sus cualidades personales, por sus sentimientos y por sus valores espirituales, independientemente de cuales sean sus ideas políticas, sus orígenes o su estatus dentro de la sociedad. Tengo la impresión o, mejor dicho, la intuición, de que este joven, Froilán, el hijo de la infanta Elena, que acaba de cumplir los 17 años, nació en un lugar equivocado, que seguramente se hubiera sentido más a gusto pudiendo vivir en una familia normal, sin sujeciones a disciplinas especiales, ni formar parte del estamento monárquico por pocas que fueren sus opciones de reinar un en España.

Recuerdo que, cuando era niño, su cara de niño travieso, resaltaba entre la regia seriedad de los salones reales. Le costaba ajustarse a un protocolo y su propensión a la travesura muchas veces abortada por la necesidad de guardar las formas en un mundo cerrado que, sin duda, no estaba hecho para él. Un niño que me ganó el corazón aquel día en el que, en una partida de caza a la que asistió con su padre, don Jaime de Marichalar, con apenas 13 años, se le disparó la escopeta que llevaba y se hirió gravemente en su pie derecho. Evidentemente la imprudencia la cometió don Jaime al permitir que un niño que no tenía aún los 14 años llevara una escopeta colgada de su hombro. Un accidente más de los muchos que tienen lugar en nuestro país, pero con una connotación, una particularidad que demuestra la casta, la bondad y la presencia de ánimo de un muchacho de tan corta edad. Todo el tiempo que duró su traslado al hospital donde fue atendido de urgencia, el chico estuvo diciendo que su padre no tenía culpa alguna y que el accidente era exclusivamente de su propia responsabilidad.

En ocasiones juzgamos a las personas, y más si se trata de miembros de familias importantes, de gran relieve social o pertenecientes a estratos superiores de la sociedad, con más severidad, con menos tolerancia y, si se me permite la expresión, con ninguna indulgencia, respecto a cómo lo haríamos con alguien de nuestra propia familia. Uno puede ser liberal, comunista, de derechas o monárquico sin que el ideario al que se deba le permita juzgar a los que pertenecen a familias de otro tipo de pensamiento político, de forma distinta a como lo haría con los suyos. Es una crueldad innecesaria, una muestra de rigidez excesiva o una mera falta de sentido común, el meter en el mismo saco a los adultos que se destacan o tienen cargos de responsabilidad en el Gobierno o en cualquiera de las instituciones de la nación, y a quienes, simplemente, forman parte de sus familias.

Desde que las redes sociales se han hecho dueñas de Internet, cada persona dispone de los medios para expresarse y dar a conocer al resto de los navegantes lo que piensa; es obvio que lo que antes, durante siglos, se había convertido en un imposible y las informaciones con frecuencia tardaban meses o años en llegar de un lugar a otro del globo terráqueo; hoy en día, gracias a los avances de la ciencia, es posible que un suceso que tiene lugar en las Filipinas apenas en unos pocos minutos o segundos se conozca en nuestro país.

La rapidez de las redes sociales en trasmitir sus mensajes permite que cualquier ciudadano lance su propia opinión a la “nube” sin que sea necesario que pase por filtro alguno, censura o, simplemente, control sobre su veracidad. Así es como he podido leer en twiter a personas que cargan contra este chico acusándolo de mal criado, rebelde, caprichoso y difícil de dominar. Debido a ello, a este muchacho, Froilán, por el simple hecho de tratarse de un nieto de don Juan Carlos y doña Sofía, se ceban en él achacándole una serie de defectos que probablemente carecen del menor fundamento y, si en algunos casos aciertan, no serán diferentes o posiblemente incluso menores, que los que tienen la mayoría de los jóvenes anónimos que circulan por las calles de nuestras ciudades o de los que, posiblemente, forman parte de la misma familia de aquellos que se constituyen, simplemente por no ser monárquicos o por pertenecer a partidos narcos o comunistas (sin excluir a los que se muestran en contra de cualquier persona pública), en los censores o inquisidores, sin título, de todo lo que les molesta o incomoda de la sociedad.

