Uno empezó a hablar de los extinguidos dinosaurios y sus fósiles como algo maravilloso que nos informa de la antigüedad de nuestro planeta, pero otro nos señaló una telaraña y unas hormigas para que viéramos el milagro de unos seres vivientes que se mueven ante nuestros ojos con antenas finas como pelos o patitas que se desplazan rápidas.
Después de esta observación he dejado de pisar estos bichitos que me hablan de una inteligencia muy superior a la de nuestros admirados sabios, que cada día nos hablan de las maravillas que fabrican.
He mirado con otros ojos que las plantas languidezcan en el otoño para volver a brotar en primavera. Si hay una inteligencia que desde siempre se ocupa de los insectos, las aves, los peces o las plantas, ¿cómo puedo poner en duda que esa misma inteligencia también se preocupa por las personas? ¿Cómo se puede negar que existe alguien en quien vivimos, nos movemos y existimos?
La diferencia esencial entre toda la creación y nosotros, las personas, es que estamos dotados de inteligencia y libertad hasta el punto de poder negar lo evidente: la existencia de un ser superior que nos ha regalado la vida y nos ha dado reglas para utilizarla, especialmente frente a otras personas dotadas de los mismos atributos.
Quizás si meditáramos sobre esto, en lugar de perder el tiempo contemplando los telediarios o adorando nuestro móvil, podríamos sacar mucho más partido a nuestras vidas mientras vivimos. Una vez que dejemos de existir en este mundo, quien nos dio esta vida es seguro que nos dará otra diferente ¿mejor o peor? Eso dependerá de nosotros y del uso que hayamos dado a la que ahora vivimos.
Repugna a toda lógica que el destino de las personas que se esforzaron en sacar rendimiento a sus facultades sea el mismo de los que las utilizaron en perjuicio de los demás. Tener libertad y poder utilizarla es el regalo más grande que podíamos imaginar y que nos sitúa por encima de los demás seres creados. Desde enfrentarse al mismo que te regaló la vida para gritarle el satánico “no te serviré” a gozar de los placeres y utilizar a los demás a nuestro capricho, hay de todo.
Aquello de “comamos y bebamos que mañana moriremos” es la gran tontería que llega hasta los que piensan que después de la muerte no hay nada. Pero el mismo que te regaló la vida ¿acaso no puede darte otra mejor o peor según tus acciones?
Creo que no somos capaces de imaginar lo que Dios tiene preparado para aquellos a quienes ama. Tampoco imaginamos lo preparado para aquellos que han despilfarrado su vida o la han utilizado en perjuicio de los demás. El cielo y el infierno no pueden ser cuentos de viejas sino realidades que nos esperan más allá de la muerte.
A quien hizo el cielo y la tierra y todo el universo no se le puede burlar impunemente. Al atardecer de la vida nos examinarán del amor, de nuestro amor a Dios y nuestro amor al prójimo y sacar mala nota en este examen será definitivo: no habrá segunda convocatoria.
Cuando vean una hormiga, una araña o un ciempiés, piensen en Dios, por favor.
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