A lo largo de los casi dos años transcurridos desde que descubrieron la presencia del virus Covid-19 en nuestro país, se han venido produciendo diversas alternativas en nuestro ánimo. Desde los sanitarios, los investigadores, los políticos y los medios de difusión se han enviado constantemente mensajes. Unos de ánimo, otros de esperanza y, los más, de advertencias contradictorias nacidas de la ignorancia, el autobombo y las ganas de “empreñar”. Comenzaron por confinarnos a la espera del descubrimiento de la vacuna liberadora. A lo largo de esos primeros días los sufridos mayores fallecieron a millares y fueron enterrados en medio de la soledad y sin que los familiares pudieran vivir el consuelo de la despedida. Con esperanza recibimos la presencia de las benditas vacunas. Una dosis, dos dosis, hasta tres hemos recibido a lo largo de este último año. Este verano se alcanzó el 70% de cobertura de los vacunados. Esta cifra coincidía de la inmunidad de rebaño, de la que no hemos vuelto a escuchar nada. Otro fiasco. Las diversas oleadas de contagiados se han ido sucediendo hasta llegar a la actual. Dicen los que han tomado las riendas del tema y que creo que saben tan poco como los que les han precedido en sus augurios, que esta ola es la más contagiosa (por el momento), pero que sus consecuencias van a ser más leves que las anteriores. Sin embargo, el “marcador” estadístico sigue aumentando en los contagiados, los ingresados, los que están en las UVIS y, desgraciadamente los fallecidos. No sabemos que hacer. Si seguir viviendo enmascarados y huyendo de nuestros prójimos; si celebrar la Navidad en familia o por las pantallas de los móviles; si tirarnos al barro, volvernos locos y empezar a abrazar gente; etc. Al final, acabaremos temiendo las noticias de cada día y las recomendaciones que nuestros sabios dirigentes nos ofrezcan a fin de que no interfieran en sus carreras políticas y suenen a inteligentes. La última “esperanzadora” comunicación de un jerifalte de la OMS: “Pueden reunirse a celebrar la Navidad, pero la cena acabará en funeral”. ¡Ole sus narices! Como consecuencia de todo ello en mi casa estamos “acongojados”. Creo que la solución está en que todos nos contagiemos y que aguante el que pueda. Por lo menos no tendremos que sufrir las recomendaciones los expertos de la tele.
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