De pronto, cuando todo parece desolado por la congoja, los resentimientos, los recelos, las vacilaciones o las frustraciones, surge la fuerza nívea del deseo y todo se regenera. Porque querer vivir es hallarse y poder sentirse vivo. No rechacemos, en consecuencia, esta consustancial fortaleza, la que nos pone en camino del cambio y nos estimula a repensar sobre lo andado y lo que nos resta por recorrer. Lo trascendente de todo ello, es alcanzar esa cognición que nos haga despertar para remover nuevos impulsos; y, mostrar de este modo, la audacia necesaria para ir hacia adelante.
De las desgracias también se sale y, además, muy reforzado. Mientras hay vida, la esperanza es capaz de rescatarnos, sólo hay que reorientarse para tomar conciencia, de que nos merecemos otras rutas más estéticas, con otro obrar más ético, viviendo de otra manera; y así, encender la estrella radiante de un porvenir más solidario, crecido por la valentía de hacer familia y recreado por el vigor de reconocernos creativos. En efecto, cada cual desde su espíritu innovador, debe dejarse interpelar para conseguir renovarse y poder partir de nuevo hacia originales sueños.
Volver a empezar, con el esfuerzo colectivo, es lo propio para poder reconstruirse y garantizar un futuro más humanitario, pues no solo hay que proteger el planeta, tenemos que restaurar tanto destrozo vertido sobre espacios naturales inmaculados y sobre existencias verdaderamente inocentes. Este dominador espíritu corrupto nos ha dejado sin alma; y, lo que es peor, sin apenas un horizonte para poder imaginar otro mundo más seguro.
Todo está en peligro de extinción, también nosotros por el creciente número de conflictos e inmoralidades que nos acorralan, por esa falta de consideración hacia toda existencia y de respeto de los derechos humanos y de la dignidad de todas las personas. Desde luego, hemos de tomar otras actitudes que despierte en cada corazón sentimientos de fraternidad y de viva cooperación. Sin estas premisas, no se pueden superar los estilos de vida endiosados y egoístas que padecemos, lo que hace que se amplíen sin cesar las zonas de miseria y, por ende, también la angustia, el desengaño y la amargura.
Tampoco podemos continuar con estas injustas situaciones sociales heredadas del pasado, urge recomenzar el cambio y emprender otros caminos más sosegados, sin las tensiones que nosotros mismos nos hemos injertado en vena, movidos por la nefasta energía posesiva, la cual no tiene límites, sobre todo para sembrar lenguajes irresponsables y mortecinos. Quizás tengamos que comenzar por ser uno mismo para poder estar juntos, vivir unidos, que por sí mismo es un gran acierto, ya que contribuye a la paz social que tanto necesitamos hoy en día, y al bien común que lo requerimos en cada instante, pero que no hacemos nada por los demás.
Cuando la esfera de lo armónico no está en nuestro andar, difícilmente podemos ser felices. Ahí están las huellas dejadas por Nelson Mandela, como sinónimo de la lucha contra el racismo; o la visión esparcida por Martín Luther King, un gigante de los derechos humanos. En este momento, también necesitamos gentes con espíritu honesto, que no solo recojan los gemidos del orbe, también se pongan en acción para levantar lo que está caído, esa alianza de géneros y esa conjunción de anhelos que derrumben las discordias entre análogos.
De igual modo, no es de recibo empezar un viaje de venganzas; todo lo contrario, hay que retornar de veras al corazón que somos, dejar de ser piedras, y fijar nuestra mirada en ese soplo de vida, en ese aliento que nos alienta y nos libera de la asfixia en que nos movemos, por esa falta de cultivo de cosas bellas en parentela, que es lo que verdaderamente nos llena de gozo y de riqueza interior. La humanidad tiene que volver a su fuente, que no es otra que el vínculo del hogar, y aquí sí que no cabe perder el entusiasmo de crear abecedarios más justos, que es lo que en realidad estimula la capacidad de alegrarse con el que comienza, de ofrecerse sin recompensa, de renovarse y de renacer lozanamente para distintas conquistas. Sea como fuere, jamás hay que desfallecer.
Será enriquecedor, por tanto, tener una voz fuerte a nivel global para garantizar manos extendidas y una voz universal para hacer valer los valores innatos, después de los fracasos continuos, con nuevas oportunidades, para empezar otra vez con más sabiduría. No olvidemos que persistir es un modo de navegar, porque nada está nunca acabado, ni ha llegado a la estación de la certeza.
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