Siempre me ha parecido que la infanta doña Elena ha sido la que, verdaderamente, ha sufrido en su persona los altibajos acontecidos en la familia real española. Primero se casó con un personaje harto extraño, a juicio de algunos, aficionado excesivamente por la moda y sus derivados; al que algunos hemos querido comparar con alguno de los personajes victorianos de Charles Dickens por su aspecto un tanto inquietante. Si la boda de Elena y Jaime de Marichalar, fue debida al amor surgido entre ambos o fue una componenda familiar, ellos lo sabrán; pero el resultado no pudo ser más desastroso si tenemos en cuenta que, el divorcio, en la familia real española no era visto con buenos ojos. De posible heredera de la corona, doña Elena fue bajando escalones, especialmente desde que Felipe contrajo matrimonio morganático con la presentadora de telediarios Leticia Rocasolano; otra divorciada que supo imponerse a la natural oposición familiar con gran habilidad. Nunca ha existido una especial simpatía entre las cuñadas y ya no hablemos de cuando el caso de la infanta Cristina y su marido Urdangarín, puso en jaque a la institución monárquica, situándola en el lugar más bajo de la historia de la democracia en España en cuanto a valoración popular.

Sin tener culpa de lo que llevó a su hermana a las puertas de los tribunales de Justicia, la infanta Elena tuvo que verse afectada por las sucesivas humillaciones a las que su hermano, Felipe (no cuesta demasiado averiguar quien le indujo a ello) la ha sometido degradándola hasta bajarla del palco real en los actos públicos, rebajándola a compartir lugares de inferior categoría junto al resto de las autoridades. Sin embargo, siempre ha sabido mostrar, tal y como su madre doña Sofia, la presencia de ánimo, la dignidad, la fortaleza y la prestancia de un miembro de la familia real. Dos personajes que, por distintos motivos, han quedado ya excluidos de la familia real por voluntad de los Reyes de España. La injusticia de tratar por igual a dos personas, las dos infantas, con trayectorias distintas y afectadas por circunstancias muy distintas la una de la otra.

Desde fuera de palacio, al nivel de personas de la calle, uno siente la sensación de que se ha cometido una gran injusticia, como la que don Juan Carlos cometió con la abnegada doña Sofía, un modelo de reina, de esposa y de madre. Sin duda, Elena ha sido quien ha sufrido las consecuencias de la llegada de Leticia a la casa real y, sin comerlo ni beberlo, ha sido injustamente desterrada como miembro de la familia real, en esta remodelación que el actual monarca ha decidido hacer, reduciendo los miembros de la familia real a sí mismo, su mujer, la reina, y las dos infantas. ¿Reducción del presupuesto?, ¿evitar ser salpicado por el caso de su cuñado y su hermana Cristina? O, es posible, que como un medio para evitar las continuas disensiones y rencillas entre cuñadas. Quizá la nueva reina les parecía al resto de la familia del rey demasiado “moderna”, “liberal”, o que compartía amistades poco apropiadas para una persona perteneciente a la realeza del país. En todo caso, muchos pensamos que tanto Elena como su hijo Froilán, cada uno por distintos motivos, han tenido la mala suerte de haber pertenecido a la realeza, haber padecido sus inconveniente y falta de libertades, verse obligados a una disciplina estricta y a estar sometido al incómodo protocolo de la monarquía para, en definitiva, acabar por ser expulsados de sus puestos y verse obligados a verse convertidos en meros ciudadanos. Una situación muy desairada y, evidentemente, no buscada por ninguno de ellos. Una más de las injusticias de la vida.

O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos como en todas partes cuecen habas cuando, en las familias, los hay quienes parten el bacalao y aquellos otros a los que les toca la peor parte, la más cruel y desairada. Ahora parece que tocan los híbridos de reyes republicanos, como un medio de repicar la campana y llevar al Santo.

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