Hoy es día 26 de enero de 2022. Estamos en pleno siglo XXI, el de los avances en el campo de la informática y de los robots que harán muchas de las tareas domésticas. Y sabemos que hay una enorme estrella de color azul llamada Ícaro, que, según el telescopio Hubble, se halla a nueve mil millones de años luz (que expresados en números son: un 9 seguido de nueve ceros). Debo recordar que un año luz no es una medida de tiempo sino longitudinal empleada en astronomía y equivale a la distancia que recorre la luz en un año y mide, aproximadamente, nueve billones de km. que, expresados en números son, un 9 seguido de doce ceros.
Al multiplicar los nueve mil millones de años, por los nueve billones de km., resulta que, la distancia entre la Ícaro y la Tierra es, aproximadamente, de ochenta y un mil trillones de km. (un 81 seguido de veintiún ceros). Y lo más sorprendente es que, a lo largo de esa distancia, a izquierda, derecha, norte, sur y demás espacios hay un sinfin de cuerpos celestes.
El conocimiento de estas extraordinarias realidades, nos lleva indefectiblemente a una conclusión razonable: todo lo que sabemos y nos queda por conocer de ese Universo en constante expansión y movimiento, es tan increíblemente equilibrado que no ha podido surgir espontáneamente, sino creado necesariamente por un Ser superior, motor necesario para que a lo largo de los tiempos todo siga un orden perfecto.
A mí, como hombre de fe, no me cabe duda de que ese Ser es Dios. Me importa añadir que, aunque haya agnósticos a los que hay que respetar, en la historia antigua y en nuestros días encontramos numerosísimos pensadores, filósofos y hombres de ciencia que defienden la existencia de un Ser Supremo, como principio irrebatible. Y, francamente, me apena ver que, en este mundo tan repleto de adelantos, no seamos capaces de reconocer que todo lo que somos se lo debemos al Creador que ha querido dotarnos de la inteligencia necesaria para alcanzar tantos logros. ¿Se puede entender el Universo sin Dios?
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