Desde que el mundo se sintió amenazado por un virus mortal y traicionero como el COVID-19, la vida humana ha sufrido uno de los cambios más vertiginosos y profundos de los últimos siglos. La sociabilidad, los desplazamientos, la economía, las relaciones laborales, el ocio o la misma familia han experimentado un giro copernicano en su tradicional desarrollo.
Son múltiples los aspectos que se podrían analizar de cualquiera de estos u otros ámbitos de la sociedad que hoy se ven afectados por la epidemia que nos azota. Pero prefiero llamar la atención sobre uno que me parece relevante y muy importante en las relaciones humanas y personales: la confianza. David Brooks, escritor y columnista de The New York Times afirmaba refiriéndose a los EEUU: Los niveles de confianza en este país, en nuestras instituciones, en nuestra política y entre nosotros, están en declive vertiginoso. Y cuando la confianza social colapsa, las naciones fracasan. ¿Podemos recuperarlo antes de que sea tarde?
¿Qué compatriota no se sentiría hoy identificado con esta descripción que hace Brooks de su país y que sería perfectamente aplicable a lo que estamos padeciendo en nuestra nación? La pérdida de fe y confianza en nuestras instituciones es fácilmente detectable, Recientemente la Comisión Europea a través del Eurobarómetro en su informe anual, certifica el hundimiento de la confianza de los españoles en sus instituciones, partidos políticos e incluso medios de comunicación en porcentajes muy alarmantes.
¿Es la desconfianza institucional lo más grave que puede sufrir una sociedad? Pienso que no, que quizás lo más alarmante es la confianza social y dentro de ella la interpersonal. Con la pandemia se ha agudizado el distanciamiento entre los amigos, la familia, los vecinos, los compañeros de trabajo…, el miedo, la sospecha de contagios y las medidas sanitarias nos han alejado de las formas y costumbres para expresar nuestros sentimientos, mantener conversaciones o relacionarnos entre unos y otros.
¿En que tipo de sociedad nos estamos convirtiendo?, sinceramente no veo que a los políticos y a los sesudos gobernantes de nuestros días -no solo en España- les preocupe mucho. Se revisa y falsea la historia del hombre, de los pueblos y de las civilizaciones y se niega la trascendencia de la existencia del ser humano, acotada hoy a un mero nacer y morir sin más horizonte que el de una vida placentera, individualista y no sujeta a reglas externas que cercenen su ilimitada libertad.
Pero no hay que caer en el desánimo y la desesperanza cuando las cosas no funcionan como quisiéramos. No está en nuestras manos las grandes decisiones, pero si sería importante que para recuperar la confianza y la fe en las personas y en la sociedad, cada uno practicara y difundiera en su entorno personal y social la verdad frente a la mentira, la sinceridad frente a la hipocresía y el saber frente a la ignorancia.
Cuando los creyentes perdemos la fe, la Iglesia se tambalea, cuando la perdemos los ciudadanos la sociedad se derrumba, por eso se hace urgente recuperarla: “Las pequeñas cosas son las responsables de los grandes cambios” decía Paulo Coelho. ¿Por qué no lo intentamos?
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