“La otra torre, Ricardo. La otra torre. ¡Ha impactado en la otra torre y en una zona más baja aún!” Eran poco más de las tres de la tarde, de un martes 11 de septiembre de 2001. Acababa de subir a mi despacho en Bruselas para iniciar, como era habitual, mi trabajo en el Parlamento durante la jornada de tarde. Las imágenes eran sobrecogedoras. Matías Prats, asombrado, relataba sorprendido los trágicos acontecimientos que sin darnos cuenta en ese momento, iban a cambiar el curso de la historia de la humanidad nada más iniciar el siglo XXI. Los aviones kamikazes en manos de fanáticos yihadistas, que impactaron en las Torres Gemelas de Nueva York, se llevaron por delante casi tres mil vidas humanas inocentes y miles de heridos.
El terror islamista había entrado como una serpiente venenosa en todos los rincones del planeta. Primero fue en los EEUU y luego en Europa, África, Oriente Medio o Asia. Al Qaeda se presentó ante el mundo como un nuevo ejército sin patria y sin uniforme pero que a traición y cobardemente, emprendía una nueva guerra con el arma más cobarde, injusta y despiadada que existe: el terrorismo.
Para España, esta brutal batalla no era una novedad. La ETA , desde hacía más de treinta años, venía castigando cruelmente al pueblo español con secuestros, extorsiones y asesinatos de, ciudadanos inocentes, aunque es justo reconocer que uno de los efectos colaterales del criminal atentado del 11S, fue la inestimable y eficaz colaboración entre George Bush y José María Aznar para perseguir y derrotar a ETA.
La vergonzante retirada de Afganistán que Biden ha protagonizado, escenificando así la derrota que en los acuerdos de Doha, firmados el 29 de febrero del 2020, oficializó Trump con los talibanes, abre una nueva etapa de desestabilización en aquella región y posiblemente en el resto del mundo. China, Irán, Pakistán, países fronterizos con Afganistán, se ven afectados seriamente por la decisión de abandono de los EEUU del territorio afgano, amén de la incógnita que supone la reacción del nuevo gobierno talibán frente al terrorismo. Es muy preocupante la desconfianza que genera su estilo teocrático y violento para someter a la población a la sharía o ley islámica. La dramática estampida del aeropuerto de Kabul lo certifica.
El salto en el vacío que se produce 20 años después de desangrarse EEUU y las naciones occidentales en el intento fracasado de instaurar un gobierno democrático en Afganistán, exige abrir una urgente reflexión sobre las amenazas que hoy se ciernen sobre Occidente y el propio mundo islámico por parte del fanatismo yihadista. El fiasco de la actual estrategia de los EEUU y la Unión Europea resulta muy alarmante.
Sin la colaboración de los dirigentes políticos y religiosos de los países musulmanes, Occidente fracasará en el intento de cooperar en la modernización del mundo musulmán. Gilles Kepel, politólogo y especialista en el Islam, solo ve una esperanza cuando ese mundo “entre de lleno en la modernidad según unos modos de fusión inéditos en el universo occidental, sobre todo a través del sesgo de las migraciones y de sus efectos así como de las revolución de las telecomunicaciones y la información”.
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