Cuando un gobierno pierde el sentido de la moderación y se dedica, en lugar de a gobernar para sus ciudadanos, a mantener una batalla constante contra la oposición, entra en prácticas maniqueístas y se rebaja hasta el punto de intentar ahogar a una comunidad, como es la madrileña, solamente por resentimiento y animadversión por haber sido derrotados en toda la línea por el PP de la señora Ayuso, seguramente tendremos que preguntarnos lo que está sucediendo detrás de las bambalinas de un ejecutivo formado por la unión de socialistas y comunistas y condicionado, de una manera determinante, por los partidos nacionalistas, que no paran de sacar tajada del chantaje que mantienen continuamente para seguir apoyando, con sus votos el que, el PSOE del señor Pedro Sánchez, pueda mantenerse en el poder.
Entonces puede suceder que llegue un momento en el que, su afán por conseguir ventaja electoral sobre sus adversarios políticos, le conduzca a extremar sus intentos de descalificar a la oposición, mediante la busca, con ahínco, de motivos, errores, fallos o debilidades en los partidos opositores, que le permitan aumentar sus críticas, buscar los entresijos de las organizaciones rivales o bien, inventarse cualquier tipo de maldades en contra de sus miembros, por aquello de que, si calumnias siempre algo queda que perjudica a quien has calumniado.
Esto es lo que, desde que Pedro Sánchez se ha instalado en el poder, se puede decir que es la tónica diaria en la política de nuestra nación, desde que las cosas se le empiezan a complicar a nuestro presidente, que parece que, como se dice, le están creciendo los enanos, y le surgen cuestiones del día a día, como ha sido el gran trancazo de la desmesurada subida de la energía eléctrica, algo que no puede achacar a la oposición y que significa un deterioro constante de su credibilidad a nivel de sus propios votantes, no cabe duda de que le están obligando a cambiar su política para intentar dar el vuelco a las encuestas que se empeñan, con rara insistencia, en pintar bastos para las próximas legislativas, aunque es cierto que todavía se ven muy lejanas.
Y, con estos precedentes, es con lo que deberemos contemplar algunos de los sucesos que se van produciendo en estos últimos días y que no hacen más que confirmarnos el nerviosismo que existe en las filas socialistas, ante situaciones que no les favorecen y que, para desesperación suya, no hacen más que agravar la desconfianza que se va extendiendo entre los ciudadanos de que, aquellas promesas que se les hicieron y que no se van cumpliendo, acaben siendo agua de borrajas en el futuro. Sabemos que las izquierdas han venido utilizando básicamente tres temas que consideran que les permiten atacar a la derecha y que siempre les han dado buenos resultados, al menos desde el punto de vista electoral.
Uno, quizás el que más votos les ha proporcionado, es el de los gay, lesbianas y transexuales, con toda la parafernalia que existe en torno a ellos; un segundo recurso para atacar a las derechas es el de la religión católica, con lo que el cristianismo supone en cuanto a lo que han sido, durante siglos, los condicionamientos morales a determinados comportamientos que, hoy en día, están puestos en cuestión desde la óptica meramente laica del mundo actual, como son los relativos al aborto, al cambio de sexos, a los matrimonios gay y de lesbianas, a la adopción de hijos por estas parejas de nuevo cuño e, incluso, a determinadas cuestiones en las que se discute si su control debería ser por el Estado o seguir en manos de la Iglesia. El otro es el social, la eterna disputa de si capitalismo o comunismo y sus derivadas económicas en las que Podemos está empeñado en seguir su campaña de acoso a empresarios y bancos.
Pero hoy vamos a comentar un hecho particular que viene a demostrar el peligro que corren los gobernantes cuando, sin la menor prudencia, despreciando la presunción de inocencia, intentando adelantar opiniones y buscando el desprestigio de sus más directos oponentes políticos, entran en barrena a descalificar, acusar, insultar, responsabilizar y anatemizar a algunos partidos políticos, precisamente antes de que la policía acabase de investigar los hechos, de buscar las pruebas y de interrogar al denunciante, presunta víctima de la salvaje actuación de un grupo de encapuchados, que no sólo le pegaron una paliza sino que le grabaron, con un cuter, una palabra de siete letras en las nalgas. ¡Un crimen salvaje, cometido, presuntamente, por odio a los homosexuales!
