Supongo que los de mi generación no hemos luchado lo suficiente para conseguir transmitir nuestros valores. Esto no es nada nuevo. La historia nos demuestra que nuestros ancestros, desde que se pierden en la inmensidad de los tiempos, han fracasado en el empeño de transmitir los valores que estimaban fundamentales, mientras los descendientes los rechazaban por trasnochados y antiguos.
Lo que sucede es que ahora los tiempos, las modas y los modos se suceden vertiginosamente en un breve espacio de tiempo. Lo que hoy nos parece inmutable mañana será “agua pasada que no mueve molino”. Tenemos un ejemplo palpable en los pensamientos políticos que cambian de opinión constantemente sin sonrojo de ningún tipo. Antes se precisaban años de maduración de las nuevas ideas. Hoy nos basta con horas para cambiar los rumbos y las firmes verdades “inalterables”.
Al final nos quedamos con el ejemplo. Decía Rousseau que “un buen padre vale por cien maestros”. Las nuevas generaciones optan por el cambio y la ruptura con “lo antiguo”. Pero, si son inteligentes, observan los valores que han vivido sus padres y les han permitido vivir razonablemente felices. Queramos o no, somos los padres o los abuelos de esta humanidad.
Con la pandemia tenemos otro ejemplo de que los mayores, los del “segmento de plata”, hemos sido un ejemplo de disciplina y seguimientos de las normas. Esto nos ha permitido sobrevivir a una buena mayoría. Los jóvenes de ahora, como los de siempre, como los fuimos nosotros mismos, han optado por la libertad mal entendida y por optar por la rebeldía. Ahora están lampando por someterse a la vacunación y viendo como el número de jóvenes contagiados crece de forma desbocada.
Nadie escarmienta en cabeza ajena. Se desprecian los valores tradicionales por ser obsoletos. Al final impera la razón. El orden, el amor y la familia han mantenido medianamente bien a este viejo mundo. Espero que volvamos a los cauces necesarios para la supervivencia de nuestra estirpe.
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