Quizás nos convendría volver la vista a esos ojos de niño que todos llevamos dentro, cuando menos para propiciar ese cambio que hoy el mundo tanto necesita; máxime en una época hundida en la incertidumbre y en la desesperación. No trunquemos el iris de la ilusión. Hay que buscar tiempo para vivir y dialogar en familia. A esta ausencia, de deterioro en la escucha y de caricias verdaderas, hay que sumarle la falta de referencia a principios éticos, a la protección frente a la violencia y la discriminación que tanto nos acorrala en el momento actual. Deberíamos, pues, entonar otros tonos y timbres, más acordes con ese espíritu de entendimiento, que es el que verdaderamente nos injerta quietud en el alma. Desde luego, resguardémonos del conocimiento que no enseña a reconocerse, que únicamente imprime títulos y honores de orgullo, que educa en la conveniencia y no en la solidaria convivencia, que es lo que nos hermana, y también de aquellos pedestales que tampoco escuchan a los jóvenes ni a los mayores, ni a los que nada tienen, porque no pueden ser utilizados en este mercado mundano de esclavos y poderosos.
En cualquier caso, jamás trunquemos la ilusión de ese niño que nos sonríe. Todos estamos llamados a incentivar la clave del bienestar, a impedir un conflicto, prevenir una guerra o evitar el sufrimiento. Hemos de saber, por consiguiente, que el futuro mejor se reconstruye entre todos, cada cual desde su radio de acción, ofreciendo la mano tendida y el abrazo permanente, la atención y la estima hacia todo ser humano. Personalmente, confieso, que me mortifica saber que se requieren mucho más esfuerzos en materia humanitaria, de paz y de desarrollo, y que cada día son más los críos que no hallan vínculos, como también me acongoja el gesto de amargura que tantos chavales siembran a través de su mirada. Esto debería hacernos repensar sobre nuestros horizontes, que han de ser más conjuntos y sensibles, más de corazón a corazón, que es lo que realmente activa otro renacer. Las entretelas permanecen bajo ese espíritu infantil, por algo será. Tomemos buena nota de ello. No saltemos etapas, ni prolonguemos las miserias. Dejemos de utilizar a seres indefensos como escudos o como mano de obra barata; algo que es tremendamente perjudicial para su desarrollo físico y mental. Reconozco que me impresiona el sentimiento de miedo que nos atenaza frecuentemente y más, cuando esa siembra de terror, se encamina hacia el mundo de la infancia, comenzando por la de los niños por nacer. Esta sociedad disgregadora y abortiva me saca de quicio. Sus hechos de crueldad me destruyen el alma. La naturaleza, por si misma, nos llama a la vida y a la sensatez, a tomar el sentido del esfuerzo como tarea viviente, así como el sentido de servicio, empezando por no debilitar la familia, que es lo que realmente nos engrandece. En efecto, son esos seres en formación, símbolo de la eterna comunión entre el amor y la esperanza, los que nos ayudan a la realización natural del poema existencial, del que todos formamos parte y somos porción. En consecuencia, pienso con grata admiración en esas gentes que acogen y recogen a los niños, ante tantas injusticias sembradas por el mundo; es, precisamente este espíritu generoso el que nos transforma, evitando las nefastas luchas de poder. De ahí, lo transcendente de la entrega, puesto que todos estamos obligados a luchar para que cada persona, sea mayor o pequeño, pueda ser una primavera de gozos y alegrías. Por desgracia, multitud de muchachos malviven, no van a centro educativo alguno, carecen de bienes esenciales o incluso se les comercializa como meros objetos, algo que verdaderamente ha de conmovernos. La situación es tan desesperada en buena parte del mundo que, a cambio de una dote, algunas familias ofrecen a sus hijas a los veinte días de nacer a futuros esposos. Olvidamos que lo que se les dé a los adolescentes, ellos lo devolverán a la sociedad. Ojalá le transmitamos más sabidurías que conocimientos, más tolerancia que fanatismo, más virtudes que vicios. El porvenir nuestro está en sus manos, en esos niños que ahora van a la escuela. Necesitamos, por tanto, que nadie quede sin acudir.
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