Desde el del gobierno, encabezado por el señor Sánchez y pasando por el señor ministro de Interior, señor Grande Marlaska, sin que faltara el toque feminista, a cargo de la ministra Montero ( no da una, ni aun queriendo) ni dejando aparte a toda la retahíla de cargos públicos en el entorno socialista y en las comunidades autónomas, han perdido la ocasión de entrar a fondo, no sólo descalificando el hecho inhumano de la agresión, sino que extendiendo sus críticas y acusaciones a determinado partido político al que han acusado de fomentar, de liderar y de apoyar a estos grupos, presuntamente organizados políticamente, para que cometieran esta clase de salvajadas.
Ya no hablemos de la concentración masiva de jóvenes indignados y de activistas aleccionados que se han manifestado en Madrid porque, por si alguien no estuviese enterado, este suceso tuvo lugar en la capital de España lo que, sin duda, ha sido uno de los argumentos preferidos del Gobierno y de sus adláteres para darle boato y achacarle al alcalde y la comunidad madrileña, presidida por la señora Ayuso, la “falta de seguridad y de protección a todo el colectivoen la comunidad madrileña”.
Y todo este embrollo convenientemente glosado por un señor que, por su condición de magistrado, por la de ser ministro de Interior, por haber sido miembro del alto tribunal y por tener una edad que ya le debiera de haber enseñado que no es aconsejable emitir una opinión y, máxime, si es una acusación directa contra una formación política, VOX, sin disponer de elementos de prueba, del informe de la policía y de todos aquellos testigos, si los hubiera, que pudieran dar información fidedigna de los hechos ( no ha habido ninguno), hechos que, desde el primer momento, pusieron en guardia a los investigadores, debido a algunas contradicciones y descripciones que no tardaron en aumentar la desconfianza de la policía en que, aquella denuncia, tuviera visos de poder confirmarse, según se desprendía de la investigación. El sujeto acabó confesando que todo era un bluf, una mentira provocada por un supuesto desliz sexual con otros individuos, al parecer dos, que practicaron el sadismo con el consentimiento del presunto perjudicado. Una trola como una catedral que, no obstante, se tragaron hasta la empuñadora nuestros ministros y, con doble culpa, el Presidente y el ministro del Interior, el señor Marlaska, que fueron los que con más fiereza y contundencia se mostraron en la crítica abierta a VOX.
Y, ahora, cuando se ha demostrado que no hubo tal paliza ni tal ataque, ¿qué van a hacer estos señores que se tragaron el anzuelo y se lanzaron a esta piscina sin agua? Recordaremos que el señor Marlaska ya fue actor en un caso de un hombre de Valladolid, a quien el ministro de Interior acusó de haber matado a su mujer, cuando lo que había intentado, el pobre hombre, era salvarla de un suicidio. Ya son demasiados los fallos de este señor que, además, tiene el agravante de ser un experto en leyes, que ha tenido que ser reconvenido por la misma administración de justicia debido a determinados comportamientos que no dicen nada en su favor. ¿Dimitirá? ¿Renunciará a su cargo de ministro de Interior? O ¿seguirá impertérrito resistiendo la ola de críticas y peticiones de que se vaya de una vez a su casa?. Y decimos a su casa, porque su comportamiento de los últimos meses, a nuestro modesto juicio, le incapacitan para seguir ejerciendo de juez.
Y, el lobby gay, ¿qué es lo que va a argumentar sobre su equivocada forma de afrontar un caso de supuesto maltrato de uno de los suyos y manifestarse públicamente sin tener la debida información, ni comprobar su veracidad? ¿qué es lo que dirá en su descargo esta repelente joven que, con tanto descaro y desparpajo, por la TV, se constituyó en defensora de unas libertades que, por cierto, no existen en ninguna otra nación del mundo donde estén más garantizadas que en la nuestra; pero la ignorancia da alas a quien quiere gozar de su minuto de gloria, aunque sea diciendo sandeces.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, observamos ya, sin que ello nos cause la más mínima sorpresa como, en esta nación, a diferencia de lo que sucede en el resto de gobiernos democráticos de Europa, nadie dimite, se pueden cometer por nuestros gobernantes la mayores pifias, los más lamentables errores, las muestras más evidentes de incapacidad para el cargo que se ostenta, pero nadie va a dimitir porque, señores, por mucho que nos cueste creerlo estamos, en España, en la antesala de un nuevo régimen dictatorial, sin que, al parecer, queden españoles dispuestos a evitarlo. Y una frase de Napoleón: “Si el enemigo se equivoca no lo distraigas”.
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